Por Fernando Sánchez Resa.
Mientras que, en la tarde‑noche del segundo jueves de febrero de 2015, el carnaval ubetense reinaba en sus garitos o teatros principales, escogidos cinéfilos ubetenses se congregaban en la recóndita sala de proyecciones del Hospital de Santiago para visionar una gran película: Crónica familiar (Cronaca familiare, 1962), de Valerio Zurlini, (también en VOSE, como Los girasoles de la semana anterior). Una vez empezada, comprobaron que los subtítulos iban demasiado rápidos para poder leerlos con cierta tranquilidad; quizá se hubiesen contagiado del espíritu carnavalero imperante…
Andrés explicó que estaba basada en el guión elaborado por Valerio Zurlini, Mario Missirolli y con el asesoramiento del magnífico escritor Vasco Pratolini, quien había escrito una novela homónima semi‑biográfica, que Zurlini supo armonizar, enlazando narrativa literaria y cinematográfica mediante la casi continua voz en off, que lanza disertaciones sobre el amor, los recuerdos, el amor fraterno y entre hermanos.
También nos preparó psicológicamente para afrontar esta dura proyección, que era la historia de dos hermanos (Enrico y Lorenzo) que quedan huérfanos, tras el nacimiento del pequeño Lorenzo (Jacques Perrin) y la muerte de su madre; y que debido a su pobreza, son repartidos a dos familias distintas: el mayor, Enrico (Marcello Mastroianni), va con su abuela carnal (Sylvie); y el pequeño Lorenzo (Jacques Perrin) es entregado al mayordomo de una baronesa y educado en la abundancia. Llega un momento en que ambos quieren conocerse y se juntan durante un tiempo para darse cuenta de lo mucho que les separa la educación recibida. El mayor es linotipista, periodista y aspirante a escritor, mientras que el pequeño es un chico muy bien educado y de muy buenos sentimientos, pero que luego no sabrá adaptarse a la compleja vida diaria, cuando ya no esté arropado por la familia rica, venida a menos, que lo adoptó y crió. Nos aclaró que era un gran filme que venía avalado con el León de Oro del Festival de Venecia y que, según bastantes entendidos cinematográficos, era la mejor película, juntamente con La chica con la maleta, de todo el cine italiano.
Valerio Zurlini, que luchó contra la invasión nazi de Italia, logra transmitir en este filme una atmósfera cargada de soledad, a la vez que supo captar la pobreza de un país sometido al fascismo y una incipiente dictadura, mostrando los acontecimientos europeos de la primera mitad del siglo XX y dotando de dignidad los sentimientos familiares, mediante unos trabajados encuadres y una lograda fotografía de Giuseppe Rotunno.
La verdad es que toda la cinta es una obra de arte, aunque sumamente triste y melancólica, donde los diálogos entre los tres principales personajes (los dos hermanos y la abuela) son de una enjundia destacable, pues retratan la dura vida que les ha tocado vivir, agravada con la gran guerra, aunque solamente salga de soslayo (principalmente en las conversaciones). El instante en el que la abuela se despide en silencio de los dos nietos, tras haber pronunciado esta frase de antología: «Yo ya he terminado en esta comedia», es de una emoción desgarradora.
El tema principal es sumamente intimista: precisamente contar, en forma de diario dialogado y mediante flashback (escenas retrospectivas), la triste y cruda historia de dos hermanos que quedan huérfanos tempranamente (el mayor, a los ocho años; y el pequeño, al nacer), y el amargo final de su abuela en un asilo de ancianos, agravado con the end tristísimo, como toda la proyección. ¡Ah!, las tres interpretaciones son magníficas: Sylvie, la gran actriz francesa, ofreció aquí su última aparición, conteniendo su amargura entre los rincones decadentes del asilo de ancianos; Marcello Mastroianni, componiendo una de sus mejores interpretaciones, mostrando en su adultez el rostro que va más allá de la pasividad en que parece estancado; y en cuanto al eterno adolescente que fuera Jacques Perrin, siempre ocupará un sitio de honor en nuestros recuerdos: el que ya ofreciera en La chica con la maleta…
La relación entre los dos hermanos será el hilo argumental sobre el que avanza una película llena de silencios y calles vacías, en las que los solitarios protagonistas ahogan su triste existencia, arropados por la imponente música de Goffredo Petrassi, que es conmovedora y nostálgica.
Cuando acabó la peli, era tal la pena y la tristeza acumuladas en el público, mayoritariamente femenino, que apenas hubo ganas de ovacionarla, como es sana costumbre en nuestro cineclub; más bien, volvieron a surgir repetidas voces, demandando que se pusiesen películas menos tristes, pues en Crónica familiar todos los fotogramas y situaciones no dan tregua a la tristeza, a la melancolía y a la pena; aunque, no obstante, destilan una filosofía vital de la sufrida clase pobre y humilde que ha de llevar adelante su vivir cotidiano, agravado con un rosario de inconvenientes mayores: la orfandad, la vejez, la enfermedad y la indiferencia de otras clases sociales o de sujetos más agraciados en la tómbola de la vida…
Todos llevamos a nuestras casas y reposos, aquella noche del día 12, un duro examen de conciencia tras el visionado de esta descarnada Crónica familiar, al ponerse en evidencia lo quejicas que somos los seres humanos cuando, tan a menudo, maldecimos y magnificamos nuestros nimios y fútiles problemas cotidianos, si los comparamos con los que tuvieron que arrostrar los tres protagonistas de este filme…
¡Hasta el frío reinante en la sala quedó petrificado ante el drama visionado, mientras la más pura sensibilidad renacía en nuestros corazones…!
Úbeda, 18 de agosto de 2016.