Abstracciones

Por Mariano Valcárcel González.

Pureza.

Término abstracto. El humano, se dice que por ser sapiens, se ha ido elaborando una terminología conceptual cada vez más compleja y, se supone que, gracias al desarrollo del pensamiento filosófico, ha ido estructurando un universo de ideas (expuesto en teorías, sistemas, argumentaciones y sus refutaciones correspondientes, escuelas y corpus completos) que se separa obviamente de lo material, puesto que las ideas no tienen materia y sólo soporte material si se plasman en lo dicho anteriormente.

Cuando nos salimos del terreno material, corremos el serio peligro de perder el sentido de la realidad y, con ello, quedamos en la nadería del mucho ruido y poca sustancia.

Una de las elaboraciones del sapiens es la creación de los abstractos. Los abstractos no existen (qué difícil es explicarles a los escolares esa categoría de abstractos de ciertos sustantivos) y, como tales, solo son representaciones y reducciones (o, paradójicamente, generalizaciones) de tantos y tantos concretos, hechos concretos, incorporados a la realidad por sus cualidades comunes y persistencia en el tiempo.

De ahí esto de la pureza. Que era palabra muy utilizada, inculcada, exigida, en nuestros tiempos de colegio religioso. La pureza era una cualidad que deberíamos tener, mantener, defender y siempre ejercer… Entendiéndose que se trataba de mera pureza sexual, mera abstinencia sexual, mera represión sexual. Como todo lo que trataba de sexualidad era pecado, la cumbre de la virtud era no haber cometido acto sexual alguno, y se consideraba modelo y se ponía como tal a la mismísima Virgen María (que por ello era virgen).

Pues sí, la pureza se equiparaba a castidad. Cuanto más casto se era, hecho real, más aumentaba el tesoro de pureza, hecho abstracto; o sea, se intercambiaba lo material por lo ideal.

Ahora nos llegan con fuerza los que se consideran a sí mismos “puros”.

Pero esta nueva pureza no se refiere a la anterior (ni la contempla), sino que abarca más, que tiene más extensión; o menos, si se piensa bien, pues se circunscribe a no estar contaminado… ¿Contaminado de qué o con qué? Con la práctica política, social o económica. No contaminado por la práctica cívica.

Los nuevos puros se presentan inmaculados de vicios, prácticas y perversiones provenientes de los que antes estuvieron (o aún están) inmersos en la vida y las prácticas públicas, que se suponen llevaron encima como rémoras imprescindibles. Se exige pues la pureza, porque supuestamente estos nuevos son portadores de la misma, de su excelencia. Se supone… porque la pureza es excluyente; y se supone que se es puro y si se es puro no se tiene mancilla alguna y si no se tiene mancilla alguna es que se es un súper ser, tipo angelical como menos.

Curioso; se catalogan como puros, dejando atrás el ser honestos, porque lo primero es más exigente que lo segundo. Sin embargo, exigir lo segundo sería más efectivo y mucho más realista que exigir lo primero. Ser honesto es ser consecuente en el día a día entre lo que se dice y lo que se piensa, entre lo que se piensa y lo que se hace. Es ser coherente. El honesto (y volveríamos a equivocarnos si lo reducimos a ser recatado, como antaño) se puede equivocar honestamente, pecar, caminar con su consecuencia por caminos inciertos; hasta ciertos delincuentes son honestos. La honestidad conlleva imperfecciones, la pureza no.

Por ello temo al discurso de los puros. Porque encierra dos terribles secretos: el de la intransigencia y el de la hipocresía.

El puro, que se anuncia y se vende como tal y como modelo a seguir, es generalmente intransigente. Exige a los demás la copia de su modelo, la impone en cuanto tiene ocasión y no admite variantes ni desviaciones. Por supuesto que tratará de eliminar a los que no cumplan. Es un dictador en potencia o en acto.

Además, generalmente es hipócrita. Con el disfraz de su pureza oculta sus imperfecciones, a veces terribles; y las oculta a conciencia y con conciencia clara de lo que hace. Porque lo que hace es inconfesable para un puro (no lo sería para un honrado), pues le supondría el hundimiento de toda su pretendida pureza frente a los demás.

Se tiende entonces a justificar las imperfecciones propias o de los afectos como cosas o no existentes, o surgidas de los ataques enemigos (¡el enemigo, siempre al acecho!) o, simplemente de poca monta, cosas nimias en las que no mereciese detenerse ni tenerlas en cuenta. Vara de medir con dos raseros muy distintos.

Honradez, honestidad, pureza… ¿Dónde están estas señoras?

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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