Un plan veraniego

Como se nos vino el verano, creo que deberíamos haber tenido ya encima de la mesa (o de la nevera, que tanto da) la planificación del mismo. Es lo más procedente para quienes, en esta época, disponen de días libres; que a la inmensa mayoría, seamos jubilatas o parados de corta, media o larga duración, nos la sudan los días libres de tantos que disponemos. Otra cosa es disponer de posibles.

Mi vecino (de calle), “El Paleta”, está jubiloso. Ya tiene planificada la temporada, pues marchará a los hoteles costeros… a trabajar. La coyuntura es favorable. Mi vecino, “El Paleta”, se siente rejuvenecido y está exultante.

Mi vecino, “El Paleta”, tiene un casoplón en mi calle que ríase usted de chalé en materiales de altas calidades, quincalla para incautos. El tío se compró una casucha desvencijada y ahí está lo que logró, cual oruga convertida en mariposa. Otra cuestión es el gusto con el que fue realizando la transformación. Me invitaba algunas veces a su patio, donde había puesto una barbacoa de obra y hasta una piscina, para compartir su riqueza. Sabía, el muy hijo de…, que me restregaba por el hocico la diferencia entre su mansión y el pisucho en el que continúo viviendo. Aunque me habla, hace tiempo que no me invita, creo que por influencia de su mujer y porque el patio no está ya como para tirar cohetes.

“El Paleta” está eufórico; pretende vivir una segunda juventud en esa llamada “costera”. En su adolescencia y juveniles años, fue uno de los muchos que hicieron su “mili” particular (apertura a otros mundos) en los hoteles de la costa. Balear, por más señas, que ahí descubrió lo que nunca en su pueblo hubiese imaginado; que, aparte del mallorquín (o catalán, que vaya usted a liarse entre filologías), aprendió que había mujeres que eran más altas que él, rubias o pelirrojas, que no eludían un ten con ten si les apetecía; que estaban, hasta altas horas de la madrugada, bebiéndose hasta el agua de los floreros; y a las que se les decía “suecas”. Y que se asaban, como chuletones a la brasa, horas y horas al sol.

En el hotel, vivió, en habitaciones compartidas, con otros de otros pueblos también llegados a lo mismo, hacinados, en zonas ocultas a la vista, donde tenían que hacérselo todo (hasta lavarse su ropa). Donde comían a deshoras y cuando el servicio estaba al ralentí. Donde conocían a las muchachas, también de pueblo, que a su vez acudían a los trabajos hoteleros de limpieza, o como camareras de habitaciones, o pinches las más, y con las que pagaban sus furores de macho ibérico lanzado y berrendo, cuando el alcance de las suecas se les ponía difícil, si no negado por completo (cosa que no llegaban a comprender, pues lo habían visto en las películas de José Luis López Vázquez, que a las extranjeras les iba el rollo cantidad). Más de una pobrecilla, también encandilada por los aires libertinos que respiraban (o creían respirar) y por los encantos de algún semental nacional y compañero de fatigas laborales, volvía tras la temporada al pueblo con un “encargo”… Mala cosa en aquellos tiempos en los que ser madre soltera, y en un pueblo, era un estigma insalvable.

Pues que sí; que mi “Paleta” vecino y antes muy acomodado trabajador en la construcción (he de admitir que muy buen profesional) se siente vuelto a los años mozos.

Irá a un hotel de la costa andaluza, esta vez como personal de mantenimiento y no como friegaplatos, tal como corresponde a su currículo, aunque cobrando mucho menos de lo que pensaba. «Pero algo es algo», me dijo, y ya le iba conviniendo un cambio de aires y cierta actividad, que se agobiaba mi hombre con esa inactividad forzada y esa zozobra continua a la que el gobierno (cualquier gobierno de la actualidad) lo tenía sometido. Así que, ante la oportunidad de un rivaival espectacular, ¿quién se atrevía a decir que no…?

Desde luego que volvería a esas habitaciones compartidas, de noches terribles de insomnio entre el calor, los mosquitos, el olor múltiple a humanidad, ropa y zapatillas sudadas, ronquidos o vomiteras de los que se pasaban de rosca (en general los novatos). Volvería a hacerse el invisible cuando le conviniese (aunque ahora la modita de los walkies o de los móviles lo hacían más difícil), y a meterse en las cocinas para apañarse unos bocatas de tamaño XXX (pornos en verdad) con la complicidad de la cocinera, a la que convendría tener contenta.

Ahora, tristemente habría menos nacionales, que todavía se prefiere contratar a rumanos, sudacas y hasta magrebíes o negros a veces, con tal de pagar una miseria. Teme nuestro “Paleta” que las relaciones entre esta multinacional sean al igual que las de la ONU, o sea, malas y a veces conflictivas. Además, se dice, la cualificación de este personal no es la ideal (él, que ya era especialista muy rodado y experimentado) y eso se dejará notar. Antes, sí en verdad que era así, pero como se contrataban un año tras otro a casi siempre los mismos, pues al final se terminaba teniendo a un personal muy preparado, aunque con los vicios también establecidos.

Se va el hombre al menos tres meses y deja a la familia atrás, aunque los conforma con que tienen la piscina para refrescarse y que puede que unos días los meta por allí en algún lugar que venga a tiro, para que no estén todo el tiempo sin verse. Cierto que, como se adivina, el tío va con afán de liberarse de ellos por un tiempo y con esa “ilu”, ya descrita, de retroceder cuarenta años en el tiempo, lo que en sí mismo no es poco: es todo.

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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