Años, como medicina

Por Fernando Sánchez Resa.

—Buenos días, Genara. ¿Qué haces tan temprano en el médico?

—Hola, vecina. Te lo voy a decir muy al oído, no sea que se entere demasiada gente y se nos rompa el invento. Se rumorea que los chinos han conseguido, de golpe y porrazo, un nuevo remedio para el envejecimiento (y para la juventud, también): recetarte años, en lugar de medicinas, para recuperar la salud. ¡Ya era hora!, pues estamos a punto de llegar al tercer milenio y solamente nos faltaba eso para que se produjera la verdadera revolución sanitaria. ¡Ay!, si mi tatarabuela levantara la cabeza…

—Bueno, hija, que tengas mucha suerte; luego me cuentas, que me tienes en ascuas con lo que me has desvelado…

Lo que hemos oído a estas dos vecinas de un pueblecito manchego es totalmente cierto. Desde que la medicina empezó a dar sus primeros balbuceos con curanderos y magos, en nuestro planeta Tierra, su objetivo principal siempre fue recuperar la salud del enfermo, aunque bastantes veces con intereses espurios y con métodos y tratamientos agresivos y equivocados, especialmente hasta los siglos XIX y XX. Después, ha transcurrido mucho tiempo y, por fin, ya casi en el siglo XXX, los chinos le han echado la delantera a los americanos y europeos, en este y otros muchos campos, y han conseguido alcanzar el mayor talismán que cualquier ser humano, de cualquier raza o nación, anhela: el rejuvenecimiento y/o envejecimiento voluntario…

Lo que no sabe Filomena (que así se llama la segunda vecina, en cuestión) es que esto no es tan sencillo como parece: ir al médico, que te recete años de menos (o de más, según se quiera o vea conveniente) y que en un plis‑plas te encuentres de nuevo con tus veinte abriles (es un suponer), disfrutando de la vida y sin achaque que echarte al coleto… La cosa tiene más busilis del que parece, porque ese cambio de edad no se puede producir indefinidamente, sino que únicamente es posible realizarlo dos veces, cada persona, a lo largo de toda su existencia. Por lo que había que andar fino… Los hay que piden que le receten tantos o cuantos años de menos y, al cabo del tiempo, vuelven a su doctor para rogarle todo lo contrario, pues creían que por ser joven todos los problemas (especialmente, los de salud) estarían resueltos. ¡Se llevaban tantas sorpresas…! Igualmente, los doctores en medicina tenían que ser personas muy especiales: además de curadoras de cuerpos, pitonisas, psicólogos, psiquiatras…; en definitiva, sanadores de mentes y almas descaminadas.

Era lógico que, a la mayoría de la gente, cuando llegaba a cierta edad, en la que achaques y goteras hacían su aparición, los galenos les recetasen la última medicina para que cada enfermo se aposentase en la edad que le fuese más feliz o dichosa. También, había jóvenes que anhelaban correr el reloj de su existencia velozmente y pedían años de más para alcanzar ya la madurez y disfrutar de todas las prebendas que conlleva ser adulto; aunque ello fuese aparentemente contraproducente, pues lo que se perdía en calidad de vida se ganaba en experiencia, sabiduría y perspectiva distante de la vida…


Úbeda, 5 de mayo de 2016.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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