Por Dionisio Rodríguez Mejías.
En el Casco Antiguo de Barcelona, detrás de la basílica de Santa María del Mar, se encuentra “El Fossar de las Moreras”, una plaza edificada sobre un antiguo cementerio, donde enterraron a los caídos en la última batalla de la Guerra de Sucesión en 1714. Me gusta, sobre todo en otoño, recorrer aquellas callejuelas, visitar basílica, pasear por la plaza ―convertida en templo del nacionalismo secesionista―, y andar de vinos de tasca en tasca. Pues bien, no hay día que no me encuentre, durante el recorrido, a tres o cuatro grupos de chiquillos de seis o siete años, sentados en el suelo y comiéndose un bocadillo, mientras una joven mal peinada, con su mochila sucia y las zapatillas deportivas hechas un asco, los alecciona sobre los hechos acontecidos allí hace más de trescientos años. Siempre le pregunto a mi mujer: