Por Fernando Sánchez Resa.
Luego, llegaría la copa de espera en su entoldado patio, de pie, para que la tradición de este evento no cayese en innovación innecesaria… Posteriormente, pasamos al comedor del Parador de Úbeda (lugar en el que tantas celebraciones he asistido: bodas; reuniones familiares de las familias Sánchez Cortés y Resa Jiménez; mi propia jubilación y de otros compañeros; comidas de fin de curso, etc.), y en donde las mesas redondas allí preparadas fueron protagonistas principales, pues sirvieron de punto de encuentro y unión festiva a todos los comensales que se acoplaron en tribus de parentescos sanguíneos o amistosos, para consumir la tarde deliciosamente entre charlas, recuerdos, deseos prospectivos…; todo adobado con buen humor y regado de historiados caldos y platos especiales que las minutas individuales, colocadas en las mesas, nos iban aclarando y anticipando.
Yo estuve ejerciendo mucho tiempo de abuelo primerizo con mi querido nieto Abel, que fue la segunda atracción de la boda; después de la guapa novia, naturalmente. Ejercí ese orgulloso rol, con mucho gusto, mientras Abel disfrutaba de sus intereses glósicos y lúdicos, paseando y disfrutando del agua de la fuente de taza del patio principal del parador, siendo piropeado, una y otra vez, como le ocurrió a la novia; e incluso le salió una “novieta” valiente y espontánea, dos meses mayor que él, que quedó encantada de su bello semblante y rizado cabello; tanto fue así, que aquella le dio dos apretados abrazos antes de que él y yo nos diésemos cuenta, quedando mi nieto un tanto asustado de la bizarría y atrevimiento de esa “damita con gorrito” que había venido a hacerse fotos, en este historiado lugar del Palacio del Deán Ortega, con su hermana mayor, que ese mismo día había hecho su primera comunión, juntamente con su madre y abuela. Para mí, que Abel quedó un tanto escaldado con este súbito y fugaz enamoramiento femenino…
Y llegados los postres, fui requerido para leer una bella y templada carta, escrita por la novia, como ella me había pedido con antelación, al haber sido uno de sus maestros más queridos cuando ella cursaba -en aquellos lejanos tiempos felices para todos- segunda etapa de EGB, en el colegio de La Trinidad de Úbeda; pues seguramente, con la emoción que le embargaría en esos momentos, ella no iba a ser capaz de hacerlo. Por eso, puse mi voz y persona a su disposición para que sus padres, hermana, familiares y amigos supiesen de los avatares vividos, especialmente en sus últimos cuatro velocísimos y ajetreados meses de preparación de la boda, y recibiesen, también, los merecidos agradecimientos filiares, fraternales y amistosos más sinceros de su persona. Todos ellos sirvieron de corolario simpar a esta sencilla, pero entrañable boda, cuyos regalos materiales y detallitos tampoco faltaron.
Después, llegaría el baile desenfadado y esperado en los sótanos del parador, para jóvenes y no tanto, mientras otros hacíamos mutis por el foro, pensando más en descansar de tantas emociones acumuladas que en otra cosa…
Félix e Irene ya tenían programado su lindo y estupendo viaje de novios a París, con su empaque y oferta turística, y a las tierras altas de Escocia, adonde seguramente el monstruo del Lago Ness estaría esperándolos para mostrarles su gran secreto, en sueños: vivir tantos años en la memoria de su querida gente, augurándoles una muy feliz y dichosa vida en común; sin obviar, los problemas cotidianos, que llegarán como los hijos y la propia vida misma.
En definitiva, ese recordado día, en mi querida ciudad, pude ser testigo agradecido de una boda sencilla, discreta, sin alharacas, comedida y acorde con ambos contrayentes y sus respectivas familias; por lo que agradezco que me invitasen. ¡Lo recordaré siempre…!
Úbeda, 3 de mayo de 2017.