Por Salvador González González.
A petición de un compañero, comparto con los lectores algunas reflexiones que en estos momentos me hago.
Recuerdo, aunque estoy seguro de que todos conocen que la palabra democracia viene del griego, de una palabra compuesta por demos, que significa ‘pueblo’, y kratos, que quiere decir ‘gobierno’; por tanto, literalmente quiere decir eso, ‘gobierno del pueblo’. Por ello, en síntesis, democracia es un sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho de este a elegir y controlar a sus gobernantes. Por tanto, a tenor de las clasificaciones que ya hacían Platón y Aristóteles, ni es un gobierno aristocrático (gobierno de los mejores o de unos pocos), ni mucho menos autocrático o monárquico (gobierno de un sólo sin contar con el pueblo).
El gobierno democrático puede articularse mediante una democracia directa, como se hacía ya en Atenas, en la plaza pública, donde se debatían y aprobaban los temas que afectaban a la Ciudad-Estado, por los concurrentes a la misma, donde una persona era un voto; o bien la llamada democracia participativa que se estructura a través de representantes que el pueblo elige para que hablen por él y les gobiernen, como la mayoría de las democracias burguesas imperantes en múltiples países de nuestro entorno, a través de elecciones libres y directas de sus ciudadanos. Hasta ahí, estos preliminares sólo pretende situarnos donde nos encontramos en estos instantes, como sociedad democrática en nuestro país, homologable a cualquier otra que nos podamos y queramos comparar, al menos desde el punto de vista formal, porque ahí es donde comienzan mis reflexiones, visto los sucedido en esta legislatura que acaba de concluir, incompleta y estéril en su totalidad (la más corta desde el advenimiento de la democracia reciente), porque los representantes elegidos por el pueblo soberano han sido incapaces de articular un gobierno que rigiera los destinos para el mandato que las urnas determinaron.
Por tanto, los elegidos no han cumplido el encargo para el que se les eligió. El resultado ha sido un intento fallido, que el pueblo no ha entendido y que los representantes han incumplido.
¿Cómo es posible que no hayan sido capaces de articular la conformación de una mayoría de gobierno, consensuando entre distintas opciones, con un denominador común que les hubiera permitido asumir esas tareas de gobierno y, con ello, determinar las medidas de reformas necesarias e imprescindibles para que el país acabara con la incertidumbre, en que hemos permanecido estos cuatro meses? Para mí, la respuesta es contundente, por la partitocracia imperante, ya que han primado los intereses de partido al de los electores que lo eligieron. El pueblo nunca se equivoca y, por tanto, la conformación de las mayorías tendría que haber salido de la correlación de fuerzas surgidas del resultado electoral, buscando todos aquellas cosas que les uniesen y, sobre todo, el bien común de todos y renunciando a aquellas aspiraciones que, si bien pudieran ser legítimas, no permitían un consenso factible ante ellas; es decir: dejando a un lado las banderías y singularidades de cada una de las opciones que pudieran conculcar esa articulación posible. Nada de esto ha sucedido por ello; y, con ello, han enfadado a los electores que les eligieron para este menester. El pueblo ha sido engañado, pisoteado y ninguneado por las opciones; y sus líderes no han estado a la altura del momento y, por ello, de sus votantes.
Lo peor que se puede decir de una democracia participativa, como la que tenemos, es que esta no cumpla los fines por y para los que existen. Creo y entiendo que este no es el camino y los partidos debieran tomar nota de que por ahí no “arde el puro”, si quieren hacer la voluntad del pueblo al que representan.
Los ciudadanos están cabreados y hastiados de esta clase política, con escasa altura de miras, de modo y manera que esperemos que la próxima contienda electoral no nos acarree un alto índice de abstención ‑lo que implicaría que la ciudadanía ha pasado de la participación‑ y castigaría, de esa manera, abandonando el juego democrático. Si le sumamos a ello los índices de corrupción imperante en mucha de esa clase política ‑que no toda, por supuesto‑, se corre el riesgo de que el sistema entre en crisis.
Es el momento de llamar a los ciudadanos a participar y a comprobar cuál es el programa que estos partidos llevan y que expongan con quién y cómo piensan desbloquear; caso de que el resultado sea bastante similar al que se ha tenido y que no ha permitido conformar un gobierno en esta situación, para que esta no se vuelva a repetir. Y, de otro lado, qué compromiso asumen de cara a rectificar, hacia el futuro, las lagunas que el sistema, en estos años, ha demostrado que existen: supresión de la ley electoral, por desproporcionada; implantación de segunda vuelta, en caso de que no sea posible conformar mayorías para gobernar; establecimiento de primarias, para elegir los candidatos, posibles listas abiertas y un largo etc.
Todo es perfeccionable; y el rodaje del sistema, que nos ha traído la Constitución del 78, no ha demostrado la existencia de carencias; pero lo que no es de recibo es que, hacia el futuro, se pretenda destruir todo para crear algo distinto. Se debe reformar, desde lo que hay, con espíritu de concordia, como cuando se aprobó la Carta Magna actualmente vigente. Con generosidad, se deben acometer las reformas necesarias que el momento requiere: Forma de Estado definitivo, cuestión territorial inacabada y sin cerrar, etc.
Se requiere, para este nuevo tiempo, una clase política, al menos, con el mismo espíritu que en la transición; si ello no es así, el futuro será incierto y desesperado para nuestra sociedad .Todos debemos remar en la misma dirección: ese es el camino.
Los andaluces debemos también despertar del letargo y buscar ser sujetos activos de nuestro devenir como pueblo. Seguimos siendo utilizados para gobernar en Madrid y esos mismos representantes, la mayoría de ellos, cuando van a esas Cortes, se olvidan de nuestros problemas, que siguen sin resolverse. Somos, lamentablemente, el farolillo rojo en múltiples parámetros: fracaso escolar, índice de paro juvenil, nivel de pobreza…
Así no podemos seguir; necesitamos herramientas políticas que nos hagan salir de esa espiral, por el bien de nuestro futuro y, con ello, de nuestros hijos.
Estas reflexiones son frutos del momento político por el que atravesamos. Dice un refrán muy nuestro: “A grandes males, grandes remedios”. Pues eso; pongámosle, entre todos, remedios a esta situación, empezando por los sujetos que conforman la participación política, los Partidos Políticos, Agrupaciones de Electores, Coaliciones, o cualquier forma en que se presenten, con pretensión de ser parte activa en el proceso electoral que de nuevo se abre.