Por Fernando Sánchez Resa.
Acabo de volver a casa, tras la comida-homenaje tributada al Inspector de Educación D. Felipe García Mino, carolinense de nacimiento y jienense de adopción, con continuas idas y venidas por todo el territorio provincial, destacando sus muchos años de inspección en la zona de Úbeda y Alcalá la Real, alternativamente.
Ha tenido lugar en el Hotel Palacio de Úbeda, gracias al tesón y valentía de su buen amigo Juan Pérez Sánchez y un reducido grupo de incondicionales que han sabido aunar voluntades y reunir a sesenta y cinco personas, más las muchas ausentes que no han podido estar pero que se han sumado al acto en espíritu, como regalo merecido a este titán de la enseñanza que ha estado durante más de cincuenta años sirviendo a la educación de la provincia que le vio nacer y crecer en la profesión más bonita (y que tanto quiere y siente): ser educador nato.
Allí nos reunimos todos, a las 14:45 h, en uno de los patios del hotel, y nos hicimos la foto de rigor, gracias a Jesús Delgado, fotógrafo oficial del diario JAÉN, en las escaleras que dan acceso a uno de los salones del sótano. Después, accedimos al amplio local donde nos estaban esperando, con los brazos abiertos, el personal del hotel junto a amplias y redondas mesas, luminosas lámparas de araña y grandes espejos para ser testigos de la anunciada celebración mediante una entrañable y selecta comida en la que, a los postres, cuatro personas amigas han glosado la figura del homenajeado desde sus particulares ángulos y cariños. Y para complementar el retrato personal de don Felipe, dos de sus hijos (de los cuatro que tiene), al alimón, han declamado jocosamente una fresca y desenfadada poesía, compuesta por ellos mismos, resumiendo su amor familiar y, sobre todo, docente…
Como colofón y remate final, todos los asistentes quedamos admirados de la esforzada vida de don Felipe, mediante sus sinceras y sentimentales palabras al leer un extenso y denso testamento autobiográfico, relatando todo lo que ha supuesto su vida de esfuerzo, trabajo y bizarría, visto en primera persona y emocionándose varias veces (en especial, cuando nombró a su padre, de profesión sastre); y contando pormenores de sus estudios primarios, de bachillerato y universitarios, casi siempre hechos de forma libre y autodidacta, hasta la conquista de las oposiciones de maestro y de profesor de secundaria, gracias a sus dotes de orientador y psicólogo, alcanzando después -por méritos propios- el servicio de inspección educativa de nuestra provincia, por el que ha transitado durante tanto tiempo. Por momentos, se sinceró contándonos algunos duros y complicados años pasados en este departamento y que se solucionaron, finalmente, con su constancia, pundonor y esfuerzo. También quedamos enterados de su hidalguía y anhelo personal al conseguir la guinda de su carrera estudiantil y profesional: ser doctor.
Como yo he sido uno de los intervinientes en ese acto, quiero dejar constancia escrita de mi intervención, para público conocimiento: «¡Hasta siempre, don Felipe García Mino!».
A Felipe lo conocí hace treinta y tres años, estando todavía yo de maestro en Rus, cuando nos dio unas charlas, en Jaén, para habilitarnos como profesores de Educación Infantil, entonces llamada Enseñanza de Párvulos. Éramos cincuenta cursillistas, mayoritariamente féminas, pues sólo tres varones estábamos encantados de tener tanta compañera; y a él, como ponente, lo veíamos igual de feliz, a pesar de que ellas consiguieron -¡qué no conseguirán las mujeres!- que el coordinador no nos examinase de ese curso de especialización y que sólo con trabajos se aprobase. Felipe era un joven inspector y conferenciante, no obstante ya avezado, que sabía sortear los vericuetos pedagógicos de una manera magistral y que, luego, en otros cursillos, charlas o reuniones posteriores pude corroborar su buen hacer docente.
Pero fue especialmente durante uno de sus períodos de cinco años de inspección, cuando yo tuve más contacto directo con él, al ser yo director del CEIP “Sebastián de Córdoba”, por lo que llegué a apreciarlo sinceramente, pudiendo comprobar cómo Felipe se sabía desenvolver francamente bien en este ruedo educativo que tantos registros y peligros tenía y tiene; consolidando y resolviendo problemas lastrados de épocas anteriores en su zona de inspección. En lo referido a mi centro, lo hizo de una forma profesional y sin que apenas se notase su presencia, como le suele pasar al aire que respiramos, pero que está ahí… Y eso que nunca han sido buenos tiempos para ejercer la figura de inspector ya que está tan directamente devaluada en nuestro entorno como la de director, maestro, etc., por múltiples motivos y razones que no hay tiempo ni razón de analizar hoy aquí. Pero él siempre supo imprimirle sesgos acertados, sabiendo hincar el diente a problemas que no tenían fácil solución, pero que eran imprescindibles resolver.
Siempre quedará el ejemplo del Colegio Matemático “Gallego Díaz”, de Úbeda, que fue, durante muchos años, un hueso duro de roer y que hasta que no llegó don Felipe no se solventó, gracias a aquellas duras jornadas de reuniones y trabajos con todos los directores de la localidad, en ese mismo cole, sin olvidar aquellos desayunos de churros con chocolate que no se los saltaba un galgo; y eso que él siempre nos repetía a todos lo triste que era (y es) cerrar un colegio, pues como a cualquier inspector o agente político o educativo, lo que verdaderamente le gustaba era abrirlo, crear nuevas aulas donde alumnado, progenitores y profesorado se encontrasen a gusto. Siempre lo vi con la acertada actitud de no perder plazas de profesores ni en la pública ni en la concertada. Incluso luchó, en aquella época que hoy estoy refiriendo, para que las clases de alumnos de tres años fuesen menos numerosas en su ratio y se pudiese trabajar más a gusto, tanto el profesorado como el alumnado. Por ello, el lejano 17 de febrero de 2005, en el hotel Ciudad de Úbeda, fue la primera vez que se hizo un acto de reconocimiento amigal a un inspector en esta zona de la Loma de Úbeda, lo cual dice mucho de él, con la lectura enfebrecida de parlamentos varios, como despedida de esta zona, en la que también yo, entre otros, tuve el honor de agradecerle públicamente su labor, que no es sino la que ha ido desarrollando, paciente y llanamente, allá donde lo han enviado, con ese talante conciliador y de preparación exhaustiva que le caracteriza. Por eso, siempre fue pieza imprescindible en la Inspección Jienense hasta que los tiempos cambiaron el modelo de inspección e inspector… Y eso, a pesar de la “leyenda negra” que arrastra toda inspección o jefatura, habiendo un proverbio popular por estos pagos que así lo corrobora: «Del jefe y del mulo cuanto más lejos más seguro», que no es cierto en su caso, pues brilla con luz propia por su preparación y buen hacer. Por supuesto que nadie es perfecto y Felipe también tiene sus luces y sus sombras, como todo ser humano que se precie; pero son abrumadoramente mayores las primeras que las segundas; por eso, en Sevilla siempre supieron quién había de resolver temas de calado y, por eso, fue el “solucionador” del Matemático. También supo implementar y mantener clases de infantil de tres años, con baja ratio en la pública, porque estuvo al tanto ante el ofrecimiento restringido que le hicieron desde Consejería de Sevilla, por lo que nos reunió urgentemente a los directores de la pública en Úbeda para ofrecérnoslo gustosamente, siendo aceptado por todos por el bien de nuestros respectivos centros. Su talante dialogante, franco y abierto, acorde con la democracia que disfrutamos hoy en día en España, ha mostrado sin ambages su personalidad de amigo y compañero por encima de inspector excelso. Como lo demuestra el que fue el único, que yo tenga conocimiento, en mandar una carta de despedida a todos los centros que él inspeccionaba para despedirse con sincero agradecimiento, pidiendo disculpas si en algún momento había podido molestar a alguien por acción u omisión, y con su buena disposición a colaborar y ayudar desde su nuevo destino en Alcalá la Real del que, paradojas de la vida, ahora también se despide. Incluso pasó clase por clase para despedirse del profesorado…
Te reitero y retoco las palabras que ya te dije en aquel mencionado acto de hace doce años, puesto que ahora te jubilas por la puerta grande: «¡Que tengas toda la suerte del mundo para seguir cosechando salud y felicidad en la provecta edad y estado en los que te vas a adentrar; y que este acto de reconocimiento y amistad que hoy te tributamos, te sirva siempre de venero y dulce recuerdo, cuando te lleguen momentos bajos!».
Para finalizar, quiero dedicarte, cual acertado símil, las preciosas palabras del Cántico Espiritual del excelso poeta de Fontiveros, que vino a cantar maitines al cielo ubetense y que también expresan tus andanzas de trabajo, sabiduría y servicio por estos pagos que tan bien conoces y has pateado, como san Juan de la Cruz:
«Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura;
y, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura».
¡Hasta siempre don Felipe; recibe un fuerte abrazo!
Úbeda, 6 de junio de 2017.