08. Mi agonía

Llegando a la Cuesta del Rosal, desde la calle del Carmen, siento que la vista se me nubla y que el conocimiento se me va debilitando. Apenas veo. En esos momentos, intuyo que todo sea producto de la pérdida ‑tan enorme‑ de sangre que he tenido. En ese mismo instante, me viene el hermoso y dulce recuerdo de mi madre. ¡Qué bello recuerdo: su santo nombre, que se me apareció en ese dulce y tierno instante! Posiblemente, ella estuviese rogando por mí, ante algún devoto crucifijo; acaso sospechando mis tormentos y amarguras, y quizá ofreciéndole el sacrificio de su querido hijo al Señor… Todo ello pasó fugazmente por mi mente, mas no tenía tiempo que perder, pues, en ese momento, el alma era lo más importante que tener en cuenta.

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