De piedras y montañas

Por Mariano Valcárcel González.

En el lío en que actualmente estamos inmersos, mezcla y batiburrillo de todos los conceptos e ideas y de todo lo imaginable, a fin de crear un estado tal de cosas en el que nadie sea capaz de discernir con claridad, menos todavía decidir por sí mismo y por lo tanto apto para dejarse llevar por quienes sepan y decidan manejarlo, el hablar con claridad y el llamar a las cosas por su nombre es como una tarea titánica condenada al fracaso o a la perpetua repetición, como en la mitología griega ya se dejaba expuesto.

Se han subvertido las ideas desde todos los frentes. Hoy, a lo que realmente es blanco se presenta como no‑negro y a lo negro como no‑blanco, en la indecente intención de confundir totalmente (y dirigir, pues, en la dirección deseada) al incauto, que así queda anulado y a merced del manipulador.

Es como esto de la economía, que nadie entiende, pues que siendo supuesta ciencia no lo es exacta y hay tantas teorías económicas como economistas hay. Otra cosa es la práctica económica que sí que se puede ver reducida a dos, o a lo sumo tres, grandes corrientes de acción. Una de ellas, por cierto, es la que practica aquello de la socialización de la riqueza.

¿Habla usted del comunismo, pues?, ¿del socialismo…? Pudiera ser que se decantan por esa socialización, en reparto de los bienes, que otros dicen de la pobreza (uno con totalidad y el otro matizadamente); mas no me refiero a estos estereotipos de supuesta socialización, sino a un capitalismo interesado que se aferra a la práctica de la privatización de las ganancias y a la socialización de las pérdidas. Que es lo que se está practicando ahora, con todo el descaro del mundo mundial.

Todo lo que se predica como productividad, optimización de los recursos, deslocalización, mejora de los rendimientos y adecuación de los balances no va sino directamente encaminado al mayor beneficio posible del empresario y, por lo tanto, al grosor de su cuenta corriente. Como se invoca el derecho privado a la propiedad y a la libre empresa y comercio, pues está claro que eso da derecho a la privatización y patrimonialización absoluta de los beneficios y ganancias obtenidos. Hasta ahí, todo correcto.

Cuando fallan los presupuestos anteriores, por diversas circunstancias o incluso por acciones del propio empresario al que le interesa que los balances sean negativos, se entra en pérdidas que, generalmente, el empresario no quiere asumir como propias. Y, si es listo y tiene recursos dialéctico‑legales suficientes, procurará que esas pérdidas se traspasen a los demás, empezando por los obreros que caerán en el desastre (pues al quedarse sin trabajo ya están asumiendo parte de las pérdidas); y siguiendo por las diversas administraciones públicas, en especial y principalmente “papá Estado”, que deberán absorber los costes de la mano de obra (regulaciones de despidos, subsidios de desempleo…) y los pasivos de capital, si quiere salvar algo de lo dañado o reflotar lo hundido. Así que entonces sí que existe una verdadera socialización negativa, un trasvase de resultados podridos y letales hacia la sociedad en general. Con la carga y la rémora correspondiente en la economía general del Estado, que pagarán los ciudadanos con sus impuestos (subidos). O sea, que en realidad se hace lo mismito que se dice de los sistemas socialistas: repartir la pobreza (salvo a los poquitos ellos). Hasta aquí todo incorrecto.

Pero así se anda.

A esto están apuntados todos los empresarios, sean grandotes, medianejos o pequeñitos. Que, en las escuelas de economía o de empresa, debe ser lección bien repetida y aprendida. No quiero decir que todos ellos la practiquen, aunque la conozcan.

Los grandes capitostes, de enormes conglomerados, pierden el norte, el suelo, y dejan de comprender que su enorme montaña está formada por múltiples granitos; y, si esos granitos se desmoronan, se pueden quedar sin montaña. No andan por las sendas de su montaña a pie y no conocen cada una de sus piedras. Pocos se obligan a ello. Pero los medianos y, sobre todo, los pequeños empresarios sí conocen las piedras que van dando forma a su montaña; que incluso ellos mismos, a veces, son piedras de la misma.

En ello me centro. El empresario de antaño adolecía de ejercer el paternalismo con sus empleados. Si era persona de corazón sensible y de honestidad a prueba, este señor sentía como parte suya lo que acaeciese a cada uno de sus obreros. Correspondía con sueldo, como mínimo, justo; pero, a la vez, exigía total adhesión sin condiciones, entendiendo como traición si el laboral reclamaba ciertos derechos. No era mundo perfecto, pero era llevadero. Desde luego que la ganancia era del patrón, que repartía, o no, si había a bien hacerlo. Había paternalismos ya rayanos en la esclavitud y en la sumisión absoluta (que un padre también puede ser cruel) y radicalmente explotadores. Pero, en nuestra época, se reniega del paternalismo burgués y ningún empresario lo es. Considera que existe una mera relación de dependencia laboral y que es estrictamente ahí donde deben sentarse las bases del contacto patrón‑obrero. El trabajador es un mero medio de producción que, como tal, se puede cambiar, mejorar por otro, retirar totalmente del sistema empresarial; una persona vale lo que vale su situación productiva. Y punto.

El extremo, el empresario que considera que todo lo que entra en cajaes de su uso y particular beneficio, sin otros empleos y obligaciones. Y los hay que se emplean en ello un día sí y otro también, hasta que la economía de la empresa ya no aguanta más. Y cierra el chiringuito y a otra cosa. Esto se da mucho en la pequeña empresa y en especial en la rama hostelera (bares, restaurantes) y en otras del comercio. Para estos, todo el camino es llano; no hay ni piedras ni montañas que subir ni crear.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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