Por Manuel Jurado López.
Las islas inventadas,
brillantes y rocosas,
surgen de un mar de espumas.
I
Cierta manera de colocarse las lentes
I
Tras la tormenta queda
una desesperanza:
un periódico abierto
junto a un vaso de vino
y un puñado de pétalos
mordidos por los fieros
gusanos del granizo.
Negro el mar que se yergue.
II
La temblorosa cinta gris
de pájaros que pasan,
suspendidos y dóciles,
deja una frase escrita,
indescifrable;
quizá cuando regresen
los pájaros violetas
habremos aprendido su alfabeto.
III
Te hablé de mí
como de mi enemigo;
no me dirás que no te fui sincero.
Yo no tenía nada más que un viejo
coche, dos cuadernos de versos, otras
novias con retratos y cartas
y mi marcado acento de extranjero.
IV
Imaginé el alma silenciosa
de la espuma que queda desmayada
en el borde arrogante de las rocas.
Imaginé la pureza del aire
y nubes de pájaros dorados
sobre la arena negra.
Imaginé una torre
en un tablero azul con piezas grises,
y el disparo de un trueno
y la llegada a puerto de los náufragos.