Por Fernando Sánchez Resa.
Todos los años, cuando llega el primer acueducto vacacional de diciembre, un sentimiento de alegría y nostalgia invade mi espíritu y el de muchos melómanos de diferentes latitudes, pues se acerca el momento más esperado del año: cuando el otoño va despidiéndose y una nueva edición del FESTIVAL DE MÚSICA ANTIGUA ÚBEDA Y BAEZA llega para quedarse unos días con nosotros. Y al igual que las hojas siguen cayendo de los árboles alfombrando calles, plazoletas y avenidas, las ondas musicales más genuinas y añejas vienen a inundar el aire de estas dos ciudades hermanas, que son Patrimonio de la Humanidad, mientras entrelazan sus manos y corazones, siendo imanes de atracción a múltiples y variados visitantes que llegan sedientos de música, gastronomía, monumentalidad, historia…, disfrutando de los enclaves más insospechados y entrañables que se puedan imaginar.
Ya son veintidós ediciones en las que se van repitiendo prodigios y milagros de todo calibre, puesto que cada año sus organizadores se van superando, haciendo cierta la leyenda de la medalla del amor, pero con su propio mensaje: «Esta edición te premiaré con una estupenda programación musical, pero la del año que viene será aún mejor».
Hoy viernes, 7 de diciembre, mientras un gentío invade los cascos históricos de ambas ciudades, mi mente anda rememorando los múltiples conciertos a los que he asistido, dejándome todos ellos un melifluo sabor de boca, a pesar del frío reinante en las iglesias o locales, en los que los conciertos se han celebrado, aunque menor que en pasadas ediciones, pues el sol ha templado el ambiente exterior, mientras sus destacadas interpretaciones han restado frialdad a ambientes y cuerpos, prestándoles calidez sonora e imaginativa; aunque en algunos, como el de ayer en el Parador del Turismo de Úbeda, el calor excesivo primó sobre todo lo demás. Los que todavía nos quedan por venir se auguran exquisitos, como dulce caramelo en el paladar de un niño.
Al igual que el turista o viajero busca alimentarse de los mejores productos, bien cocinados y elaborados, de la tierra jaenera por la que pasa, la música es un aditamento imprescindible en su menú cotidiano, durante estas fechas, en las que se añora degustarla despacio, ingiriendo su sabrosa pulpa y su lenguaje sonoro, rítmico y melodioso, mediante la audición sosegada para poder digerirla y que se quede el máximo tiempo posible en su cerebro, cual producto evanescente que pretende permanecer para siempre en el recuerdo, marcando la bonita serie de impresiones que su subconsciente va a ir proporcionándole en momentos futuros, cual puzle mental formado por agradables impresiones, sueños inalcanzables o anhelos y realidades tangibles. Nada hay como la riqueza del directo para hacernos comprender que siempre es incomparablemente mejor que el disco enlatado, por más recursos con los que haya sido grabado.
Por eso, no tengo más remedio (y lo hago gustoso) que dar un aplauso, cálido y sincero, a la organización del festival y a todos los intérpretes por su buen hacer, ya que nos han proporcionado a todos los asistentes un regalo inmaterial, con marchamo de patrimonio personal, que solo se puede aprehender aquí y ahora, como la recogida de aceituna que se hace en el tajo del campo giennense para molturar sus frutos y licuarlos en un AOVE exquisito, con calidad y marca de origen.
Este nuevo festival de música antigua ha venido con fuerza para quedarse entre nosotros, cual moneda de curso legal, en nuestra amada Andalucía, muy alejado del mito de charanga y pandereta que ella pudiese tener; y que se ha instalado como otra seña de identidad más de este par de ciudades que caminan de la mano, muy alejadas ya de aquella enemistad manifiesta que, a lo largo de los años, marcó a sangre y a fuego su comportamiento mutuo. Ahora nos encontramos hermanados con un mismo objetivo: ser reclamo nacional e internacional de la mejor música antigua posible con conjuntos vocales e instrumentales de primera calidad.
Úbeda, 7 de diciembre de 2018.