Por Fernando Sánchez Resa.
Serían las diez de la mañana del 19 de agosto, estando ya en nuestros trabajos, cuando aparecieron varios camiones vacíos; lo que nos hizo sospechar que venían para trasladarnos… Nos llamaron para que volviésemos al pueblo y allí estaban alineados frente a nuestra cárcel, junto a una buena sección de soldados de infantería. Dieron tiempo para comer el rancho mal cocinado (aunque no fuese la hora); pero, por experiencia, todos los presos sabíamos que las primeras veinticuatro horas de traslado a otra prisión eran de ayuno obligatorio…