Por Fernando Sánchez Resa.
Una vez jubilado, quise alcanzar un anhelo largamente soñado: aprender la lengua de William Shakespeare, puesto que pertenezco a una de las muchas generaciones que estudiamos, a lo largo de toda nuestra vida académica, el bonito y sonoro idioma de La Fontaine. Así, mi horizonte literario y vital se ensancharía aún más; especialmente, ahora que andamos en un mundo globalizado en el que el inglés se ha impuesto cual esperanto universal, como herramienta imprescindible para desenvolverse con mediana soltura.