Visitas: 263
15-11‑2010.
DÍA 9 DE AGOSTO, LUNES
La noche ha corrido rauda, haciendo el ungüento de proporcionarnos nuevas fuerzas y energías para afrontar este nuevo día que se nos presenta pleno de proyectos e ilusiones. Ha amanecido temprano, con el cielo encapotado, y así ha estado durante todo el día, por lo que no hemos pasado ni pizca de calor, a pesar de las andanzas y peripecias que hemos llevado a cabo.
Además, las fotos han salido estupendas puesto que, al no haber sombras, cualquier ángulo ha sido bueno para retener en la cámara digital los múltiples momentos y paisajes que hemos tenido la suerte de recorrer con estos familiares entrañables, que nos han preparado una completa visita que, ni soñando, nosotros solos podíamos realizar.
La ducha y el aseo, así como el desayuno puntual, nos proporcionan el aliciente necesario para marchar a la gran urbe de Burdeos, a eso de las nueve de la mañana, pues hemos quedado, en la oficina de Información y Turismo sobre las diez aproximadamente, con Julien, que ya nos ha sacado los tiques para que un guía nos pasee por lo más importante de esta hermosa y tranquila ciudad, contándonoslo en francés o en inglés, que no en español…
En el centro de Burdeos. Goya con Margui.
Cogemos el coche de Stéphane y, como avezado conductor, nos lleva a las proximidades de Burdeos, donde lo aparca y saca unas entradas para poder montarnos en el tranvía, dejando en el aparcamiento el coche y llegando al corazón de la ciudad sin necesidad de este medio de comunicación, valiéndonos solamente del tranvía y de nuestros medios humanos: andar y, en todo caso, si lo viésemos necesario, con la bici ‑que al final no cogemos, aunque no nos falten ganas a alguno‑, pues la llanura de esta ciudad así lo permite.
Nada más llegar a esta urbe, podemos comprobar lo civilizada que es, puesto que el tráfico rodado está restringido en muchas calles y avenidas y se puede disfrutar de la tranquilidad de ir paseando y observando la multitud de monumentos y casas de piedra, que hacen ver realizado ese ideal que Montesquieu y Montaigne, entre otros, ya escribieran en sus utópicos escritos. Nos damos cuenta de que es una ciudad amable, donde se puede vivir sin sobresaltos y alimentando la vista con magníficas edificaciones de los siglos XVIII y XIX. Y que, además, también es Patrimonio de la Humanidad… ¡Qué lección más buena que recibir por nuestras autoridades ubetenses, andaluzas y españolas ‑si quisiesen tomar ejemplo‑, especialmente a la hora de conservar el patrimonio y no hacer destrozos de toda índole, como los que se producen allá, en nuestra amada tierra del sur!
Aquí no se ven bloques de pisos mastodónticos en el centro de la ciudad, sino escasos y lejanos en el extrarradio. ¡¡Vaya buen hacer!!
Margui sigue siendo siempre nuestra amable traductora simultánea, que nos va comunicando fehacientemente todo lo que el guía nos va relatando en francés o en inglés. El recorrido es de dos horas. Admiramos la fachada de la iglesia de Notre‑Dame, en la que fue despedido Goya cuando falleció junto a los dominicos, donde hay una estatua en su fachada que Margui quiere inmortalizar, formando pareja con ella, mediante una fotografía. Apenas hay gente por las calles y se goza de una paz y una tranquilidad exportables a cualquier punto del planeta. ¡¡Yo me las llevaba para casa, sin dudar…!!
Margui y Julien ante El Espejo. Christel y Margui ante El Espejo vaporoso.
En el recorrido, visitamos la Plaza donde se encuentra enclavada la estatua a los Girondinos o de la Libertad que, según Stéphane, es la más grande de Europa, sin contar con la Plaza de Moscú, a la que no consideran los franceses Europa… En su monumental y grandiosa fuente, todo son referencias a la Revolución Francesa y a las instituciones religiosas que poblaron esta ciudad. Vemos el Garona, ancho río que divide a esta ciudad en dos zonas y que es atravesado por cuatro puentes. Uno de ellos, que pasamos con el tranvía, es el llamado François Mitterrand, que luego podemos ver desde el cielo de la torre de Saint‑Michel, en unas panorámicas que nuestra mente nunca olvidará. También comprobamos lo ocurrentes que son los bordeleses en sus innovaciones turísticas, pues hay, junto al río, una extensa zona que la llaman “Miroir d’eau” ‑El Espejo de agua‑, que es una superficie de acerado donde sale agua y vapor, sirviendo para reflejar los monumentos circundantes, produciendo un efecto óptico encomiable, además de invitar al infante y/o al mayor visitante, para que se descalce y ande sobre su superficie, en una mezcla de sensaciones táctiles inigualables. Las fotos en ese lugar, y en los diferentes rincones que atravesamos, no pueden faltar, pues hemos de mostrar a nuestros familiares y amigos la cultura y el empaque que esta ciudad posee, para ver si llega a alguna mente pensante política que sepa imitar lo bueno de todo esto.
Mathis, nuestro fotógrafo oficial. La parejita, en el mercadillo de Saint‑Michel.
El día está encapotado, pero con una temperatura ideal, simulando que no nos encontrábamos en esta estación calurosa del año, y más, cuando hablamos con Margui madre y nos cuenta el calor que, tanto de noche y, especialmente, de día, están pasando por Úbeda. Nos enteramos de los más de tres mil mascarones de piedra que hay repartidos por la ciudad, que son un submundo de cultura, historia y leyenda que nos envuelve por todos lados, haciéndonos soñar con otros tiempos lejanos, cuando venían de ultramar muchos productos a este importante puerto, Le Havre, mientras Francia era una potencia colonial impresionante.
Desde la torre de Saint‑Michel. Su impresionante cúpula.
Una vez acabada la visita turística, vamos marchando por diferentes calles y plazas, donde aspiramos el ambiente bordelés más genuino, hasta que nos llevan a comer a un restaurante ‑o como lo llaman aquí: brasería‑ del pasaje de Saint‑Michel, que está junto a la catedral del mismo nombre. Es un edificio antiguo y, en sus añejos bajos, bien comemos y bebemos un buen caldo de la tierra que elige expresamente Stéphane. No nos dejan pagar de ninguna de las maneras y, para desgastar las excesivas calorías comidas, subimos todos a la torre de Saint‑Michel, donde podemos admirar múltiples y variadas panorámicas de la ciudad y el río, destacando las afiladas y características torres del gótico francés que hacen la delicia de todos. La ascensión de los 240 escalones, divididos en dos pisos o tramos de espiral, se hace llevadera, más al bajar que al subir, aunque al principio visitamos la cripta, donde las fotografías de las calaveras que allí se encuentran ponen nuestra mente a imaginar historias que ya grandes escritores franceses como Víctor Hugo, entre otros, pusieron en circulación literaria en su día.
Luego marchamos por las calles de esta urbe que, en este barrio de Saint‑Michel, se ve tomada por la población mora, pues hay un mercadillo en la misma plaza de la catedral; y, en todas sus calles adyacentes, se ve una población autóctona de El Magreb que ha venido a instalarse aquí, trayendo sus costumbres y religión, como se puede apreciar en las diferentes tiendas de barrio y en la población que circula por aquí. Ya no es la que vimos por la mañana en la zona céntrica monumental, ni nada parecido…
Entramos en una librería de viejo para ver si Antonio encuentra gangas o libros interesantes, de viajes por España especialmente, mientras nuestra familia francesa permanece en la calle, esperándonos. Antonio comprueba que es más bien caro el producto, al menos más que en España, por lo que no compra nada.
Al fondo, la nueva catedral de Saint–André. Margui y Stéphane, cerca de la Casa Cervantes.
Después, marchamos para visitar la segunda catedral ‑Saint‑André‑ que tiene esta ciudad, como le ocurre a Salamanca con sus catedrales nueva y vieja.
Observamos que es más luminosa y está mejor conservada que la que acabamos de visitar, pues, según nos enteramos por el folleto informativo que nos regala Stéphane, las vidrieras o vitrales de Saint‑Michel fueron todas destruidas, entre la Revolución Francesa y las dos guerras mundiales.
No nos atrevemos a subir a sus torres, pues con la escalada anterior ya tenemos bastante…
A continuación, entramos en el Ayuntamiento, que nos parece un pequeño Versalles. Comprobamos que esta ciudad es habitada por gente culta, aventajada y que tiene un empaque especial. Nos sentamos en una de las terrazas de la inmensa plaza colindante, donde quiero pagar yo la consumición, pero Julien no me deja, pues tiene el gusto de invitarnos a todo en este día. Él vive en la zona antigua de Burdeos y esta misma mañana hemos pasado por el bar donde actualmente trabaja ‑nocturnamente‑ con su guitarra. También nos informa de que este lunes es su último día de vacaciones y, por eso, quiere pasarlo con nosotros; cosa que agradecemos de veras. Mañana martes empieza a currelar como los buenos… Poco después, él se queda haciendo unas cosillas en su ciudad y el resto marchamos de vuelta, con el tranvía y el coche, a Artigues‑près‑Bordeaux, que es donde vive Stéphane, no sin antes comprar dos crujientes barras ‑baguettes‑ de pan, en el mismo sitio que ayer, para acompañar la opípara cena que nos tienen reservada para esta noche. Le pregunto a Stéphane si Julien había solucionado el problema del cristal de su coche, que no se cerraba automáticamente, informándome que aún no lo ha hecho.
Antonio y Julien, descansando en el Ayuntamiento bordelés.
En la calle de Saint‑James, por donde pasaba el Camino de Santiago.
Llegamos todos muy cansados de tanto caminar, en este largo e intenso día, por lo que descansamos un tanto. Yo, en principio, pienso escribir esta crónica; pero, al final, estoy tan agotado que he de desistir y tenderme en la cama un rato hasta la hora de la cena, que hacemos a las nueve y media en el salón de arriba, pues la temperatura no permite ‑como ayer‑ tomarla en el patio. Allí departimos, especialmente Margarita, muchos y diferentes temas históricos, geográficos, políticos o personales, mientras degustamos una exquisita cena.
Y, a eso de las doce de la noche, marchamos todos a la cama para recuperar fuerzas, pues el día de mañana también va a ser intenso en emociones con la nueva sección familiar “Sánchez Cortés” que nos espera con los brazos abiertos en la región de La Rochelle. Ayer también llamó Guillermo por teléfono a Margui para ver en qué día nos pasamos por Toulouse y preguntar si nos espera para comer el viernes.