Llevo tiempo observando, tanto a mi familia como a un grupo de selectos amigos ubedíes, cómo andan moviendo los hilos para que, con motivo del décimo aniversario de mi fallecimiento, el ayuntamiento ubetense, juntamente con otras instituciones o personas importantes de esta ciudad, me erijan un sencillo monumento, sufragado por suscripción popular, con mi busto fielmente modelado por Pablo y Paco Tito, encima de un largo plinto de piedra, precisamente junto al hogar donde tantos años viví: en lo que hoy son los jardines del Portillo del Santo Cristo… Yo, como bien sabéis, no soy (ni he sido) persona vanidosa y hubiese preferido un busto de un material menos lujoso; pero, siendo así vuestra voluntad, lo acepto gustoso…
En esta plácida tarde veraniega de este verano incierto, voy viendo congregarse selecta concurrencia que pretende dejar memoria de mis pasos por estos lares con el mencionado monumento, así como la edición del libro Decirte lo que pienso, lo que vivo…, que a título póstumo han tenido a bien elaborar mi familia y mis mejores amigos, agrupando una serie de mis escritos (bastantes de ellos poéticos, pues sabéis todos mi amor a la musicalidad de la rima) en una antología apresurada; que seguramente será lo que más perdure en muchos de estos amigos y bibliófilos ubetenses, que esta tarde se han dado cita en este bello rincón de este acogedor bulevar, donde escucharé todas las alboradas y el canto alegre y desenfadado de los pájaros, mis nuevos y encantadores vecinos…
Observo que han colocado una gran pancarta en la muralla, con mi fotografía y mi nombre, así como una ristra de los títulos que, según los organizadores, me adornan para que todo el que pase quede enterado y admirado; aunque, en realidad, no es ese mi deseo, pues, conque mi familia y amigos sigan hablando de mí, leyéndome y recordándome con amor, estaré más que satisfecho. La vida desde acá se ve de una manera distinta: los honores y las alharacas están de más, son agua de borrajas; lo importante es tener la conciencia tranquila de haber aprovechado los años y talentos que Dios me concedió de una manera digna y con la vista puesta en el servicio a mi familia, al prójimo y a mi ciudad de adopción…
Con la puntualidad que caracteriza a Nicolás Berlanga Martínez, presidente de la Fundación “Huerto de San Antonio”, comienza el acto poco antes de las ocho y media, habiendo estado él, como táctico de este viaje, allanando rutas y resolviendo problemas durante meses atrás, esta pasada semana e incluso esta misma tarde para que las sillas, donde veré a mi familia, amigos y simpatizantes sentados, se hallen bien colocadas y el micro y toda la parafernalia del acto se encuentre a punto.
Nicolás, gran impulsor de la cultura y la recuperación ubetense, ha querido dedicar al público que lo escucha embobado su testamento verbal, desvelando la metamorfosis de este evento y enumerando (con su proverbial memoria) todas las reuniones previas y/o pasos dados; así como las personas e instituciones que han intervenido para que hoy me encuentre aquí presente, de mudo testigo, desde lo alto de este esbelto plinto en que me han colocado. Él ha recordado y agradecido a la brillante generación del 50 todo lo que hizo por ésta, su amada ciudad. La leyenda que han impreso a mis pies ha llegado certera a mi corazón:
Asombrosa ciudad, asomada
a las aguas del Guadalquivir,
al calor de tu piedra dorada
yo quisiera por siempre vivir.
Después, dos de mis hijos destapan el plástico azul en el que me encuentro envuelto. Al fin veo la luz y a todas las personas que han acudido a este emotivo acto. Antes, he estado percibiéndolo todo con el resto de los sentidos que tuve en vida, ya que Dios (y los promotores de esta celebración) han permitido que en esta tarde me materialice en este personaje broncíneo…
Agradezco de veras el honor de que Isabelina Cejudo y su grupo polifónico “Grupo Polifónico San Juan de la Cruz” hayan venido hasta aquí, transmutados en angelicales voces con su atuendo negro, para cantar el Himno de Úbeda que compuse, con tanto amor, al alimón de la inspiración musical de mi entrañable amigo Emilio Sánchez Plaza. Es una de las cosas que más me enorgulleció en vida, pues me llenó de alegría y satisfacción formar pareja eterna con este titán de la música. La verdad es que, oyendo sus ajustadas voces, he quedado aún más extasiado de lo que estaba observando: que todo el público lo ha cantado o chapurreado, permaneciendo en pie.
Mi caro amigo Ramón Molina Navarrete, a quien tanto quiero y visité, ha sido el encargado, por expreso deseo de mi familia y especialmente de mi hermano, de glosar prosaica y poéticamente mi biografía, mediante una encendida y sincera oda, como gran rapsoda y exquisito poeta que es. Su alusión a las múltiples “manos” que me ayudan y ensalzan, así como su poema final: “Has regresado Antonio”, me han tenido muy atento y complaciente, al igual que al público asistente. Y porque no puedo llorar, como sabéis, ya que si pudiese lo hubiese hecho sin vergüenza, como lo he visto reflejado en los semblantes de mis familiares y amigos más íntimos…
Cuando mi hija pequeña Isabel (“la Mini”, como yo la llamaba) ha saltado la valla metálica para entrar en el jardín y ponerse ante el micro, he sentido un pálpito especial y el mismo nerviosismo que ella, pues ha sido la encargada de dar las gracias a todos por todo, para que hoy yo, Antonio Parra Cabrera, me encuentre entre todos ustedes. Y, durante esos momentos, me ha parecido volver a revivir, de un golpe, toda mi vida familiar, profesional y literaria, especialmente cuando ha recordado a mis dos inigualables amigos, Antonio Ruiz y Antonio Millán y a toda una generación de hombres ilustres como Juan Pasquau y muchos más, que teníamos en nuestro particular frontispicio un amor inmenso a nuestra Úbeda… Tras alegar que el único fallo del libro es que no lo puedo firmar yo en persona, mi hija ha felicitado y dado las gracias a todos entregando al alcalde de la ciudad un simbólico ejemplar de mi libro para que obre en la biblioteca municipal y en los diferentes colegios e institutos de la ciudad…
Y con el ejemplar en sus manos, José Robles Valenzuela se dirige al público, y a mí, por supuesto, hermanándose con mi hija por ser descendiente de un paisano de Orcera, como lo fue su padre, y haciendo su discurso político e institucional; congratulándose del momento álgido en que nos encontramos con las celebraciones y aniversarios de personajes ilustres ubetenses, entre los que me incluye, y potenciando la unanimidad para la erección de este monumento: pues todos los partidos políticos de la corporación han venido en representación, repitiéndose lo que ya ocurrió cuando me nombraron Hijo Adoptivo de la ciudad. Me ha gustado que abogue por el consenso y la consolidación y unificación de todas las fuerzas políticas, civiles, ciudadanas, institucionales o particulares como Huerto de San Antonio, Club Diana, etc., buscando siempre el mismo objetivo: engrandecer y servir a nuestra ciudad y a todos sus ciudadanos…
Con la foto de familia, y también institucional y de amigos principales como Miguel Pasquau y Nicolás Berlanga, ante mis plantas he podido sentir esa fraternidad auténtica que canta la Marsellesa… También me ha dado mucha alegría comprobar la soltura con la que mis nietos realizan la venta desenfadada de mi libro que, por cinco euros, podrá estar en cualquier biblioteca particular.
Me he sentido algo importante, lo reconozco, puesto que hasta los vecinos de las casas o pisos de enfrente han estado en sus balcones observando este raro espectáculo que se les ha ofrecido gratuitamente, alegrándoles sus vidas, puesto que me han recibido como un vecino más de esta calle arbolada, que tanto encanto tiene. Agradezco al público que no haya parado de aplaudir a cada interviniente y que haya puesto su granito de arena para que la hora que ha durado este acto institucional se me haya pasado entre las manos.
Y poco a poco, tras dilatadas charlas, cálidos saludos, enternecidos besos y/o abrazos, todos se han ido marchando, calle arriba, en busca del restaurante El Trujal, donde se fundirán amistad, nostalgia, humor y fina ironía… Será lugar de encuentro de mis familiares y amigos más íntimos, donde brindarán por mi persona. Espero que lo pasen fenomenalmente, salpicando esta cita gastronómica con el fino humor que a mí me caracterizó en vida, rememorando anécdotas, encuentros, escritos o frases que yo tan a menudo usaba; como la que protagonizaba, todos los años al comienzo de los premios anuales Gavellar, en Madrid, cuando decía: «…Trucha a la Navarra y el pesado de Antonio Parra». Allí estaré con todos vosotros, en el recuerdo y en la añoranza; pero mi busto (y mi memoria oral y escrita) permanecerá entre el verde prado de esta dorada muralla, donde disfrutaré de amaneceres y atardeceres gloriosos, mientras no me ocurra, al menos así lo espero, como a otros colegas que me han precedido en esta entronización escultórica: que en la soledad de su jardín ciertas tribus incívicas y bárbaras han hecho tropelías sin importar el sitio estratégico donde se encontraban en nuestra ciudad Patrimonio de la Humanidad: Cava, San Isidoro, Biblioteca Municipal, Paseo Mercado…
Úbeda, 4 de julio de 2014.
Nota del redactor jefe: Dos fotos son de Alberto Román Vílchez (la del monumento con el coro al fondo y la perspectiva superior del conjunto humano). La foto de Paco “Tito” creando el busto y la del rostro del homenajeado las he tomado de internet. El resto de fotos son de Fernando Sánchez Resa, autor del magnífico texto, imaginado por él.