Por Mariano Valcárcel González.
Por delante de este escrito, vaya mi felicitación más sincera para el amigo y compañero Juan Ramón Martínez Elvira, nombrado “Hijo Predilecto” de nuestra ciudad de Úbeda, en la pasada fecha del Día de Andalucía.
Juan Ramón es historiador vocacional de larga trayectoria. Su hábito de enfangarse dentro del Archivo Municipal entre los legajos numerosos e indescifrables (unos en mejor, otros en peor estado) le ha deparado muchas horas de su vida empleadas en descifrarlos, desentrañarlos, descubrir sus contenidos y, con ello, dar nuevos aires a la historiografía local, que se vino nutriendo fundamentalmente de los trabajos de Ruiz Prieto ‑allá en el siglo diecinueve‑, Cazabán o de Juan Pasquau ‑en el siglo veinte‑.
Precisamente, esa labor de investigación sin prejuicios ni ataduras conceptuales le llevó a ciertos enfrentamientos (yo sé bien que no deseados por él) con algún otro que también excavaba en los papeles antiguos, pero que consideraba inapelables sus deducciones. Nunca sentó, pues no lo pretendió nuestro compañero, cátedra. Y, sin embargo, aportó bastante para su propio saber y el de los demás, lo que no es poco. Al fin y al cabo, es maestro. Pedagogía.
¡Cuán diferente la postura humilde y trabajadora de Juan Ramón con quien, en estas mismas fechas, intentaba, por la brava, que ese nombramiento recayese en su persona!
Yo podré, sin ánimo de ofensa, afirmar que el sujeto en cuestión y acorde con su carencia de cultura y saber se estuvo comportando como un necio. Díganme ustedes si es de recibo que una persona se proponga a sí misma para ser agasajada y homenajeada con ese título tan especial, y que, de acuerdo con ese su deseo, se lance a la calle directamente al asalto de ciudadanos para que le firmen sus pliegos de firmas petitorias (que el mismo personaje blande ante la cara del solicitado firmante). Es incluso un insulto al valor y a la categoría que tal distinción tiene y a quienes se la han merecido.
Afortunadamente, prosperó donde ha lugar, o sea en la comisión de cultura correspondiente, la idea de distinguir al compañero Juan Ramón Martínez Elvira con esa titulación mencionada. Justamente por la labor callada y constante, meritoria, que ha estado llevando y lleva en pos de la aclaración y divulgación de nuestros bienes históricos y culturales. Esto sí es de merecer, agradecer y distinguir. Esto sí es trabajar por la ciudad de Úbeda. Con fundamento.
Pero no faltan en nuestra ciudad quienes, en su mediocridad (o menos que mediocridad), se empeñan en formar parte de la compañía de la adulación y del bombo perpetuo hacia elementos que no valen ni una reseña en páginas noticiables. Gentes que, al igual que el hidalgo del Lazarillo, farolean, se muestran en público ante cualquier evento procurando hacerse notar, se creen que por mucho que pronuncien la palabra “Úbeda” ya lo son más que cualquiera, no dudan en utilizar a los demás para voceros de sus discutibles méritos, fuerzan y retuercen el ánimo de los otros, por mero cansancio y pesadez.
Son de la compañía de la adulación, porque forman círculo de aduladores continuos. Hoy por ti, mañana será por mí (¡y hay de ti si no me lo devuelves…!). Porque esa es otra: créense con el divino derecho de recibir los favores y las adulaciones de los demás y, si se les falla o simplemente se les deja en su manía, se ofenden muy mucho y, con certeza, serás borrado de su lista de “verdaderos” ubetenses. Saben que esto es un mero negocio de pleitesías y parabienes que tiene sus reglas y que no conviene conculcar. Aunque todos sepan quién es quién y lo que vale, que generalmente no es mucho.
Estar en algún puestecillo de figurón, carguillo de firma y rúbrica, portaestandarte de asociación o compañía, aunque no se aporte labor eficaz, pero que sirva como tenderete de mercadillo de cambios y muestrario, que no implica mucho pero que puede dar rédito, esta es la clave. Y, si no rédito material (que generalmente no se persigue), sí un rédito de egolatría y vano orgullo, de ente gaseoso hinchado e hinchable, que ya y con eso se conforma el sujeto.
Cuando el no nominado pretendía serlo no faltaron quienes, sin temor alguno a hacer el ridículo, alzaron sus voces, acudieron a su llamada de almuédano y se concitaron en su alrededor, sin una mínima pizca de objetiva crítica y criterio. Cualquier cosa vale como mérito. Distinguir, discriminar, evaluar lo que es importante de lo que es mera farfolla (por mucho que se la etiquete) no se lleva en nuestra ciudad. Ráscame la espalda que luego te la rascaré yo. Regla de oro. Y jugar con la inocencia y el desconocimiento de las gentes para manipularlas.
Al contrario que nuestro amigo Juan Ramón, que no intentó siquiera campaña preparatoria de opinión pública. Claro: es que hay diferencia.