Por Salvador González González.
Al dejar de funcionar la lavandería, estas monjas ‑extraordinarias mujeres; desde aquí mi recuerdo y agradecimiento‑ quedaron para el servicio de enfermería. Con ellas mantuve una muy buena relación, a raíz de unas “fiebres tifoideas” que cogí y por las que estuve una temporada en la enfermería, tiempo que aproveche para ponerles al día unos ficheros que tenían desordenados.