Por Antonio Lara Pozuelo.
Aguarda un poco, hermano caminante,
y contempla esta lápida un momento:
ella es sede, descanso y monumento
de un ser excepcional que, en un instante,
dolorido, rotundo, trepidante,
—como fustiga a la arboleda el viento—
la vida abandonó sin un lamento
y la muerte abrazó como a una amante.
Recuerda, peregrino, su mirada
y admirable sonrisa: fiel testigo
de un corazón sin par, firme y señero.
Llórale cuando acabes tu jornada
porque ha sido tu amable compañero
y fue, sencillamente, nuestro amigo.