Esta frase lapidaria fue cogida y prestada por mi tocayo Salvador de Madariaga, referido a un hecho constatado por él mismo, al parecer en la etapa de la restauración monárquica, con los gobiernos de alternancias de conservadores y liberales (Sagasta y Cánovas). La compra de voto era lamentablemente una práctica bastante habitual: el cacique candidato, aprovechándose de la escasez y del hambre física que los obreros en general y los jornaleros en particular en Andalucía padecían, iba casa por casa, comprándoles por dos duros para que emitiesen el voto a su favor.