Crónicas marianas, 03

Las condiciones del verano, especiales siempre, dan lugar a muchas y variadas situaciones y al descubrimiento de esos diversos modos, costumbres y tipos de los que de alguna forma y sectorialmente me vengo ocupando.

Ciertamente que si pretendiese hacer descripción y catalogación exhaustiva no tendría ni tiempo ni espacio para lograrlo, al menos en unos reducidos días. Pero cierto intento creo es loable y así me lo deben ustedes considerar. Máxime, como indiqué al inicio de estas crónicas, cuando de tal manera, además del interés científico, colaboro al interés gubernativo de levantar el ánimo del españolito y de camuflarle sucesos y hechos mucho más penosos y escandalosos para su salud mental y social.

Pues que, siguiendo esta iniciada exploración, me detengo hoy en un grupo de gentes, verdadero clan algo disperso pero muy determinado, que asoma por nuestras playas en cuanto el calor aprieta de veras sobre la arena. No cantan aquello de «Cuando calienta el sol aquí en la playa…», porque estas personas están en otra labor, lo cual no quiere decir, por supuesto, que prescindan de sones, como se verá.

Aparentemente podrían ser la paridera y matriz de la especie ya descrita en el anterior capítulo.

Entremos en materia. Me refiero a esos grupos de beduinos nacionales, imitadores del fenecido Gadafi, que plantan sus jaimas en medio de la playa, llegados los fines de semana o puentes festivos. Provienen las jarcas de poblados del interior no beneficiados de costa alguna, generalmente comarcas serranas o agrícolas aplastadas secularmente por lo extremo del clima. Estas gentes se sienten atraídas por la costa al igual que sus ancestros, los piratas del Mediterráneo, que las asolaban por sistema.

Lléganse en numeroso grupo familiar a bordo de sus furgonetas, donde meten toda la intendencia e infraestructura necesaria, amén del personal de toda edad y sexo. Desde abuelos hasta nietos, pasando por las chachas, los yernos, nueras, primos y animalillos domésticos. Todos van bien hacinados y dan por buenas las posibles molestias del traslado, si el fin que persiguen es tan deseado.

Llegados a la zona playera, acarrean primero la jaima, que plantan en la arena. Los más considerados y respetuosos con los demás usuarios de la playa procuran hacerlo algo retirados de la primera fila; mas los hay que se meten hasta casi en la orilla, sin reparar ni considerar que están invadiendo una zona pública en su particular beneficio, dominio, uso y disfrute.

Y que pueden molestar, y mucho.

Plantada la tienda y bien acotada la zona, allegan la intendencia. Esta consiste en alimentos y bebidas. De los alimentos, principalmente los más proclives a generar colesterol, o sea, los que más gustan: pancetas, chorizos, morcillas, chuletas y, si se puede, pues algo de pescado o marisco, todo para pasar a la parrilla. De las bebidas, la reina es la cerveza, aunque no falten los vinos y nunca, nunca los licores fuertes. Zumos y refrescos para los nenes, los abuelos, o para combinarlos. Y hielo, mucho hielo. Claro, me preguntarán, ¿cómo coño mantienen tanta cosa en fresco…? Pues en las neveras o, mejor todavía, en verdaderos congeladores, que mantienen con los generadores correspondientes.

Ya pasaron los tiempos de carestía y se dispone de medios para que todo transcurra en las condiciones deseadas. Ahora recuerdo cuando uno, proletario al fin, salía con su mesa plegable, su nevera y sus mujeres a pasar un día campestre o playero. Creo que todavía mis hijas recuerdan las jugosas tortillas y los filetes empanados que mi mujer preparaba, amén del tarro de fresco y sabroso gazpacho… ¡Qué tiempos!, tal vez más sencillos, pero más verdaderos que los que estamos pasando. Aunque no hay que desesperar, que camino de ello vamos.

Pues nuestra tribu, bien alojada e instalada, pasa todo el día, o más (que también duermen en el cerrado entoldado) allá en la playa (ya se sabe, cuando calienta el sol) y comen y beben como cosacos. Los churumbeles suelen estar desperdigados por la arena o metidos en el mar, con sus complementos como colchones neumáticos o flotadores, palas y pelotas y demás artículos para jorobarle la estancia a los demás; suelen también entrar al agua a bombay salpicar, con sus ahogadillas y juegos de fuerza sin consideración, a los pusilánimes que dudan si meterse, pues notan el agua algo fría y sin tener en cuenta que a estos les pueden causar un trauma.

A su alrededor dejan el campo bien despejado, dadas las circunstancias. Los demás que allá estamos participamos, bien que involuntariamente, en el ágape, pues nos llegan los efluvios de sus asados, removiéndonos los jugos gástricos o el humo procedente de las brasas, según hacia donde tire el viento. También nos envuelven las notas de sus loros,que deben ponerse a volumen suficiente como para que los que se anden por las aguas los oigan con nitidez, no vayan a perderse alguna canción. Como estamos en jornada festiva o de descanso, no podemos pretender que se nos ponga aquí y ahora el Réquiem de Mozart.

Cuando la tribu levanta el campo, deja su cuadrante muy bien señalado. Los más cívicos suelen dejar marcas de los huecos donde hincaron sus mástiles, mas los demás dejan de todo: restos de comida y mondas, envases, plásticos y vidrios, cenizas, pañales impregnados de caca…, que se ve no pueden trasladar a algún contenedor o meter en bolsas para llevarse esa basura, pues irían muy apretados en la furgona. Y así, ahí queda su recuerdo.

Pero, a ver, son costumbres típicas y plebeyas de nuestra España cañí.

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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