Esto no es el reino de España, a lo más es la república del patio de Monipodio.
En aquel patio sevillano bien que se pudieron encontrar Rinconete y Cortadillo con el Lazarillo, con el Guzmán de Alfarache, Urdemalas, don Pablos y el Licenciado Cabra, la Lozana y tantos otros de la fecunda tradición española. Aforo lleno antes y ahora.
En aquel patio, el señor Monipodio imponía sus reglamentos que eran seguidos, sin discusiones, por todos los de la cofradía y ¡ay, del que se atreviese a ello! La ley del pícaro era la ley. Monipodio tenía a buen seguro la fuente de sus ganancias y la estabilidad de sus negocios. Repartía según grados y eficacia. Y todos en justa compaña.
Cuando hacía falta, el alguacil de turno se pasaba por el patio. Unas veces para cobrar su parte, otras para elevar queja y prevención sobre el peligro de traspasar ciertas rayas rojas. Regla de oro: favor, con favor se paga. Y así se mantenía el orden establecido.
Esto apenas ha variado. Pero la variación es de gran calado.
Ahora esto es un gran, enorme, patio de Monipodio. Trinca todo el que puede procurando cumplir la regla de oro establecida; se allega a sí o se allega uno a otro que sea el funcionario correspondiente que facilite los trabajos y cuide del aparente bien discurrir de los mismos. Que lo establecido se mantenga en uso y la maquinaria no se deteriore demasiado y el negocio no se detenga. Pero todo escapó al control de Monipodio.
Surgieron muchos más ambiciosos y tahúres que los que se tenían por costumbre; imposible, pues, administrar la turbamulta de sinvergüenzas sin visión de las cosas y que se saltaron las reglas más elementales por obvias. Ambiciosos y sin conciencia. Monipodio quedaba como un antiguo que sabía lo que se hacía; tenía su ética y consideraba el estado de las cosas como inalterable.
Oigo o leo cosas ahora que me aterran (y no son en especial las que más suenan).
Ese fraude paraolímpico por ganar un título, medallas y los réditos que se generasen, a costa de engañar a unos pobres minusválidos, es de vomitar: asqueroso. Y estaba bien oculto, hasta ahora.
Leo que se le dan premios y se le dieron ayudas oficiales (suculentas y de distintos orígenes y gobiernos políticos) a un chiringuito de playa que incumple flagrantemente la ley de costas y que unos guardias civiles, en creencia de su trabajo, habían denunciado. Leo que ese chiringuito (¡joder, de tres alturas en buen hormigón!), de Matalascañas, era una somera carpa y que ha llegado a lo escrito acá, saltándose todas las reglas y normas, obteniendo o no permisos municipales provisionales y siempre tardíos, muy tardíos, como para que se diesen las cosas por hechas por la mera fuerza de lo hecho y construido. Legalidades a medias o ilegalidades consentidas, porque el alguacil de turno, convenientemente, mira para otro lado.
Y ya no sólo no se mueve nada, sino que hasta se premia lo sucedido.
Que es lo que ha venido sucediendo con otras y tantas construcciones levantadas bajo la misma norma del mirar para otro lado, dejar hacer, simular que se está trabajando en el caso, ocultar papeles o dejarlos en cajones “olvidados” y luego, ¡oh, sorpresa!, rasgarse las vestiduras ante lo irreversible de la situación. En Chiclana se da tal paradoja, que están los zorros guardando el gallinero. Puro engaño. Pura trampa. Puro patio de tahúres, ya sin Monipodio.
Del chiringuito de Matalascañas, con seguridad habrán salido vientres bien llenos y agradecidos.
Recuerdo, sin embargo, que a unos pobres pescadores canarios sí que se les derribaron sus humildes casitas a ras de agua, sin tantos miramientos ni condescendencias. Y nunca los subvencionaron ni premiaron. Y seguro que en ellas se podrían comer unos magníficos platos de pescado.
Si hoy existiese tal patio sevillano, allá se habrían refugiado sujetos como Cadalso, Jovellanos, Ganivet, Larra, Costa… que pensaron, declararon y escribieron, como otros también, sobre la regeneración y la necesidad del cambio de la España del “vuelva usted mañana” y de otros males. Ellos estarían a gusto bajo la dirección de Monipodio, de su ética y de su honradez. Ellos, que soñaron con un cambio radical en el territorio patrio, para vernos salir del pozo ético y moral en que estábamos sumidos. Se harían vasallos de Monipodio con tal de volver al orden. Preferirían y aceptarían la existencia de los pequeños pícaros con tal de que se les pudiese meter mano a los grandes ladrones.
Pero me temo que, visto lo visto, Larra y los demás aceptarían su derrota. Darían la media vuelta y romperían todos sus escritos y se marcharían de este país, al que ya considerarían perdido irremisiblemente.
No me pregunten de quién es la culpa de lo citado; de sobra se sabe a quiénes le conviene que siga así y quiénes se benefician, generación tras generación, de tal postración. Una única pista para poner la guinda, aunque no sea exclusiva: si hace falta cambiar la ley, pues se cambia. ¡Viva Eurovegas!