«En mi hambre, mando yo»

Esta frase lapidaria fue cogida y prestada por mi tocayo Salvador de Madariaga, referido a un hecho constatado por él mismo, al parecer en la etapa de la restauración monárquica, con los gobiernos de alternancias de conservadores y liberales (Sagasta y Cánovas). La compra de voto era lamentablemente una práctica bastante habitual: el cacique candidato, aprovechándose de la escasez y del hambre física que los obreros en general y los jornaleros en particular en Andalucía padecían, iba casa por casa, comprándoles por dos duros para que emitiesen el voto a su favor.

Pues bien; la frase tuvo que ver con la dignidad de uno de los jornaleros a los que se dirigió para comprarle su voto, dándole en mano los dos duros, que era el valor estimado del voto en esos momentos; pero, en este caso, el cacique de turno no se esperaba la reacción del jornalero que, arrojándole los dos duros que había puesto en sus manos al suelo, le dijo: «En mi hambre, mando yo». Dándole la espalda, entró en su humilde casa.

Yo la cojo igualmente prestada para, al hilo del debate sobre la posible independencia de Cataluña que, aprovechándose de su posición dominante ‑mayor nivel de PIB interior‑ y, por ello, a sabiendas de que nos haría mella al resto, en el supuesto de que la independencia de su territorio se llevase a cabo, creo que junto a todos los argumentos que pueden y deben esgrimirse, de que esa operación, si se realiza, tendrá también para ellos unos costes que deben valorar, ciertamente ese sueño no les saldría gratis, Mariano Valcárcel González. Opino que hay que hacerles ver que también la dignidad del resto existe; porque, si amenazan que irremediablemente se llevara a cabo la secesión, no puede tolerarse que por ello se pretenda chantajear con las consecuencias de que su ida nos haría a todos más pobres (a ellos, por supuesto, también); que, a modo de compensación y para evitar que cojan “las de Villadiego”, obtengan un tratamiento preferencial y discriminatorio respecto a los demás; en nuestro caso, Andalucía debe dejar bien claro «que no es más que nadie, pero tampoco menos que nadie».

También aquí me viene, en este asunto, la letra del himno de la JOC que entonábamos en la Safa, haciendo un paralelismo con referencia del mismo a la dignidad de los obreros, con la de los pueblos, que nos conculcó nuestro entrañable padre Marín SJ.

En pie, la Juventud Obrera,
que un orden nuevo viene alzar;
un mundo, en ruina, nos espera:
jocistas, vamos a luchar;
a luchas por nuestros hermanos
en la oficina, la mina y el taller;
en pie de guerra, todos avancemos.
Paso a la JOC que ha de vencer,
que ha de luchar, por la Verdad
del trabajo y su programa.

De la justicia social

Digo también que debe primar la sensatez y la cordura; y, quienes pueden, deben iniciar una vuelta al sentido común, para evitar el “desmadre” que supondría la separación de una parte tan importante para España como es Cataluña; pero, dicho esto con rotundidez y en alta voz…, con la misma contundencia, debe decirse que Andalucía no va aceptar ningún desequilibrio económico en su financiación que signifique una merma en sus ingresos, más precisos, precisamente, que en esa otra comunidad, por el diferencial existente respecto a ella, de manera que los principios de solidaridad y subsidiaridad deben aplicarse imprescindiblemente. No debe darse por bueno cualquier nuevo modelo de financiación autonómica que implique una ruptura con el concepto de Justicia Distributiva entre las demás comunidades autónomas de España (aquí vuelve a tener valor, en cierto sentido, el contenido del himno jocista antes citado, en cuanto a dar a cada uno lo que le corresponde).

Si el órdago independentista sigue adelante, pese a los intentos que deben hacerse por todos de volver a la normalidad en las relaciones entre todos los pueblos de España porque, en conjunto, nos enriquecemos unos con otros por el enorme potencial que supone ‑lenguas vernáculas, costumbres, folclores, arte, literatura… como aportación de todos al acerbo común que conforma el patrimonio de lo que debe ser considerado como español‑, de igual modo también debemos romper, por justicia, con las imágenes estereotipadas de que hay maneras de ser y sentir que se exportan como españolas y, a otras, parece que les duele que se les ponga esta denominación.

Así, cualquier palo del flamenco: seguiriya, tonás, soleá, bambera, malagueña, fandango… que se oye… se considera esencialmente cultura española, por ser andaluza; así como la jota, también, a pesar de ser aragonesa o el chotis castizo madrileño; en cambio, la sardana parece que les duele que sea considerada un baile español, por ser uno de los innumerables, del riquísimo folclore español, en este caso catalán.

Lo mismo debiéramos decir de las lenguas españolas: catalán, eusquera, gallego… o las formas distintas de hablar el español como el andaluz… Español que, por supuesto, es nuestra lengua común, que debemos todos conocer por ello y cultivar sin menosprecio y en plano de igualdad con las otras lenguas de España. No debieran ser utilizadas éstas como forma de enfrentamiento y división, sino de enriquecimiento, concordia y puestas en valor para todos. El franquismo marginó el uso de las lenguas maternas en esos territorios y, ahora, se produce la posición opuesta: el poder, en esas comunidades, margina a la que es la de todos y cooficial con la de allí, con medidas de discriminación en múltiples esferas ‑educativas, comerciales, etc.‑.

Si, en una familia, hay un miembro que no quiere permanecer en ella, hay que ser claro…: «A quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga», pese al dolor que pueda producir al resto de los miembros y a la repercusión en el empeoramiento de la situación para todos (una vez agotados todos los recursos para evitarlo, por quien corresponda). No podemos hacer otra cosa que lamentarlo y aguantar el tipo entre los que sí queremos y deseamos seguir siendo parte de esa gran familia, de manera que entre todos podamos, con esfuerzo, salir adelante, pese a ese enorme contratiempo.

A lo mejor, puede ocurrir que, con el tiempo, le suceda lo que está pasando hoy en Crimea (a la que obviamente no se puede ni debe comparar Cataluña) que, cuando vean y padezcan en sus carnes las consecuencias de esa decisión, retome la petición con más fuerza, si cabe, de pedir entonces el retorno a la que fue y sigue siendo Patria Común de todos los españoles; porque, tan español es un vino malagueño o jerezano, que un cava o del Penedés, un txacolí o un rioja, un manchego o albariño, que un ribera del Duero o uno de la Rioja alavesa, por hablar de nuestros estupendos caldos. Todo eso podemos tirarlo por la borda.

Todavía estamos a tiempo, aunque esa es otra: muchos españoles de otros territorios ya empiezan a estar hartos de este “amagar y no dar”, después de más de 30 años de vivir en paz y libertad, con comunidades con más competencias que las que poseen los propios estados federales. Sin embargo, estos siguen una hoja de ruta que, al parecer, en nada han desviado de sus deseos de escisión, contraviniendo con ello, al día de hoy, lo establecido en nuestra Carta Magna del 78, siendo desleales a ella (habiendo jurado o prometido su cumplimiento), vendiendo a los de “su cuerda” un supuesto paraíso con la independencia, cuando lo que pueden conseguir con ello es una gran “ñañara” (con perdón, utilizando un término con el significado recogido del vocabulario andaluz de don Antonio Alcalá Venceslada, ahora que nuestro compañero José M.ª Berzosa Sánchez está poniendo en valor, con buen criterio, el que está editando en esta nuestra publicación).

Pero, incluso puede ser aún peor, de llevarse a cabo tal propósito. La fragmentación social en Cataluña sería un hecho inevitable. La aparición de su población dividida en radicales catalanes antiespañoles, o todavía más extremistas, como los pancatalanistas, anexionistas, imperialistas de territorios cercanos (Países Catalanes), justificado por pretendida similitud en razón de lengua que, no siendo específicamente catalana, estos la consideran como tal, por contraposición con los que se sienten antes españoles que catalanes, o los que se sienten tanto catalanes como españoles… Resultado: un infierno para el futuro de la convivencia en una Cataluña independiente.

bellajarifa@hotmail.com

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