Grandes ofertas

Por Jesús Ferrer Criado.

Observamos que en los supermercados resaltan, con una etiqueta llamativa ‑diferente a las otras‑, algún producto al que denominan NUEVO. El mensaje subliminal es que supera las cualidades de los otros productos similares, elimina defectos y es, en definitiva, mejor. Cuando te informas más detenidamente, o cuando los compras, resulta casi siempre que la etiqueta NUEVO no es más que un reclamo y que el producto en sí varía poco o nada. No hay más que ver los detergentes de lavadora, que llevan año tras año superándose, que ya no se sabe por dónde van, en su camino hacia la blancura infinita.

También vemos cómo destacan con grafías grandes y colores fuertes otros productos a los que llaman OFERTAS. No es extraño que la tal oferta se deba a que la cosa está a punto de caducar, a que es de peor calidad y no se vende o que vaya unida a la exigencia de comprar una gran cantidad. «Desconfíe de las ofertas», insisten una y otra vez las asociaciones de consumidores. También puede tratarse de un cebo que incluyen en el folleto para que vayas a la tienda y ya, de paso, compres otras muchas cosas totalmente ajenas a la pregonada oferta.

Cuando ofrecen un 50% de descuento en la segunda unidad lo bueno sería comprar sólo esa segunda unidad, porque si compras también la primera, ahora mucho más cara, el precio conjunto de ambas resulta igual al que tenían antes.

Todo eso es merchandising, mercadotecnia, propaganda… formas diversas de seguir con el negocio haciéndole creer al cliente que él sale ganando. Y, en los tiempos actuales, eso es perfectamente legal, pero casi siempre es mentira.

Hoy día el viejo refrán «El buen paño en el arca se vende» resulta viejo, tonto y falso. El negocio, cualquier negocio se basa en una buena propaganda. La empresa contratará a precios astronómicos a estrellas deportivas o del espectáculo para prestigiar el artículo que naturalmente venderá carísimo. Y así será más importante el logo de la marca, bordado en la prenda, que la calidad que pueda tener. Lo que compras es el logo y la vanidad de vestir como el ídolo de moda.

Algunas empresas presumen, además, de honradas, serias y fiables. Porque una buena propaganda tiene que incluir la mejor imagen de marca: «Nosotros somos formales, somos generosos, le damos esto y lo otro y, para nosotros lo único importante es usted». Eso es mentira. Pensemos en la propaganda de los bancos. Lo único importante para ellos, es lo de ellos: sus dividendos, sus mansiones, su tren de vida…, pero no pueden decirlo tan crudamente. Y nosotros tragamos y algunos hasta se lo creen.

También hay gente que cree que donfulano hizo los sacrificios que hizo sólo para que su hijo se hiciera médico y «salvara nuestras vidas». Y que otro donfulano se pluriempleó para que su hijo fuera juez y así implantara justicia protegiendo al pobre. Y creen igualmente que tal chica, después de terminar Derecho, se encerró dos o tres años como una monja, estudiando catorce horas diarias, preparando “notarías” sólo por amor a la verdad. Y que todos, todos los padres abnegados y los hijos que se dejaron la vista en la mesa de una pensión de tercera, todos ellos, ingenieros, arquitectos, profesores, investigadores, técnicos… no tuvieron más afán ‑mientras gastaban dinero, juventud y mucho esfuerzo‑ que sacrificarse para salvar a la sociedad de los abusos de los vividores, de las desgracias de la vida, de la ignorancia, del atraso, etc. Y eso es mentira. No era por eso.

Si la regla general no es, por el contrario, que todos esos sacrificios se hicieron para subir en la escala social, para disfrutar de fama, dinero y prestigio y, en definitiva, por un comprensible y natural egoísmo, es porque también hay nobilísimas excepciones en medicina, enseñanza y otros campos ‑pero muy especialmente entre curas y monjas‑, que se despiden de su familia y de su país para jugarse la salud y la vida en mitad de la selva o donde caigan. Y como para ese cometido no hay miles de candidatos peleándose por el puesto, pues nadie pide “primarias”, ni “limitaciones de mandato”. (Respecto a las ONGs, hay tantas y tan diversas que cualquier cosa es posible, incluso que algunas se sacrifiquen realmente por los demás).

Que hay muchísimos profesionales, conscientes de su responsabilidad, entregados vocacional y honradamente a su deber, es innegable. Pero, ¿cuántas veces no hemos oído en la voz de algún funcionario eso tan gracioso (?) de «Me podrán engañar en el sueldo pero no con el trabajo» para justificar su desidia? Yo, muchas.

Las televisiones nos ofrecen ‑nos inoculan cada día‑ cientos de anuncios, convenciéndonos de las bondades de cualquier artículo. Los fabricantes, o vendedores, de los diferentes productos pagan por su difusión; y, con los ingresos de esa publicidad, la cadena se permite ofrecernos sus programas: películas, magacines, noticiarios, concursos, retrasmisiones deportivas, etc. Si alguien cree que el interés de la emisora es proporcionarnos información y entretenimiento por mera filantropía o por cariño al pueblo, allá él… porque eso es mentira.

Obviamente podemos disfrutar, a pesar de todo, de cierto nivel de calidad en las cosas, porque hay algo llamado competencia que acaba castigando más pronto que tarde al que se pasa de listo. El fruto de los monopolios y oligopolios, tanto en lo comercial como en lo político, es el abuso impune, la corrupción y la estafa. Y eso, aunque sean de los nuestros, es malo y debemos evitarlo.

Si me he demorado hablando de mercadotecnia, de egoísmo y de interés comercial es porque eso es lo que hay y lo que nos rodea: propaganda engañosa más o menos hábil. Mucha chica sonriente, mucha voz melosa, mucho entusiasmo fingido, mucho cuento.

Y en política, igual. Que haya gente intentando convencerme de que su interés por ser alcalde, ministro, diputado o presidente del Gobierno es altruista y sólo pretende mi bien, me molesta bastante, porque está insultando mi inteligencia y mi experiencia. Ya sé que no me hablan a mí personalmente, que soy un simple ciudadano, uno. Le hablan a las masas, a los clientes del supermercado, a los jóvenes descreídos que, de pronto, creen en los milagros, a los imbéciles que creen que los políticos son mejores que ellos a pesar de la que está cayendo.

Mientras se dilucida quiénes son mejores, cada partido presenta su candidato más guapo, más alto y con mejor dentadura. Como en un anuncio de perfume. Recordemos que el voto de una joven ilusionada vale como el de una catedrática.

Nos pongamos como nos pongamos, en política, en la economía o en la vida corriente, estos son los mimbres con los que tenemos que hacer el cesto: ambición, egoísmo, codicia, engaño, juego sucio…, reconociendo que también nosotros somos esos mimbres. Sólo nos queda aplicarnos para elegir con cuidadoso criterio a los menos malos y vigilar para que no se echen a perder.

El Gobierno es el gestor de los intereses nacionales en su conjunto. Podríamos decir que ante todo debe buscar el bien del pueblo, pero frecuentemente nos encontramos con gobiernos a quienes sólo les interesan los bienes del pueblo, que no es lo mismo.

Es el signo de los tiempos. El materialismo como dogma y como praxis. Y nosotros mirando.

¿Por qué ese fetichismo hacia futbolistas de nuestro equipo, si sabemos que, despreciando nuestros (?) colores, se irán sin remedio a donde más le paguen?

¿Por qué esa devoción hacia políticos que ni conocemos, ni nos conocen, para quienes sólo somos ladrillos con los que construirán el pedestal de su estatua?

¿Por qué lloran las marujas cuando en las revistas de las peluquerías se enteran de las desventuras amorosas, tantas veces amañadas, de tal modelo, de tal actriz o de tal princesa cuyo lujoso tren de vida es inimaginable para esas pobres lloronas que las compadecen?

¿Por qué el político que más daño le ha hecho a España ‑cuyo apellido anunciaba ya su altura de miras‑, goza de enormes privilegios que le pagamos los mismos a los que arruinó?

El mal tiene facetas, pero el fondo es el mismo: somos ignorantes y confiados y otros se aprovechan. Y, además, necesitamos que nos engañen, que nos edulcoren el porvenir, que nos den cualquier esperanza aunque sea absurda, que halaguen nuestra inteligencia de pueblo. Vox populi, vox Dei, dicen como si se lo creyeran. Parece que necesitemos nuevas creencias y nuevos profetas, ahora que estamos dando la espalda a los de siempre. ¡Se ponen tan serios contando cuentos!

Y, mientras tanto, en sus despachos o en sus gabinetes de campaña, unos y otros elaboran estrategias para engañarnos mejor, para conseguir que compremos sus productos, sus programas y sus papeletas de voto. Unos y otros idean eslóganes, muletillas, anatemas y gritos rituales para captar nuestra voluntad, para marcarnos el camino o para señalar el enemigo que batir.

Los partidos políticos se comportan como empresas comerciales que buscan clientes, cuantos más mejor, para engordar sus arcas, ocupar más espacio y soñar con el monopolio. Ya lo dijo EL ROTO: «En el futuro, los partidos no tendrán militantes. Tendrán accionistas».

Cuando el candidato a alcalde promete: «Y os voy a hacer un nuevo polideportivo» se le ha olvidado intercalar algo. Debería decir: «Y os voy a hacer pagar un nuevo polideportivo». Pero, en las campañas, la palabra “pagar” está prohibida, como también lo están: deuda, obligación, prudencia, responsabilidad y cosas así.

Se trata de mensajes trucados, amañados para que suenen bien, como los de el señor Mas en Cataluña. Oyes sus promesas y piensas que no va a haber suficientes perros para tanta longaniza como tendremos para atarlos.

Un poco tarde nos hemos enterado de que en las pasadas municipales, en algunas ciudades importantes, hemos votado a concejales indeseables. También en otras localidades pequeñas. Víctimas de pactos y componendas, nunca se nos dijo lo que, de verdad, iban a hacer con nuestro voto y ya no podemos reclamárselos. Somos tan idiotas que los compramos simplemente porque eran NUEVOS y nos hacían GRANDES OFERTAS.

Pero ellos están tranquilos porque saben que nunca escarmentaremos y les seguiremos comprando.

jmferc43@gmail.com

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