16-01-2012.
VIERNES, 26.
Nos levantamos un poco antes que de costumbre (a las siete) para poder irnos con más tiempo para echar las cartas que las niñas habían escrito a sus familiares, amistades o novios de España. Tomamos el desayuno bufé, al que cada cual ya estaba abonado, y Margui volvió a preguntar los horarios y enganches para ir a Berna, Spiez e Interlaken Ost.
En el trayecto Zúrich-Berna no faltaron los eructos y el fétido olor de mi vecino de enfrente, hindú para más señas, que “me perfumó” la mañana… Me quedé tan sorprendido que no supe contestarle, aunque con la mirada le envié duros reproches por su falta de educación, aunque -a lo mejor- él pensase que hasta actuaba correctamente…
A la escalada del Juanfran en el tren cremallera.
La cosa fue, al final, más sencilla de lo que en principio se pensaba, ya que la jornada se presentaba complicada, pues había que engarzar trenes y horarios diferentes y hacer, en definitiva, encaje de bolillos en un país que funciona como un reloj suizo, nunca mejor dicho. Hicimos trasbordo en Spiez, todo súper cronometrado y sin conocer andenes y, además, con poco tiempo entre tren y tren, a veces de cinco o diez minutos solamente… Pero, al final, conseguimos llegar a Interlaken Ost (Este) y coger los trenes que enlazaban para subir a la cúspide del monte Jungfraujoch –JuanFran, como le llamaba cariñosamente y, españolizándolo, Margui madre–, según los suizos, el más alto de Europa conquistado por el tren. Yo siempre había estudiado que el Montblanc de los Alpes era el pico más alto de Europa… Por ello, los nervios iban a flor de piel de todos los componentes del grupo, especialmente de la directora de orquesta.
En la plataforma, con un tiempo de perros.
Eran trenes de vía estrecha y con cremallera en medio que aseguraba su no descarrilamiento; es decir, de tres vías en lugar de dos, pues había que ascender nada menos que hasta los 3 454 metros. El paisaje era extraordinario y las fotografías reales, mentales y virtuales fueron múltiples y permanecerán siempre en el recuerdo. Aunque el precio nos pareciese alto: 126 CHF por persona, o sea 504 CHF en total, por subida y bajada de los cuatro, pues esto no estaba incluido en el Swiss pass. Fue un acierto, pues lo más seguro es que no volviésemos más en nuestra vida a este hermoso lugar y era preciso aprovechar la ocasión que se nos brindaba. Eso hicimos, aunque hubo momentos en que los nervios enturbiaron la gesta montañera…
Desde los asientos y por los amplios ventanales del tren, fuimos observando la auténtica y profunda Suiza en sus montes, en sus lagos, en sus gentes sencillas y en sus montañas y glaciares, con cascadas de deshielo que se podían apreciar a simple vista. Subía y bajaba mucho turista japonés y luego supimos el porqué: Interlaken anda hermanada con un pueblo o montaña nipona. Esa era la razón por la que todos los japoneses se echaban fotos de recuerdo para luego enviarlas -o enseñarlas- a sus familiares y amigos, que se habían quedado en casa.
Margui en el Palacio de Hielo.
Subiendo hicimos tres paradas dentro del túnel que atraviesa varios montes, incluida la final. En las dos primeras habían excavado unas galerías y huecos al exterior con tres grandes ventanales para que desde dentro de la montaña se pudiese apreciar la altura que íbamos cogiendo y la nieve y los glaciares que se encontraban justo al mismo lado de los ventanales. Pudimos visitar el Palacio de Hielo con sus graciosas y originales esculturas-, que estaba muy chulo y precioso, teniendo que ir con sumo cuidado para no escurrirnos, como vimos que le ocurrió a alguno. Todos los nipones y, especialmente las jóvenes japonesitas, se echaban muchas fotos. Luego llegamos a visitar, por dos veces, la plataforma superior que daba al exterior, adonde hacía mucho frío, hasta granizaba y nevaba, lo que era impresionante verlo en pleno agosto… ¡Qué sería aquello durante el duro invierno…!
La primera vez que salimos Mónica y yo a la plataforma, había mucha niebla, por lo que apenas pudimos ver nada del horizonte. Simplemente, le eché una foto desde el portal, mientras ella estaba en el exterior sobre la plataforma metálica, con un tiempo de perros. Pero, cuando salimos la segunda vez con Margui junior, hasta la madre se envalentonó, a pesar de tenerle sumo respeto a las alturas, pues se entreabrió un poco el tiempo, por lo que pudimos hacer varias fotografías de ambiente y con nosotros reflejados en medio de todo el entorno. ¡Fue una auténtica gozada…!
Mónica en el Palacio de Hielo, con una luz especial.
Hacía un frío que pelaba y, además, se me estaban cayendo los pantalones, pues se me había olvidado la correa en Torre del Mar… No sé si sería también el susto el que me adelgazó momentáneamente la barriga… Comimos todos malamente. Ellas unos sándwiches y yo compré tres tabletas de chocolate que, al final, en el viaje de regreso, tomamos entre todos. Durante la bajada, también hubo niños impertinentes y, como el tren iba de cara al interior de la montaña, no hizo paradas para poder salir a ver el ambiente, como cuando subíamos, por lo que todo el trayecto se hizo seguido. En nuestro vagón, solamente éramos nosotros cuatro los viajeros europeos. Así veíamos -cuando subíamos- que bajaba el tren abarrotado y durmiendo todos sus ocupantes, por cierto casi todos japoneses. Cuando nos tocó a nosotros, comprendimos que eso era lo que teníamos que hacer hasta que saliésemos del túnel.
Madre e hija en el Palacio de Hielo.
Luego hicimos los traslados y trasbordos pertinentes y bajamos a Interlaken Ost para pasearlo y disfrutarlo, pues se encuentra, como su propio nombre indica, entre lagos y con ríos caudalosos que lo atraviesan. Para visitarlo, paramos durante una hora, echando fotos de todo tipo; aunque Mónica y la madre, siempre enamoradas de las flores, hicieron de éstas su principal objetivo. Compramos comida y bebida en el COOP que hay junto a la estación de trenes y a las nueve nos volvimos para llegar a las once a nuestro destino, volviendo a pasar por las estaciones de Spiez y Berna, entre otras.