Por Salvador González González.
Y llegó el día 3 de junio pasado, confieso que me encontraba algo nervioso, afortunadamente el coche para el viaje era el de mi hijo Pablo, que obviamente iba de conductor, pues entre el interrogante de la cita de ese día en Úbeda, en nuestra SAFA, y no ser el coche que yo habitualmente conduzco (que es automático por problemas de menisco), que he de confesar que ya me viene un poco grande, tengo en la mente el propósito de buscarme uno más pequeño, el trayecto se me hubiese hecho interminable y difícil, reconociendo que afortunadamente las carreteras no son las que eran hace 25 años cuando (hoy con autopista de peaje en parte 4,95 €) tuvimos el encuentro de las bodas de platas, mi promoción de Magisterio del 67, entonces yo llevaba a mis dos hijos pequeños, hoy en las bodas de oro, es el pequeño es el que me llevó a mí.
Paramos en ruta ya en la provincia de Jaén, para desayunar en un área de servicio, esto también se ha impuesto, sustituyendo aquellas ventas y merenderos, que creo eran más entrañables, pero bueno son la nueva realidad que poco a poco y de forma inevitable van modificando nuestro “modus vivendi” y a ello hay que atenerse y adaptarse.
Llegamos por fin a Úbeda y el contacto con los muros perimetrales del colegio, ya me trajo sensaciones anteriores de mi estancia en el de ya más de 50 años, alguna vez como tuno lo tuve que saltar, porque habíamos sobrepasado el horario fijado autorizado, y las puertas de entradas obviamente las cerraban.
Llegamos a la entrada del colegio sobre las 9 de la mañana, la información que tenía, quizás mal interpretada por mí, era que a esa hora, abrirían el centro para que se pudiera dejar el coche en el interior. No fue así; esto sucedió más tarde, cercano a las 10 de la mañana; tomé la decisión de aparcar cerca del colegio; así, de otra manera, a la hora de la comida sólo tendría que cogerlo y desplazarme hasta el hotel Ciudad de Úbeda, que era donde estaba previsto compartir almuerzo con todos.
El centro ha sufrido algunas modificaciones; parte de los terrenos, hoy destinados a pistas deportivas y otros, son públicos y, por tanto, se ha reducido parte de su superficie, pero la fisonomía es la misma.
Cuando abrieron, entré el primero; no había nadie aún de la promoción; el que apareció primero fue Marín; lo identifiqué fácilmente y a primera vista y el a mí también; luego fueron apareciendo los otros que asistieron: Lozano (que hizo un gran esfuerzo, ya que vino desde Madrid, donde estaba con su familia, para volver apenas terminado el acto central, por lo que no pudo asistir al almuerzo); con posterioridad, otros, que fui identificando, el que me costó algo fue Quesada (quizás por aquello de que se incorporó unos cursos después); los demás, hasta 9, fueron agregándose; Pedrajas, que siempre ha sido nuestro nexo de unión (hay que hacerle, por ello, una distinción especial), que había estado con los compañeros la noche anterior; me dijo que asistieron algunos que, luego, no aparecieron para el acto central; otros excusaron su asistencia; algunos, pues llevo sin verlos más de 50 años (y ya lo veo difícil, aunque nunca se debe ni puede decir que imposible); otros, por enfermedad, no han podido; sé de sobra que hubieran hecho lo indecible para haber estado; habló de Diego Rodríguez Vargas y Enrique Hinojosa Serrano; los otros me imagino que obligaciones diversas les ha impedido estar; en cualquier caso, todos estaban en nuestra memoria, sobre todo en la de Juan Lozano, que aún conserva la suya fotográfica; nos citó según ubicación de Orla de fin de estudio con don Isaac Melgosa Albillo a cada uno de nosotros, cerraron la concentración de los 9 (os adjunto fotografía de todos los presentes y orlas anteriores), la presencia de nuestros dos externos, Villacañas y Juan Ramón Martínez Elvira, que fue luego el que hizo las palabras de rememoración de nuestra promoción; fue el que más me gustó, por su concreción, referencia a los ausentes, sin grandes y extensas parrafadas como otros, a los que creo se les fue un poco de las manos sus intervenciones, de manera que hicieron, a mi modo de ver, excesivamente largo el acto (por cierto, en la exposición del currículo de Juan Ramón, me enteré que ha sido nombrado hijo predilecto de la ciudad, de lo que he de decir que es nombramiento merecidísimo, pues ha llevado Úbeda a muchos sitios y su saber de su historia y paisaje urbano es inconmensurable; doy fe de ello, por haber asistido en el Ateneo de Málaga a unas conferencias expositivas sobre la ciudad de sus amores; Ateneo, del que es un estupendo presidente nuestro compañero de promoción Diego Rodríguez Vargas).
Destacar, no voy a dar nombres, ajenos a mi promoción, porque no soy quién y además, creo no es procedente; si voy a referirme genéricamente a algunas intervenciones, en el magnífico salón de acto, desconocido para muchos de nosotros, pues es una de las realizaciones de la SAFA posterior a nuestra promoción; una referida, al indicar con palabras fuertes: ESTA NO ES MI SAFA, comparando la SAFA actual, con cierto sentido elitista, con la que vivimos nosotros, que era más bien una SAFA de salvación de situaciones sociales de precariedad y necesidad. A ello también destaco la intervención del presentador que, expresó su disconformidad con tal afirmación, porque considera a esta SAFA, heredera de aquella y que son sus orígenes como memoria de su pasado la que ha fraguado la actual.
Aquí destaco también a un experto safista, en la mente y el psicoanálisis, que habló de la memoria y del pasado que, según él, no pasó; que la memoria vence al tiempo, pues se tarda lo mismo en recordar algo de hace un mes, que de 50 años, como experto seguro que sabe lo que dice, aunque nosotros la realidad del pasado físico y sus secuelas, sí las notamos en todos nosotros, en los que unos lo llevaron mejor y otros no tanto (así lo comprobamos unos respecto a los otros). De destacar también el homenaje a dos jesuitas, que tengo referencias, pero no he conocido, si a otro que se citó junto con las Cabalgatas de las Cabalgatas de las Valquirias (Wagner). Me refiero al padre Navarrete y a la intervención de la alcaldesa, que dio y demostró con ello la importancia del centro en la ciudad; pienso que es de agradecer.
La entrada en la capilla nos trajo recuerdos obvios de nuestra llegada, en fila, de la misa matutina diaria y, sobre todo, del coro que, en esta ocasión, la misa concelebrada y llevada por otro jesuita, también ex-alumno del centro, que los que lo frecuentamos por motivos corales, nos extrañó verlo mudo e inerte. La música coral de la misa era enlatada, bella, pero no vivida como en otros tiempos; pero es lógico; ni era momento y, a lo mejor, ni ya hay escolanía como “in illo tempore”.
La comida fue, por otro lado lógico, el encuentro más entrañable, porque fue donde recordamos más vivencias y nos preocupamos por la situación personal de cada uno, si bien hubo un pequeño nubarrón atribuible a los organizadores, que aprovechando la presencia de los comensales hicieron, a mi entender -sobre todo el presentador-, de una manera abusiva, del tiempo empleado en hablar de las excelencias de “Tiempo imperfecto”, novela de otro safista, que narra en cierta manera las peripecias vividas en la SAFA. Creo, honestamente, que hubiera sido mejor haber hablado del mismo en el salón de acto, o haberlo hecho más brevemente, ya que por su extensión condicionó la comida que comenzó bastante más de las 15 horas, con lo que muchos, tuvimos que marcharnos antes de acabar el menú, porque el tiempo se nos echó encima. Creo que una breve reseña hubiera bastado. Por supuesto que le animaría, la mejor intención al presentador no lo dudo, pero recuerdo la máxima que hable de la oportunidad o inoportunidad de los actos; de ahí, recuerden la que dice: «Que el infierno está lleno de gentes con muy buenas intenciones» (pero comensales que llevaban muchas horas sin comer, tenerlos aguantando innecesariamente, pienso que no es de recibo).
Así que, sobre las 18 horas, me despedí de todos mis 9 compañeros, desde la mesa del restaurante, deseándole a todos buen viaje y terminando con una intención para todos presentes y ausentes, que emplea mucho un párroco local al final de sus misas a modo de despedida. «Que seamos todos felices haciendo felices a los demás». Un abrazo de ya un abuelo SAFISTA.