“Ginger y Fred”

Por Fernando Sánchez Resa.

Habiendo empezado el largo puente del Día de Andalucía (aquel jueves, 26 de febrero de 2015), al menos en el sector de la enseñanza, aunque para los que estamos jubilados todos los días del año son campo abonado a las no ataduras horarias ni laborales, los incondicionales de siempre nos presentamos para ver la última película del ciclo de Marcello Mastroianni: Ginger y Fred (Ginger e Fred, 1985) de Federico Fellini, en versión original subtitulada en español (VOSE). Una despiadada sátira del mundo de la televisión y del consumismo publicitario con mensajes subliminales.

Si las tres primeras películas del ciclo habían sido estupendas y sobresalientes, aunque siempre dejando un poso melancólico y triste, esta última no desmerecería de las anteriores sino que, por el contrario, formaría, figurativamente hablando, una flor cinematográfica de cuatro pétalos de diferente colorido y aroma, pero con la misma carga de profundidad y multilectura personal que todo espectador, avispado, puede hacer.

Federico Fellini dirigió esta nostálgica comedia, rescatando a su esposa, la genial Giulietta Masina, de su aparcada carrera cinematográfica; y relanzando a un antiguo icono y símbolo sexual italiano, Marcello Mastroianni, ya maduro.

Andrés comenzó explicando sucintamente el argumento y la duración (que sería de dos horas, para que pudiésemos salir sin prisas ni apreturas de la sesión cinematográfica), aprovechando que la banda municipal ubetense estaba ensayando, puesto que, como colofón final a los actos del 50 aniversario de su fundación, habían traído al director Enrique García Asensio para que aquella misma tarde diese una conferencia en el salón de actos del “Conservatorio Profesional de Música, María de Molina” (La dirección musical a través de los tiempos. El director de orquesta: su personalidad y sus problemas) y ser director invitado a dirigirla, al día siguiente, con un atrayente programa.

La película muestra la historia de dos especiales personajes italianos: Amelia (Giulietta Masina) y Pippo (Marcello Mastroianni), que en su juventud imitaron (y con gran éxito) a los bailarines de claqué, Fred Astaire y Ginger Rogers, bailando por toda la geografía italiana; y que gracias a un programa de telebasura, en una gala de Navidad, son invitados para rememorar su arte de hace más de treinta años. Allí se encuentran con que, en realidad, han sido engañados, pues el programa televisivo no es lo que ellos pensaban; principalmente, Amelia (La Mansina), que hace un papel extraordinario y tierno, estando magistral; e incluso Pippo (Marcello Mastroianni), que también interpreta un gran papel en esa decadente edad en la que ya no es lo que era, pues la depresión y su mala vida le han llevado al deterioro de casi todas sus facultades, aunque no la de pensar y recordar aquellos tiempos felices, en los que triunfaban en el escenario y su vida sentimental parecía unida a ella.

Es una de sus películas mejor narradas y filmadas, llena de mágicos momentos: Mastroianni, inventándose el origen del claqué, cuando los dos protagonistas están sentados en medio del escenario, planeando su fuga durante un apagón en el plató; y el baile final de Ginger y Fred, que es el mejor momento de la película… Seguro que Almodóvar tomó buena nota de todo ello, para su posterior filmografía.

Al final, este filme deja un poso de amargura y decepción, pues retrata la vida misma, que no siempre es como a todos nos gustaría que fuese; y que Fellini sabe fotografiar tan magistralmente, dando toques de atención (incluso exagerando), para conmover al espectador y que se dé cuenta de la falacia de la televisión y la publicidad, que ya en Italia se instalaba por aquel entonces (en la década de los ochenta) y que se exportaría al poco tiempo a España, haciendo unos ciudadanos descreídos, aborregados y procaces, bajo el paraguas de la libertad aparente que proporciona el hacer o ver lo que uno quiera, sin saber que alguien está moviendo los hilos para que actúen como guiñoles o marionetas; especialmente, en las generaciones jóvenes, que son las más fáciles de influir y manipular, haciéndoles creer que gozan de libertad absoluta, e incluso enfrentándolas con las otras generaciones de más edad, a las que ridiculizan, cual si fuesen unas antiguallas encorsetadas en sus hábitos troglodíticos.

Esta peli muestra cómo el furor televisivo revoluciona, influye y trastoca a toda la sociedad, constituyéndose en el medio de comunicación de masas más difundido y absorbente del planeta, mediante llamativas y subliminales tácticas de sugestión psicológica, que captan el subconsciente de la adormecida audiencia.

Me pareció, por momentos, La Colmena (la famosa novela del Nobel, Camilo José Cela), pero realizada en la televisión, donde hay un maremágnum de personajes esperpénticos y grotescos salidos del universo onírico y surrealista felliniano: unos fabricantes de bragas comestibles; un viejo cura que hace milagros y levita; un diputado en extrema huelga de hambre por las injusticias del mundo y el maltrato a los animales; una médium que graba frases dichas por los muertos; músicos enanos; travestís ninfómanas; dobles de famosos; frikis de todo pelaje…, y una vieja pareja de bailarines que vuelven a actuar juntos. Todos creen que van a alcanzar el dinero, la fama y la gloria en unos minutos tan solo (el archiconocido “minuto de gloria”), sin darse cuenta de que son manipulados por el poder económico e ideológico para enriquecer precisamente al productor y la escogida mafia que lo promueve.

Los diálogos, de todos los personajes que intervienen, se van continuando y contraponiendo, haciéndole ver al espectador el retrato de una Roma sucia y hedionda, tal vez como símbolo de la corrupción que se estaba viviendo a todos los niveles, incluidas las personas que viven diariamente en ambientes lumpen, donde cada cual va a lo suyo. No obstante, tiene momentos de terneza y amargura, que van al alimón, tanto en la conversación de los dos protagonistas principales como entre el resto de personajes que quieren saltar a la fama; personajes impostados al fin, que son más carne de presidio o psiquiátrico que otra cosa.

Fellini se había apercibido sagazmente de la teledependencia y de la telebasura, anticipándose en cierto modo al futuro, pues comprueba que todo lo que provoca asombro o ruido es disparatado o es pasto y primicia para el cautivo y atontado público televisivo. Por ello, con la llegada de las cadenas privadas a España y otras naciones, en lugar de disfrutar de una variedad cultural competitiva y apetecible, la televisión se fue denigrando paulatinamente, en su afán de ganar audiencia y generar publicidad a cualquier precio.

Los aplausos sonaron flojos a su finalización, pues este filme nos había presentado una estampa que hoy en día ya la tenemos más que superada; pero en su aspecto negativo que no en el positivo, y cuya muestra más palpable son los reality show (demostraciones de la realidad) que disponemos por doquier en ciertas cadenas actuales de televisión en España y el extranjero. Aquí están Sálvame, Gran Hermano o Supervivientes para corroborarlo.

Fellini se muestra pesimista hacia una sociedad cada vez más alienada, criticando a la publicidad masiva, puesto que es odiosa e interrumpe la emoción; añadiéndole (en esta cinta) la música de Nicola Piovani que es tragicómica, al rememorar el circo y el mundo del espectáculo, que alegra y entristece.

La noche fue testigo fiel de que el cine de calidad (en esta ciudad) seguía marcando su preclaro rumbo, con ese par de dadivosos promotores (Andrés y Juan), que saben ofrecer cultura cinematográfica gratuita y de calidad a todo aquel que quiera tomarla cada jueves, pues puede llevarse a casa temas de reflexión y debate (ahora que lo que prima es una vida superficial, sin mucho planteamiento ni elucubración…); así como imágenes y mensajes impactantes para trabajarlos en el consciente‑subconsciente de su vida diaria…

Úbeda, 25 de agosto de 2016.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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