Por Mariano Valcárcel González.
Las elecciones nos van a marcar el calendario todo este año y no nos vamos a poder sustraer de esa influencia, para bien o para mal.
En general, muchos ciudadanos pensarán que para mal; pero ¡qué se le va a hacer; así lo han decidido, por nosotros, nuestros preclaros políticos! Con este peligro, ya caído sobre nosotros, hay una consecuencia que también se nos echa encima, que es la exacerbación de las pasiones. De las pasiones políticas o politiqueras. Y, con ellas, la vuelta de lo que nunca se fue, que es la propensión a la manipulación, el confusionismo, la exageración y hasta la tergiversación y la mentira descarada como forma no de confrontar ideas, ideales o pensamientos, sino de situarse por encima del contrario. Ir contra el otro, sin escrúpulos, pues al fin y al cabo… ¿no es verdad que el fin justifica los medios?
Me fastidian bastante quienes se conforman, aparentemente, con ser palmerosde sus supuestos líderes, seguidores sin criterio propio de los grupos políticos con los que simpatizan o militan; simples altavoces de lo que les dicen o leen. Lo entendería de gentes en las que no suponemos cierta formación; pero lo veo en muchos de los que sí se supone la tienen. Pero, claro, suponer formación versus cerebro es mucho suponer.
No digo yo que por tener formación y/o cultura las personas no puedan tener preferencias políticas e incluso formar parte de asociaciones y partidos, que es opción personal y, a veces, muy valiente y comprometida; lo que digo es que, en todo caso, habrían de mantener su ecuanimidad y objetividad y siempre ser honestos y verdaderos, a pesar de lo que a su alrededor viesen o padeciesen. Admiro a quienes se comprometen, pero detesto a quienes son meras marionetas y, sabiéndolo, lo consienten.
Alguien me comentaba: «Mariano, tú siempre en el fiel de la balanza»; y, en verdad, que así lo he venido intentando. Por ello, me enervan las sin razones y las afirmaciones tendenciosas y con tal evidencia de falsedad (o intencionalidad de ocultar la verdad) que un análisis somero y racional (y honesto) las desmontarían al instante, si alguien se tomase la molestia de hacerlo. ¿Exige la militancia o simpatía de una idea, traicionarse a sí mismo?, ¿ser intencionadamente amnésico?, ¿negarle toda credibilidad y valor a lo sucedido, si es que no fue cosa de los míos…? Salvo que estemos tan implicados de lleno, que la militancia no solo signifique afinidad ideológica, sino que implique otras consecuencias menos teóricas y mucho más prácticas y gratificantes para nosotros; vamos, que de ello saquemos algo para el bolsillo.
¿Y si no militas?, ¿y si no tienes ataduras, ni personales ni ideológicas?, ¿a qué tal forma de quedar pringado, enfangado, cuestionado en tu honestidad e independencia, en tu propia estima…? Entonces, tu obligación es ser honesto por encima de todas las cosas. Y, sí, puedes estar en uno u otro lado del espectro político, hasta salirte del mismo, o ir fluctuando; o, como el pollito en el corral, ir picando de acá y de allá, pues nadie está obligado a la absoluta sabiduría. Aquí estoy yo, que no me creo ni sabio ni militante de nada (no, no tengo afiliación a asociación o partido); pero que sí me creo honesto.
Honesto para tener buena memoria. Y con la memoria, el recuerdo; y con el recuerdo, la interpretación del pasado (y en esto siempre hay un componente personal, inevitable). Pero ello me hace colocar las piezas y no perderlas y, aunque le dé más importancia a unas que a otras, las piezas siempre están ahí para componer una figura correcta. Dar el manotazo en la mesa y desbaratarlo todo, con tal de que se pierdan parte de esas piezas, es de tramposos. Y es a lo que juegan algunos: a hacer trampa, para así lograr pasar por verdadero (o falso) lo que los hechos desmienten. Lo han hecho durante mucho tiempo, demasiado, y ya deberían haberse convencido de que los logros (en caso de tenerlos) son parciales; aunque habré de admitir que con ello se conforman: con el regate en corto y para la ocasión. Hay muy poderosos intereses implicados en ejecutar estas maniobras y no van a cejar, a ceder, en esta técnica tan vieja ya. La prensa adicta… una de las claves.
Seamos serios por favor. Al menos, seamos respetados; no se nos trate como masa, adicta a la bazofia que nos echen de comer; dadnos argumentos para clarificarnos; admitid los nuestros y nuestros aportes, aunque a veces os puedan cambiar el discurso. Creed que pueden existir otros puntos de vista, sin desautorizarlos, ni insultarlos sin más.
Pero estamos en año electoral múltiple y ya vemos; y, según se avance, peor las malas costumbres que se hacen todavía más malas, se enconan y se enervan; y, lo peor, se tratan de justificar, pues… el fin justifica los medios. ¿O no?