Bien, paisanos (también paisanas, no vayamos a meterla), que como les escribía anteriormente es fecha de tener ya hecho el plan veraniego y no se me han de despistar de ello.
Precisamente, unos de los más socorridos son aquellos que tienen por base la inclusión en cualquier excursión o viaje colectivo. Se puede optar por los tan ya asequibles cruceros, verdadera proletarización de los otrora glamurosos y carísimos, y verdaderos, cruceros. Que con la proliferación de navíos espectaculares (verdaderos hoteles flotantes con vistas) que permiten prescindir de esos camarotes bajo cubierta y bajo, casi, del agua, claustrofóbicos, y que transportan pasajeros a miles, todos creyendo que el capitán cenará con ellos en su mesa, pues es una opción muy solicitada y relativamente barata. Unos días de experiencia arquimédica.
Pero lo que más se utiliza en este sector es el viaje colectivo en autobús, con la ruta trazada y tasada, las paradas y fonda incluidas en el programa y las visitas y desplazamientos a ciertos lugares o incluidos o arteramente indicados como “opcionales”, lo que obliga a ampliar el gasto, puesto que se pagan aparte (es cierta maniobra por demás demasiado frecuente).
Desde luego que se dan durante todo el año. Los hay patrocinados por el IMSERSO (jubilados y pensionistas variados) y los hay específicos para ciertas edades (mayores de 55 años o de 60), en compañías especializadas. Es un nicho económico que hasta ahora ha dado buen resultado: los vejetes se gastan la pasta en esas salidas que les dan cierta sensación de libertad (o de ver lo que nunca, en sus penurias de antaño, lograron). Pero en verano es otra cosa.
En verano se apuntan familias, parejas, solteros o solteras en busca de compañía (si hay suerte), amistades y compañeros de trabajo que no pueden prescindir de sus cotidianos ni en vacaciones… Se van al autobús y adelante con los faroles. Como consecuencia de esta coincidencia de fauna en tan escaso lugar (el autobús y a veces el hotel) y algunos días de convivencia forzada (no suelen pasar de seis), se producen situaciones para todos los gustos y todas las aguantaderas.
Que no todo el mundo tiene que soportar a los tardones de turno, se esté donde se esté y se indique el horario que se indique, gentes guasonas que se creen muy graciosas, que se la pela tener a todo un autobús esperándolos (y se ríen con gracejo del que merecen una pedrada); entre esta fauna especialísima los hay que son tardones por despiste, o porque siempre, a última hora, se han parado a hacer unas compras. Y los que deben beberse la copita o fumarse el cigarro.
Tampoco es soportable o son (bueno, sí lo es, pero no se debiera si no es que somos de poco aguante) el o los escandalosos y vocingleros, que aturden con sus conversaciones entre ellos o en el móvil (que no falta) o que se pasan órdenes y trastos de una punta a otra del vehículo. Si algunos de los pasajeros quieren dar una ligera cabezadita, lo tiene bastante crudo. Y nos enteraremos de si fulanita irá de boda, si el cetanito se ha quedado en el curro, o si los mozos han ligado estos días o no… A veces nos aborda el o la compañera de viaje que tiene que hablar con alguien (es su forma de ser, qué se le va a hacer) y se entremete en la conversación con tu pareja.
Vale, que en estos viajes se socializa de alguna forma. Es de pena, ciertamente, observar a quien se ha apuntado al tour y va solo o sola. Deben estar muy perdidas estas personas que van así, sin nadie que los acompañe, que les ayude, que les consuele, que van de un lado para otro arrimados al grupo y se les ve desplazados y desorientados; no faltan las personas que se compadecen y los admiten en su círculo, aunque sea en el estado de precariedad de esos días de excursión. Por supuesto, tampoco faltan los o las cotillas que, a su vez, les hacen un tercer grado y les sonsacan pelos y señales (a ver, para algo debe servir el permitirles comer, por ejemplo, en su misma mesa).
Y da pánico constatar que alguno de los excursionistas tiene algún tipo de minusvalía o tara, más por la integridad del sujeto cuando, en las caminatas a lagos, ermitas o funiculares diversos, este se empeña en hacer lo mismo que los demás. No me confundan, que no me ando en discriminaciones absurdas, ni negativas ni positivas diría yo, que comento y describo una realidad que se produce.
Fantástico cuando el grupo es llevado a algún lugar típico en el que los guías tienen su correspondiente comisión. Lugar indicado para las compras, por las indicaciones más o menos explícitas que nos dan esos guías. Y ahí que nos miramos unos a otros con sorna y cierta mansedumbre, porque todos hemos picado de una u otra forma, y a la muestra nos remitimos en las bolsas y bultos que tratamos de meter en el autobús.
Los guías son cosa aparte. Que los hay buenos y malos. Amables y muy profesionales, siempre pendientes de su rebaño y de los horarios y lugares a los que lo llevan (incluso aprovechando el trayecto para dar someras y muy tópicas descripciones por el altavoz), estos guías cumplen su cometido y las gentes se lo agradecen. Mas, si te cae en el tour un o una guía de los que ahí están porque no hay otra cosa (o la empresa los contrata por una miseria y así cumplen ellos), puedes darte por seguro un viaje nefando. Lo mínimo que pueda pasarte es que te deje a la entrada de un museo (por ejemplo) y te diga que allá te las compongas y que tienes dos horas para ello (y sin la entrada). O que ni tenga pajolera idea de la zona por donde te lleva y no pretendas sacarle información, porque no la sabe. O que no calcule el horario y cuando llegues a un lugar ya esté cerrado el palacio que debías visitar… Pa tirarlos del autobús.
Seguiremos.