Ley de la «malafollá»

Hay días en los que es mejor quedarse en la cama.

Pienso que eso diría Onetti, que no contaba en días sino en meses y años lo de quedarse en la cama. Y es que, al escritor, todos los días de año debían parecerle nefastos, no dignos de perder el tiempo internándose en los mismos a base de unas actividades tal vez innecesarias. ¿Qué más de malo supuestamente podía pasarle allí?

Y lo cierto es que hay días en los que es mejor quedarse en la cama. Uno lo siente nada más pisar el suelo, sea con el pie derecho o con el pie izquierdo, que tal da lo mismo. Uno va y se dice, nada más iniciar su actividad, «Hoy va a ser un día jodido», porque ya lo nota. Y los hechos inmediatos se lo van confirmando.

Empieza por ir al wáter y mearse fuera, que el chorrete sale descontrolado y contra toda lógica hacia cualquier punto cardinal menos en la dirección correcta. Y, entre la soñarrera que se lleva y el retardo en la reacción, queda un charco florido que el causante se apresura a disipar como sea antes de que su parienta aparezca y le inicie una tangana de las que se escuchan en todo el barrio, que es lo que pretende por demás, y así se enterarán de que ya andas gagá y de que eres un pichafloja.

Uno pretende ducharse y se da cuenta, ya despelotado y dentro del cubículo, que el agua sale fría irremediablemente, y peor si ya le cayó directamente encima, cortándole la respiración, contrayéndole los músculos y, cual exorcista, incitándote a maldecir en arameo (que lo logra). Es un inicio de día terrible. O enfrascado en su rasuración, si lo hace con cuchilla, se larga un tajo de lo más molón, que tiñe de rojo el lavabo y maldita la que lo parió que no se corta la sangre y ahora no me acuerdo dónde puñetas están o el algodón o las tiritas (o están al otro lado de la casa).

Estas cosillas así, tan de tempranera, lo marcan para todo el día a uno. Mas la cosa puede no haberse iniciado tan de repente, que el mal fario te da margen, como para que te prepares. Y tú, inocente, crees que son cosas tuyas y que puede que no, que el día no sea tan malo. Y vas y te confías. Puede que te llegues a la cocina a preparar el desayuno y ahí te salta la liebre. Porque, o calentando el café con leche o preparando las tostadas, te quemarás impepinablemente, si no se te ha ido la leche por sobrecalentamiento. Y lo de la caída de la tostada al suelo ya es un clásico, que hasta se utiliza como ejemplo, por aquello de la ley de Murphy.

Este Murphy debió ser un malafollá.

Bueno, si te vas al trabajo, puedes tener mil y una oportunidades de que se te joda bien el trayecto. Mas centrémonos en cosas domésticas. En este día, declarado el del mal fario, puede que llamen a tu portero los más variados tipos, que te reclaman les abras y, a veces, imperativamente (los hay muy educados, sí) con cartas, propaganda, misioneros de la buena nueva, el que se olvidó la llave o que no acierta con el timbre del vecino, o se empeña en que ahí vivan personas totalmente desconocidas… Te joroban la concentración que andas poniendo en leer, preparar un trabajo, lograr por fin defecar después de días de estreñimiento o hacer una chapuza.

Porque eso de hacer una chapuza es otra. Que vas y decides, ¡por fin!, acometer aquél arreglillo que ya llevaba tiempo y que un día sí y otro también la parienta te pedía que lo resolvieses y tú, que te precias de poder hacerlo ‑anda, que te ahorro en arreglos lo que te gastas en la pelu‑, pues además tienes un arsenal de herramientas made in China, de lo mejor del mercado, pues… «que sí, que lo hago…». Malhaya el día en que compraste el martillo, la cola, el nivel o el medidor de corriente. Te pones y no resuelves ni por casualidad. Cuando no falta un aparatico, falta un destornillador o una punta especial; cuando no se cae un tornillo y no hay modo de encontrarlo de nuevo, el puto grifo sigue teniendo escape, a pesar de los apretones de tuerca que le has dado… Y, si andas con electricidad, te llevarás, en este día fantástico, un lampreazo de los que entran por la mano y salen por el zapato, pasando por el cerebro, que te lo fríen. Y venga a poner cosas de por medio y a ensuciar y a dejarte las manos empeguntadas de mierda o, peor, de pegamento del que no se va y te lo tienes que quitar a tiras de piel. Un lujo, vamos, un lujazo que te brinda la vida para demostrarte que todavía estás vivo, que puedes ser útil, que tu mujer todavía te quiere… estrangular.

Si encima, en día tan aciago, te permites conectar la tele, puedes tener una bonita noticia, de las que nos reservan nuestros amables políticos, que te dejará casi en coma. Para rematarte y si sigues, por inercia, en lo del televisor, te puedes llevar la gran sorpresa de tu vida con el regreso a la pantalla de alguna de esas “glorias nacionales” de la vida, llamada “del corazón”, que te abrirá en canal, en disección a lo vivo, lo poco que quede intacto de tu cerebro.

En fin, a qué alargarme; rematarías la faena, ya en declive total, si te decides a retozar (y te deja) con tu pareja, y descubres, ¡ay, dolor inmenso!, que aquello ya no es lo que era y se ha declarado en huelga indefinida. Vamos, como para no levantarse, lo juro.

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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