Por Mariano Valcárcel González.
De vez en cuando, me entra la manía clasificatoria y acometo la labor de hacer estadillo y auditoría de ciertas cosas que se encuentran en mi domicilio; unas veces, emprendida la faena, la llevo a término en su totalidad; y otras, lo confieso, por unas u otras razones, queda a medias y hasta otro momento en el que me dé la ventolera de rematar el trabajo.
Por suerte (a pesar de algún borrado de archivos informáticos, que hay que intentar rescatar o rehacer), los inventarios suelo guardarlos en el ordenador y puedo atacarlos de nuevo en el momento deseado.
Bien, pues me enfrasqué en confirmar el registro y el catálogo de los libros que poseo, y en actualizarlo si hubiese menester y en ello estoy.
Tengo la mayor parte de los libros encerrados en mi despacho; pero, por todas las habitaciones de mi piso (excepto baños o trastero), se pueden encontrar las más variadas publicaciones y los más variados temas. Era imprescindible consignar, siquiera, en qué partes de la casa se encontraban estos registros, y esa fue mi primera intención al inicio. Para mi sorpresa, resultó que bastantes de ellos ni estaban registrados, ni fichados; y, consecuentemente, la tarea ha aumentado.
Recuerdo que en un colegio, donde fui destinado, como tenía tiempo para todo, pues en realidad era un agregado sin tutoría ni tarea concreta, me dediqué a ordenarles convenientemente la biblioteca escolar. Debo ser, pues, un ratón de biblioteca vocacional; pero no he alcanzado la plenitud del oficio, ni su dedicación exclusiva y profesional.
En general, signo nombre del trabajo, autor, año más o menos de edición, editorial, tipo de cubierta y, sin dudarlo, el género al que pertenece esa publicación. Clasificando por temarios, es fácil irse al texto que uno quiere revisar, consultar, releer o leer por primera vez; si uno clasifica por autores, puede comprobar cuáles están en sus dominios y cuántos podrían acceder a los mismos. También es útil especificar si uno ha leído tal o cual libro (o autor) y darse así cuenta de tantos como tiene sin leer o que desconoce.
Lo anterior es una trampa, cierto; pues estar pendiente de los autores leídos y no leídos puede crear ansiedad o la quimera de que puede llegar a leérselos todos, ¡y nunca acabaría de comprar! En las materias, predominan en mi biblioteca la narrativa (novela como reina de las estanterías), habiendo colecciones técnicas (dibujo, fotografía…), mucho trabajo histórico, temas relacionados específicamente con Úbeda, etc.
Parte de lo existente no anda en estanterías, pues está en formato digital, aunque he de confesar que no me entusiasma demasiado tal manera de tener y de leer; que donde esté un tomo tocable, pasable, manipulable (hay quienes dicen que hasta olible) que se quiten las asépticas e incordiantes ediciones digitales; pero poseo un gran fondo de literatura clásica en esta forma de tenerla (una fichita minúscula la contiene, ¡qué cosas se ven ahora!) y no es cuestión de perderlo.
Leídos, lo que se dice leídos de verdad, he leído menos de los que yo quisiera y ahí tengo una titánica tarea por delante; además que me gustaría volver sobre algunos, porque eso de releerlos es trabajo, a veces, necesario.
Lo que me anima a escribir estos datos es la reflexión que hago sobre el hecho en sí de tener esta biblioteca, de poseer estos libros, que hasta hoy día esto ha sido considerado como un signo de cultura, de conocimiento, de transmisión de experiencias, ideas, datos, reflexiones, emociones y vivencias de lo que todo dueño de biblioteca se consideraba orgulloso y que quienes, en su momento, podían acceder y disfrutar de sus contenidos, se declaraban no solo muy satisfechos sino que habían contribuido a fundamentar su personalidad y hasta a hacerles nacer por lo mismo el gusto y la afición por la lectura, pórtico del encuentro con la escritura.
Las bibliotecas consideradas como vivero de los nuevos escritores.
Ahora me pregunto, ¿qué pasará con la mía?, ¿qué harán mis hijas o nietos con tanta información, con tanta obra literaria (unas mejores y otras menos buenas), con tanto dato histórico o técnico, incluso con mis propios trabajos, encuadernados e incluidos en el catálogo cual obras de escritor consagrado y que, en realidad, ahí duermen el sueño del nonato que alguna vez pudo haber sido, pero que nunca fue? Esto también me lleva a otra reflexión: ¿cuántos de estos autores han sobrevivido a sus obras?, ¿o siquiera han logrado editar alguna otra? Tras el trabajo de crearlas y lograr que alguien se las publicase (lo que ya es difícil de por sí), ¿cuántos lograron entrar en el parnaso literario…? Creo que hay muchas frustraciones escondidas en esas páginas que yo atesoro y las primeras son las mías.
Ahora se dice que ya apenas se lee. Es muy cierto que los medios modernos de descomunicacióny que en apariencia nos comunican algo o tanto y a tantos, se sirven de exiguos esfuerzos lectoescritores, tal que se está llegando a la sintetización ideográfica, al ideograma puro o al pictograma que ya existía como signo de civilización en las cavernas (hoy su contrario) y que nos hacen parecer los textos como farragosos e ininteligibles. Me temo que así y hacia atrás terminaremos simplemente aullando.
Siendo el futuro posiblemente así, ¿para qué y para quién servirán mis libros? ¿A qué tanto atesorar, recopilar, inventariar y clasificar algo que posiblemente acabe en el mejor de los casos en un mercadillo de viejo (si es que siguiesen existiendo)…?
Me quedaría la satisfacción al menos si tuviese la seguridad de que mi nieta (o mis nietos, si los hay) aprovechasen los cuentos y novelas juveniles que ya sus madres leyeron.
Al menos ahí quedaría la semilla.