Presentado por Manuel Almagro Chinchilla.
Interesantes reflexiones sobre el alcance de este antagonismo, que Ramón Quesada desarrolla partiendo de dos noticias recogidas de un periódico. Al tratarse del ser humano, la trascendencia y la singularidad de las conclusiones tienen especial relevancia, de ahí que nuestro articulista recurra a pensamientos de filósofos griegos y hasta al cancionero popular.
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Santiago de Chile
Leontina Espinoza, argentina, tiene sesenta años y asegura que ha pasado «toda la vida pariendo». Sus meses de embarazo juntos suman veinte años de vida. Casada con Gerardo S. Cáceres, de setenta años, el matrimonio ha tenido setenta y tres hijos y está embarazada de dos meses.
Huelva
La mujer portuguesa que reconoció ser la autora de la muerte de su hija recién nacida, cuyo cadáver fue encontrado en la Pescadería Antigua, ingresó ayer en la prisión provincial. La mujer justificó lo sucedido «por el estado de desamparo en el que se encontraba, ya que tenía a su cargo a su madre y sus tres hijos».
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Las dos noticias, recogidas en un diario de tirada nacional, son diametralmente opuestas. La primera es la ansiedad de un matrimonio que hace, del último de los sacramentos de la Iglesia, lección de servir a Dios, creando nuevas vidas por amor. La segunda, injustificable, es la perversión del amor; es el desprecio al quinto precepto de la Ley de Dios; el remedio a la humanidad, que exige la vida del ser a toda costa para la continuidad de su proceso.
—¿Qué niño le ha gustado más del orfanato? —le preguntaron las monjas a José Lister, al terminar su visita a la casa cuna de Upton—.
—Todos sin excepción. Pero bastará sólo un tris de vida y ellos mismos maldecirán a quienes los crearon.
Creo que sí; creo que ha llegado la hora de que nos tomemos la vida en serio, sin filosofías. Las vidas concebidas en abundancia, como es el caso de Leontina Espinoza para Dios y para el mundo; y de quienes las quitan, como la mujer portuguesa, para oprobio de la libertad y del derecho a vivir, sobre todo y todas las cosas.
Siguiendo en cierto modo a Aristóteles, por su sensibilidad y razón, yo diría que nuestros poetas tienen «influencias para echarle una mano al mundo» y desarmarlos de inmunidad. Los santos lo hicieron en tan alto grado, que se les dio el más allá del tiempo.
Si Espronceda contesta a La desesperación con su Himno a la inmortalidad, de acepciones tan opuestas; si Quevedo, en Epístola satírica y censoria, censura al conde‑duque de Olivares por tenerle por uno más «en las costumbres presentes de los castellanos» y, sin pararse en mientes a don Pedro Girón ‑duque de Osuna‑, le llama “El grande” en Memoria inmortal; y si García Lorca se pregunta y se contesta en Balada ingenua, adónde va el peregrino celeste y a la par le sitúa en «la aurora que brilla en el fondo», es fijo que el poeta, en un misterio que ni piensa, debe elevar a la altura del cosmos la voluntad de la humanidad con sus tocatas de versos; pues, si llegan al alma…
Leontina Espinoza y Gerardo S. Cáceres han entrado en el libro Guinness de los récords y de ello se ha encargado su hijo mayor, que tiene cuarenta y cuatro años; el menor cumplió uno en agosto. De no habérsele hurtado la vida, el hijo de “la mujer portuguesa” contaría con tres meses de sonrisas e inscrito en el libro del registro civil de la ciudad donde vio la luz y las sombras, como criatura viva y luego muerta.
En muchos de sus partos, Leontina, que vive acurrucada en el amor de su esposo, en una chabola del barrio de Villa las Hojas, en las afueras de Santiago, dio a luz mellizos y trillizos; además, tiene ocho hijos que aportó Gerardo de su matrimonio anterior. La mujer de Portugal tiene su residencia en la prisión de mujeres de Huelva; ha perdido a su madre y a sus tres hijos; pues, cuando estos tengan más de “un tris de vida”, repudiarán el vientre que los engendró y las manos que les quitaron la hermanita que los ilusionaba.
Todo esto ha sido consecuencia de «buen amor y de malas entrañas», según la copla del andaluz despechado. Y el amor, desigual en la humanidad como todas las ramas del árbol, ha tenido aquí destinos irreconciliables, perspectivas irreversibles que creamos los seres de la Tierra para nuestro propio drama.
¿Puede haber razón suficiente para desterrar de la vida a la vida? En el caso de “la mujer portuguesa”, además, se han roto otras tres vidas; porque ya las de los pequeños que deja en los brazos del mundo van a ser vidas sin amor maternal, que es el sentido por el que el hombre se crea la “impropiedad” del alma, la peor de las imperfecciones ante Dios.
Todo esto es demasiada verdad. Es la verdad eterna que, desde el génesis, se repite cada día. El hombre, que aspira a la eternidad, a un puesto fijo más allá del cielo donde la interinidad se desconoce (si es que Él ignora algo), se presta con frecuencia a los instintos irracionales; ya, por tanto, animal y bestia: “hombre‑bicho”, esclavo de “su mañana” más bien.
A los descendientes de Leontina y Gerardo les bastará su propia referencia como carné de identidad; su modo de “haber sido vida” para gozar del edén terreno, que es decir de “un puesto estable” en la “vida geográfica”, según Juan Pasquau; en la “vida interina”, como afirma San Francisco de Sales. Precisamente ahora, cuando sinceramente no sabía cómo acabar este artículo, leo que el Gobierno de Francia, dada la baja demografía del país, ha tomado medidas para estimular el nacimiento de un tercer hijo que ofrezca garantías al reemplazo de las generaciones.
Pero, me pregunto: «¿Pero con hijos paridos por Leontinas o por mujeres como la de Portugal?».
(16-04-1991)