Por Fernando Sánchez Resa.
En la España y el mundo real que nos ha tocado vivir en este principio del siglo XXI, así como en el virtual y el de las redes sociales, las cosas andan más que complicadas. Son muchos los factores o variables que hacen de nuestra vida cotidiana un sinvivir continuado.
La arcadia feliz de futuro que se nos prometía hace un tiempo, con el advenimiento de las máquinas y robots para poder liberarnos del trabajo físico y que el ser humano pudiese disfrutar de más ocio, tranquilidad y tiempo libre se nos ha roto en pedazos, pues el paro, la corrupción, la mentira, la picaresca, la hipocresía, el egoísmo exacerbado… (¡uf!, la lista es interminable), nos han dado de bruces con la triste realidad que nos circunda.
Empezando por el desarrollo de la política nacional, con su torticera y habitual práctica, en donde “al peor soldado se le hace sargento”, tan alejada de lo que decían Platón y Aristóteles sobre este fino arte que es la política, que ha de estar al servicio del pueblo y es el más alto honor (y no como en el despotismo ilustrado: “todo por el pueblo, pero sin el pueblo”); pasando por el tema de inmigración masiva, por motivos más políticos que económicos, que de todo hay; siguiendo por el desarrollo de la política internacional y mundial en la que la ONU, por ejemplo, sigue siendo un organismo con más resonancia periodística o mediática que real en la resolución de los verdaderos conflictos humanos (hambre, paz, desarrollo sostenido, ecología…); eso cuando no nos los inventan mandatarios, banqueros, dirigentes políticos o religiosos e incluso los capos del narcotráfico o las mafias para distraernos de lo importante; hasta llegar al recurrente y manido tema de las enfermedades y la vejez, consustanciales al ser humano, el panorama se complica aún más. Se inventan nuevos remedios o nuevas enfermedades para que las farmacéuticas tengan un filón de oro asegurado para siempre…
Y si nos fijamos en el mundo del periodismo, cómo obviar que cada medio de comunicación “arrima el ascua a su sardina” descaradamente y no quiere saber nada de la posible verdad del contrario. Parece como si la Verdad (con mayúscula), estuviese secuestrada y cada cual la mirase según su propio y colorido cristal, necesitando hacer un trabajo ímprobo y laborioso para reconstruir su puzle auténtico.
Hasta los alimentos ya los tenemos adulterados y las propias abejas cayendo como moscas, por culpa de los pesticidas que siegan sus vidas sin piedad.
¿Hasta dónde vamos a llegar si la cordura, la sinceridad, la nobleza, la bondad, el amor al prójimo…, y tantas virtudes necesarias las hemos cambiado en vil almoneda por vicios que bien arraigan en la condición humana desde la noche de los tiempos? ¿De qué nos sirve estar tan súper informados -bastantes veces con noticias falsas o edulcoradas-, si lo que nos hacen es distraer nuestra atención en lo anecdótico y dejar lo importante a un lado?
Solo cabe intentar no contaminarse a nivel individual (la introspección es un buen camino), pues socialmente es casi imposible, de este de ciénaga en la que andamos hundidos -o nos tienen metidos hasta el cuello- y rogar a Dios y a los pocos justos que hay en nuestra aldea global que nos salven de este infierno terrenal en el que nos encontramos.
O podemos tomar una solución más drástica: pasar olímpicamente de todo.
Sevilla, 13 de septiembre de 2018.