Yo también te busqué ‑recuerdo ahora‑ una noche de invierno, lentamente, armilla en el hatillo de mis versos, descifrando los últimos misterios y los restos de un naufragio ido, ahora cuando escribo mi última balada.
Y te abracé suave, como a una sirena derramada en la luz amanecida, y nada supe de tus lugares íntimos, tan sólo el breve aletear del labio en el seno leve del instante último.
Después nos amamos bajo las cerezas rojas, tu cuerpo cantaba trabándose en el mío, como un lento reloj, las horas nos ardían y al alba, desnudados, los sueños nos vinieron como lagartos húmedos de nieve.