Historias de la radio, película española de 1955, dirigida por José Luis Sáenz de Heredia; vista el 16 de mayo. Es una flor cinéfila radiofónica que contiene cinco historias (tres centrales y dos transversales), a cual más entrañable y delicada; que vienen acompañadas (cada una de ellas) con una enseñanza debajo del brazo y del retrato costumbrista de la época en que se produjo.
La primera: dos inventores que quieren patentar un pistón y necesitan dinero, por lo que uno de ellos (José Isbert) trata de llegar el primero, vestido de esquimal (con trineo y perro), al estudio de Radio Madrid, para ganar 3 000 pesetas; la segunda: obtener 2 000 pts. por atender a una llamada telefónica (que casualmente contesta un ladrón en plena faena…) y presentarse en el estudio radiofónico para identificarse (y que irán a parar a quien más lo necesita…); la tercera, que es (para mí) la más entrañable y toca los ribetes del corazón: un maestro (llamado D. Anselmo) es campeón de bondad y entrega cuando va a la radio, en Madrid, para ganar las casi 2 000 pts., de las 12 000 que hacen falta para operar a un niño en Estocolmo, alumno suyo en el pequeño y perdido pueblo de Horcajo de los Montes, donde ejerce su vocación profesional.
Este trío de historias andan intercaladas y unidas mediante el cordón umbilical de la retransmisión mañanera de unos ejercicios físicos, que dos panzones personajes siguen al pie de la letra, con tal de perder peso, sin conseguirlo; pero, al menos, alcanzarán y consolidarán su amistad, que no es poco…; y el dispar enamoramiento de dos locutores: Gabriel Matillas (Paco Rabal) y su prometida (Margarita Andrey), que tienen sus altibajos en el trabajo y en su relación amorosa… ¡Qué recuerdos de nuestra añorada y amada peseta, en comparación nuestro joven y fluctuante euro, que más parece marco…!
Esta película es una galería continuada de personajes de mi infancia y adolescencia, que he visto en otras películas, Estudios 1 o series de televisión; y que acercan al cinéfilo (de cierta edad) a aquel ya lejano mundo… Se ve todo como a medio hacer. ¡Qué recuerdos…, cuando en mi casa (como en la inmensa mayoría de los hogares españoles) no había todavía televisión y se escuchaba (diariamente) la radio a la hora de las tres comidas! Años después, el mismo director realizó “Historias de la televisión”, ahora ambientada en el medio televisivo.
José Luis Sáenz de Heredia puso, en todos sus trabajos, los valores de una sociedad oprimida por un régimen que supo salir de sus penas. Historias de la radio reproduce fielmente el sentir de un pueblo que confiaba en su vecino, como si de un familiar se tratase. Con un elenco de extraordinarios actores clásicos: un Paco Rabal en su salsa (chulo y engreído); un Juanjo Menéndez, trepa; José Isbert, cual científico tímido, intentando patentar su pistón…; la reconciliación en la historia interna de la radio; y un romance que no puede faltar en ninguna película que se precie. Esta comedia alcanza lo sublime con ciertos toques de drama, que conciencia al espectador…
Se pinta, de la mejor manera posible, a las “fuerzas vivas” de la nación, tanto a los curas (de una humanidad arrolladora), como a la Guardia Civil, al alcalde, etc.; junto a curiosidades, como ver a estrellas de la época (el torero Gallo, el futbolista Molowny, la cantaora Gracia Montes o el locutor Bobby Deglané), podemos disfrutar contemplando una perfecta muestra de cómo se hacía radio en la época.
La película plasma el uso del teléfono como medio de contacto entre el programa y sus oyentes. Uno no puede dejar de emocionarse ante la sencillez y la naturalidad con la que están contadas estas historias. Estas películas de la época se han convertido, además, en (casi) documentales sobre aquella España que mucha gente no ha vivido, y que puede recordar también con la serie televisiva “Crónicas de un pueblo”…
La quimera del oro (vista el 23 de mayo). Ese día volví a la Sala de Lectura del Hospital de Santiago. Fue una tarde con mejor tiempo que en otras ocasiones, donde, poco a poco, el sol fue calentando inteligencias, ambiente y corazones… Allí nos juntamos un grupo de incondicionales cinéfilos, que (como siempre) disfrutamos de lo lindo, visionando esta original cinta, restaurada y subtitulada…
Es un filme norteamericano del año 1925, con guión, dirección, producción e interpretación de Charles Chaplin. En 1942, fue reestrenado, en versión sonora, con un nuevo acompañamiento musical y narración en off del propio Chaplin, por lo que recibió dos nominaciones a los Premios Óscar: mejor sonido y mejor banda sonora. La música de Max Terr subraya la comicidad de la acción y los lances dramáticos y románticos, con una partitura original rítmica, rápida y colorista.
Juan (nuestro presentador y gurú cinematográfico) dio unas breves y buenas pinceladas, en plan amigo, de esta bellísima cinta plena de momentos inolvidables, que más de uno habrá visto alguna vez o, al menos, algunas de sus escenas o gags: la tormenta de viento que impide a Charlot salir de la cabaña; la pelea de Larsen y Big Jim por una escopeta; la cabaña arrastrada por el viento hasta balancearse sobre el borde del precipicio; la invitación de unas muchachas para la cena de Nochevieja; el baile de los panecillos y tenedores; la comida de la bota cocida; y su final antológico…
Es una historia triste (y oportuna), que viene como anillo al dedo de aquella época de “la fiebre del oro” (o de esta época, de “la fiebre de la crisis” y con gran parte de la sociedad con la soga al cuello…), donde se ve reflejada, mediante el sabio lenguaje cinematográfico del cine mudo (con una pragmática distinta a la del cine hablado y de color…), y con una surtida batería de gags que hacen reír a todos; y, a veces, nos pone tristes, porque nos hace cavilar en “la fiebre del oro” que todos llevamos dentro… Es una parodia, pero a su vez una metáfora, de las fuerzas (no tan extrañas) que nos teledirigen; pues, muchas veces, andamos luchando (quiméricamente) contra viento y marea contra determinados elementos e ilusiones ajenas que nos imbuyen y, muchas veces, lo importante lo dejamos a un lado… ¡Menos mal que este filme acabó demostrándonos (y recordándonos) que el sincero amor siempre triunfa por encima del dinero y del interés espurio!
Su sinopsis es muy sencilla. Charlot, el vagabundo (Charlie Chaplin) llega a Alaska (en 1896) como buscador solitario de oro. A lo largo de su recorrido, conoce a Georgia (Georgia Hale), al bandido Big Jim McKay (Mack Swain) y a Black Larsen (Tom Murray). Durante su estancia, se enfrenta a diversos contratiempos: frío, hambre, soledad, tormentas de viento polar, eventuales ataques de osos…
El filme es una comedia muda, que constituye una obra clásica del cine, y tras el que se ocultan largas horas de trabajo y esfuerzo, puestas al servicio del perfeccionismo que inspiró siempre a Chaplin. Es una película que capta en sí misma (por su simpleza infantil) la esencia más concreta de lo que llamamos cine: sin referencias externas, con mensaje, sin artificios, original y divertido cine infantil para niños de todas las edades. Chaplin representa en esta comedia lo más conceptual del arte, lo más abstracto, capturando la humanidad misma con extrema sencillez y lanzándosela al espectador, que la recibe asombrado por su falta de interferencias.