30 prosas de amor, 28

¡Qué tristes ojos tras tu belleza, tras la mirada de tu secreto! ¡Qué luz imán a tu color me fija, tu sufrimiento, mi indiferencia…! ¡Qué voz tan honda, cómo renuncia! La nieve ablanda la tierra estéril y el sol lucía su débil calor amoratado, allí en el bosque tuyo, soñando soledades, aquel paseo de invierno, siempre solo.

El cisne era tu estampa de amor, tu paraíso, edén de mis desiertos, postal de mis silencios, el cisne y tú ‑la vida‑ se nos metía por dentro de todas nuestras pieles, bellísimo paisaje. Como dunas de fuego en los desiertos ocres, así veía mi vida en las últimas huellas de los hombres, un mundo a la deriva, sin tiempo, sin vergeles, como huracán y viento, siempre cabrón en las mañanas.

Llueve que llueve por estos campos, gana la roja en los parises, pierde mi prosa su musa limpia, ya suena el cirio de los responsos.

De vez en cuando me soñaba un oasis de vida necesaria, capuchinos saliendo lentamente por el gran ventanal de mi cabeza, y aquellas aves me visitaban de vez en cuando, pero yo ya no era el mismo de otras veces, yo estaba ya muy lejos, junto a todos los buitres.

Los días eran lentos, la fiebre en la batalla pintaba su aleluya, la luz de cada aurora amanecía de pronto, casi sin darnos cuenta. A veces ocurría que el tiempo se paraba y la luz descubría su oscuridad primera, tras negros matorrales, el viento presentido.

 

donrafael@andaluciajunta.es

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