Por Jesús Ferrer Criado.
A mi amigo Melchor.
No era la primera vez. El cumpleaños de Inma, la mujer de Melchor, propiciaba algo especial y nada se nos ocurría que fuera más excitante, más exótico y más prometedor que volver a la sierra ‑a la sierra de Baza‑, donde Melchor poseía una casa ‑un viejo cortijo, ahora rehabilitado‑, herencia de familia. Con mucho trabajo, constancia y algo de dinero había convertido en habitable ‑ocasionalmente habitable‑, el antiguo cortijo, si bien no tenía agua corriente ni electricidad.