Triunfitos

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

Tenemos a un sujeto que se ha erigido en presidente de la mayor potencia mundial gracias a sus propios méritos. Sí, a la exhibición y utilización de sus artes y artimañas muy practicadas y que le resultaron casi siempre eficaces. Si la metodología estaba más que contrastada y experimentada, ¿por qué no usarla en una nueva empresa?

La metodología del triunfador. Algo que Trump lleva bien aprendido y aplicado y que es su único catecismo y su único mandamiento. Y de ahí no hay más que sacar, sino las consecuencias necesarias. Y las saca, ciertamente.

Triunfador. La búsqueda del triunfo a toda costa. Llegar a la meta que uno se propone. Sí, hay muchas clases de triunfadores, de metas alcanzables o de meros soñadores de metas inalcanzables. Pero todo requiere un plan, un método, una estrategia y las tácticas adecuadas; si no, si meramente lo confiamos todo al azar, poco llegaremos a obtener. El azar es eso, el azar, y no depende de nosotros ni nosotros lo controlamos. Confiarnos en un golpe de suerte es esperar, casi siempre sin resultado.

La gente busca lograr sus metas, alcanzar sus aspiraciones. Llegar a la fama. Es lícito. Pero debemos pensar que casi siempre (si no siempre, realmente) el camino para lograrlo es un camino ni sencillo ni desprovisto de trampas y rutas equivocadas. Y también es un camino que se debe recorrer adelantando a otros, dejándolos atrás, entorpeciéndolos y engañándolos.

Casi todo el que triunfa ha dejado tras de sí cadáveres verdaderos, cadáveres exquisitos, despojos, traiciones, mentiras, bajezas sin cuento. Engaños, empezando por los engaños que se aplica a sí mismo. No nos engañemos; precisamente, al buscar el triunfo, uno de los fardos pesados que debemos tirar a la cuneta del camino es el de la conciencia.

Claro que hay quienes triunfan por méritos que tienen. Pero hasta poder mostrarlos, exhibirlos, aplicarlos y que se tengan en cuenta, hace falta algo más que su mera posesión. ¡Cuánto personal con méritos indiscutibles no queda en el camino, en la cuneta, sentado o cansado sin esperanza alguna!

Siempre se ha dicho, que hay que estar, en el momento oportuno, en el lugar adecuado. Eso es cierto. Nadie, generalmente, logra que se fijen en él y por su linda cara; eso es mero sueño o utopía. Pero, muchas veces, con lo anterior no basta. Y ahí entra el cómo nos comportemos, qué armas de seducción utilizaremos, qué será lo que nos convenga hacer. Al fin y al cabo, habremos de montar un tinglado más o menos artificial que nunca será verdadero del todo, que nunca nos mostrará nuestro ser real, porque lo habremos adulterado o modificado de alguna manera.

Cualquier modo de triunfo y en cualquier faceta o aspecto, por diferentes que sean y disparejos o tal vez hasta antagónicos, requiere de un esfuerzo para lograrlo. Y no es menor el que nos obliga a vendernos, a veces, por un plato de lentejas. Para triunfar hay que pagar de alguna forma. Si lo que pretendemos es a nuestros ojos muy importante para nosotros, no nos quepa duda; pagaremos lo que haga falta.

No seamos ingenuos; hasta el mínimo triunfo alcanzado lo es, porque hemos trabajado para ello. Repito; el mérito y el esfuerzo, el valor propio son necesarios en la mayoría de los casos; pero también es verdad que, aún careciendo de méritos o valores, se consigue triunfar. Y, por desgracia, hoy por hoy nos sirven de ejemplo aparentes triunfadores que mirados y analizados bien, ni tienen méritos ni capacidades que fuesen necesarias para llegar al triunfo.

¿Por qué, entonces, si no hay cualidades para lograrlo, hay sujetos que lo logran…?

Porque ponen en marcha la terrible maquinaria de la competencia, sin reglas ni normas. Porque el esfuerzo se dirige a anular a los competidores o, más claramente, a aniquilarlos por medios tramposos y carentes de toda moral y ética. Ya dije que, para triunfar, lo primero que hay que hacer es dejar en la cuneta, bien tirada y atrás, la conciencia y los escrúpulos. Pocos hay que hayan triunfado llevando estos lastres consigo.

Hay que olvidarse de quienes fuimos; hay que olvidarse de que alguna vez fuimos amigos o compañeros de otros; hay que olvidarse de que alguna vez compartimos ideales, sueños e ilusiones; hay que olvidarse de todo lo que no nos sirva para alcanzar nuestra meta. También hay que adiestrarse en navegar; sí, en navegar ambientes, situaciones, sociedades y círculos a los que pretendamos acceder y, una vez dentro, en los que pretendamos obtener ventajas sobre otros navegantes. Para ello hay que ser diestro, hábil y oportuno. Que la ocasión la pinta calva y hay que ponerse peluquín. Pues se pone. El empeño en la palabra dada se puede y debe romper, si ello nos frena en nuestra progresión; al fin y al cabo, diremos como Groucho Marx: «Estos son mis principios; pero, si no le gustan, tengo otros». No es cuestión de detenerse por unos principios.

Y mentir. Mentir es imprescindible. La mentira, la doblez y el saber guardar es de tal manera una caja de herramientas tan necesaria en estos menesteres que, sin ella, no llegaremos nunca a nada. Se hace la pelota cuanto haga falta, con dedicación manifiesta; pero, a la vez, se guarda todo lo que se pueda guardar, llamadas, contactos, conversaciones, situaciones concretas o difusas, rumores y verdades, actos inconfesables, favores que nos hicieron… Todo vale. Todo se podrá utilizar en su momento. Hay que convertirse en archivos vivientes.

No caeré en la tentación -inútil por injusta e inexacta- de decir que todo el que triunfó lo fue gracias a sus malas artes. Eso no es verdad. Pero algo debió poner de su parte para que ello se produjese, además de sus manifiestas cualidades. Se tiene ambición; todos la tenemos; otra historia es el grado de la misma. Si todo el mundo tuviese un grado de ambición extremo esto habría sido inviable, nos habríamos extinguido hace muchos siglos. Es manifiesto que la gran masa de sujetos que poblamos el planeta somos muy poco ambiciosos; es por esto que existimos y convivimos. Que el hombre feliz no tuviese camisa, no oculta una ambición en el sujeto: la de ser feliz.

Ahí tenemos a Trump. El ambicioso por antonomasia sin escrúpulos. Para él, todo vale si busca cumplir sus fines, que se resumen en ser el mayor triunfador. Y, como buen tramposo, le molesta muchísimo que alguien se lo diga o lo demuestre; ahora, hasta la prensa en general de su país, es su enemiga (porque no lo adula) y ya arremete también contra las empresas de internet, que permiten se digan sus cositas malas. Buen modelo a seguir.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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