Crónicas marianas, 04

Sigo mi ruta veraniega intentando que los chuzos de punta que desde el sucio mundo político nos caen no se me conviertan en carámbanos que, bien aguzados, me alcancen injustamente. Que me confío en que el calor de la estación los pueda derretir, haciéndolos inocuos, tal y como espera mi tocayo y sus secuaces que pase con la tempestad política. Allá ellos, pero el cadáver ya huele.

Los olores, sí, los olores de verano.

Esos olores playeros, pero más concretamente esos olores cerca de los puertos o en los mismos, mezcla de salitre y pescado en descomposición, olores fuertes no aptos para pituitarias delicadas. Sin embargo, son imprescindibles si uno quiere obtener del medio toda su esencia, sus peculiaridades.

Otros olores, los de las canalizaciones fecales mal diseñadas y peor construidas, que no pueden evacuar su contenido por la fuerte presión del mar cercano y que amenazan un día sí y otro también con reventar en la misma orilla; emisores de residuos bombeados que, si se quedan sin fuerza, a la menos marea te dejan perdido el litoral… Malos olores. Malos residuos. Mierda en un mar de cristal que se vuelve color chocolate.

Las personas huelen en verano a sudor y a protector solar. Las personas se huelen en el verano.

Vuelven instintos primitivos que creímos perdidos, las personas huelen a sexo, huelen el sexo.

Es otra especialísima nota distintiva de la estación, la presencia en piscinas, o en playas mejor, de los calentorros sexuales. No me refiero al chulo de playa, especie en declive, pero añorada (¡ah, se nos murió Alfredo Landa, prototipo cinematográfico, con José Luis López Vázquez, de ese espécimen).

Cuando los cuerpos se van macerando en su propio jugo y a esa maceración acompaña la desnudez casi extrema, si una o uno cuenta con la pareja adecuada, será posiblemente atrapado por el deseo carnal. Los más se retiran púdicamente en un «Cuando lleguemos al apartamento te vas a enterar»; pero los hay que o no pueden o no quieren inhibirse y ahí se ponen, a calentar motores frente a los demás que, envidiosos o por mero instinto voyer, no les pueden apartar la vista aunque lo quieran.

Entra entonces un sentido de culpabilidad que no es precisamente a los que se están dando el lote, sino a los mirones. Vergüenza ajena que no debería ser así, pero lo es. Pudor del otro o falso e hipócrita pudor (los que más protesten serán los que más se excitan). Mientras que ellos y ellas están en lo suyo, más o menos explícitamente, pero identificable. Así que el calentón es mayúsculo tanto entre los que lo hacen como entre los que lo miran hacer. Al final al agua, a rebajar si se puede.

No se crea que lo anterior es exclusiva práctica de jóvenes sin pudor ni vergüenza, nada de eso; que uno ha podido observar a adultos entraditos en edad practicando tentujeos y arrumacos cual adolescentes. Creo que, en estos casos, la causa viene de circunstancias novedosas, viudez que se trata de consolar, separaciones o divorcios que buscan consuelo y arreglo, sentido de volver a vivir (o a poder vivir de una vez) las ilusiones que antaño tuvieron… La búsqueda de nuevas vidas.

En las fiestas siempre presentes de los meses estivales, la libido se desata y todo lo anterior también se hace patente, sea en costa o en interior. No hay ni que decir que el alcohol contribuye bastante a ese estado de excitación. Alcohol, ligereza de ropa, calor… Mas no seré yo quien al escribir esto justifique lo presentado hace unos días en fiestas sanfermineras… Siempre tuve bien clarito (y lo sigo teniendo) que, en asuntos sexuales, lo primero es el consentimiento y nunca el ser exigido ni forzado.

Pero es que la ocasión la pintan calva.

Si uno es algo observador (bueno, sí, de acuerdo, mirón), podrá reconocer las miradas, los destellos, los movimientos y sudores de los futuros o posibles contendientes en el palenque del amor. No falta, es cierto, el inoportuno, salido, rijoso, que es como un semáforo de señales perfectamente identificable e interpretable, el cual pulula y huronea en los locales de copas o marcha destilando su miserable y castrada condición. Es también un tipo de verano.

Volviendo a los olores… Se usan perfumes en las veladas de paseo, heladería o copa, tras la jornada de baño, de los más variados.

Una vez llegada la noche se suele hacer el paseo en zonas turísticas, o se cena o toman copas en las terrazas de bares y hoteles. Si el personal no es demasiado borde, suele aparecer en plan figurín, bien vestido y apañado, con lo que dicte la moda de ese año. Ellos muy repeinados y ellas al completo de pintura, complementos y adornos. Muy en plan de enseñar. Mucho más todavía entre la “gente guapa” que está en esos sitios: los suyos son más exclusivos que un mero paseo marítimo, para que los vean. Colonias frescas en ellos, perfumes espesos en ellas, glamurosos.

La masa, poco selectiva, gasta de pachuli, mucho pachuli.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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