Por Juan Antonio Fernández Arévalo.
En España, el proceso de fundación, evolución y desarrollo de la socialdemocracia es similar al de los principales países de nuestro entorno geográfico. El PSOE, que es quien representa a la socialdemocracia, había sido fundado en 1879 por Pablo Iglesias como un partido revolucionario, cuyas bases ideológicas se asentaban principalmente, pero no sólo, en el marxismo. La UGT, el sindicato hermano del partido, también fue fundado por Pablo Iglesias unos años más tarde, en 1888. Juntos, partido y sindicato, formaron un frente común en defensa de la clase obrera, utilizando la manifestación y la huelga, parcial o general, como el arma más potente contra el empresario y contra el Estado capitalista.
El PSOE llegó a su madurez en la década de los años veinte, tras la finalización de la Primera Guerra Mundial. El impacto de la Revolución rusa influyó decisivamente en la evolución del partido, provocando la escisión del ala más radical que fundó el Partido Comunista de España (1921), siguiendo las directrices de Moscú en la III Internacional (Komintern). El PSOE, mayoritariamente, se decantó por las tesis reformistas de la llamada II Internacional y media (Internacional de Viena). Desde entonces, el PSOE se convierte en un partido socialdemócrata, aunque bajo los postulados marxistas, que en los años veinte y treinta pusieron a prueba la coherencia ‑o no contradicción‑ entre reformismo y marxismo.
Los años treinta fueron la época dorada del partido socialista con el inconveniente de tener que afrontar los momentos históricos más convulsos de la historia de Europa y de España. En Europa, el fascismo dirigido por Mussolini se había adueñado del poder en Italia, mientras en Alemania tomaba alas el nazismo que, a partir de 1933, se haría con el gobierno, eliminando al resto de partidos políticos. El totalitarismo estalinista y el nazi‑fascista dominaban la escena política europea. Los partidos socialistas y liberales demócratas sufren las dificultades de esta presión totalitaria en sus respectivos países y, en España, se proclama la II República en los momentos más complicados de Europa. Los totalitarismos citados y la gran crisis de 1929, que comienza en EEUU y se extiende como la pólvora en Europa, unidos a los problemas estructurales y seculares de España, dificultarán extraordinariamente la labor de gobierno de la República y, en consecuencia, la del principal partido: el PSOE.
Durante la II República, el PSOE se convierte en el partido político más importante de España. Por eso, es el PSOE, con la colaboración de la Izquierda Republicana de Azaña, quien acomete las inaplazables reformas necesarias en nuestro país. Se elabora una Constitución, que es una de las más progresistas del mundo, y se inician reformas estructurales en la enseñanza, el ejército, la agricultura, el mundo laboral, la justicia… Pero se tropieza con problemas políticos y sociales de gran envergadura. La Iglesia, la derecha capitalista, los terratenientes y el ejército se oponen desde el primer momento a los cambios sustanciales, que pretendían, a su parecer, subvertir el orden establecido desde siempre. Y, por otra parte, los grupos más radicales de la izquierda, especialmente el anarquismo (el comunismo aún no tenía suficiente fuerza), pretendían reformas más rápidas y profundas: claramente revolucionarias. El PSOE, por su parte, se muestra desunido en numerosas ocasiones, cuando la unidad de acción era precisa. Largo Caballero, Indalecio Prieto y Julián Besteiro encabezan diversas tendencias, enfrentadas bajo las banderas de la revolución o la reforma. Sería muy prolijo desarrollar este aspecto del socialismo: la desunión, que tanto daño causó al país y al propio partido. Siempre he mantenido la tesis de que, con Indalecio Prieto de presidente del Gobierno y Manuel Azaña como presidente de la República, la insurrección militar, que venía preparándose desde la misma instauración de la II República, no hubiera tenido lugar o hubiese sido desarticulada de inmediato. Pero la historia no vive de ficciones, sino de hechos.
La ayuda sin límites de Italia y Alemania hacia los sublevados y el abandono de la República por las democracias europeas (Francia y Reino Unido) supusieron la victoria de los primeros en la Guerra Civil, cortando de raíz cualquier intento de modernización del país. La socialdemocracia ‑como el resto de partidos políticos, incluso de la derecha‑ fue laminada por la inmediata dictadura militar, fascista y religiosa de Franco. Ningún partido político democrático fue autorizado y la extrema derecha falangista, carlista y fascista se aglutinó en un llamado “Movimiento Nacional”, compartiendo poder con la iglesia y con el ejército, en un equilibrio que no pusiera en dificultades la pervivencia de la dictadura personal del “generalísimo”.
La socialdemocracia ‑como el resto de partidos‑ tuvo que seguir actuando en el exilio, sin demasiada capacidad de influencia en el devenir de la historia de España, durante los casi cuarenta años que duró la dictadura.