14-11-2010.
«Aun a sabiendas de esa gran verdad o mejor consejo que podemos leer en el Sefer Ha-Bair, cuando dice: No busques lo que está oculto, ni abras lo sellado, sino que adquiere inteligencia con lo que te está asignado y no te dejes atrapar por el misterio, hemos de reconocer que en Andújar no hemos buscado con asiduidad y buen tino; hemos abierto lo sellado a trompicones hasta haber extraviado los siete velos que cubrían la Vieja Imagen de la Virgen; hemos adquirido más torpeza que destrezas al descerrajar nuestros enigmas y, cuando lo hemos hecho, nos hemos quedado atrapados por el misterio, pero no atrapados por el aura roja de su verdad interna, sino por el papel de celofán o el olor a lacre con el que venían envueltos.
Nadie se ha preguntado hasta hoy por el misterio de la conversión de aquel príncipe Muley, ni hemos preguntado al mapa de la península ibérica dónde está el pueblo de Rivas o Ribas; ni siquiera nos hemos aprendido los nombres santos de ese gran número de reliquias que se esconden en el Santuario; ni hemos observado con detenimiento la custodia que Mussolini regaló meses antes de ser colgado y abierto en canal por el mismo pueblo que lo aclamó; ni hemos preguntado a Domínguez Cubero por el simbolismo del medallón de la reja; ni hemos mirado las llagas del Cristo de Benlliure; mucho menos, nos hemos detenido en la noche oscura de nuestras leyendas, para que alumbren nuestra verdadera historia. No nos hemos quedado atrapados en lo esotérico, pero nos quedamos obnubilados por la cohetería y los repiques. Nos aferramos al cetro y nos olvidamos del báculo. Ambos son apoyaturas para el camino, pero de ellos surge un andar diferente. Nos acicalamos con botos de Ubrique y monturas de Lucena, pero llevamos sobre nuestras medallas la pátina de la cerrazón.
Buscamos el centro mágico del círculo, pero nos perdemos en las cuadraturas de los fanatismos. Nos sabemos de memoria la letra de la última sevillana, pero somos incapaces de recordar qué obispo trajo a la Orden Trinitaria al Cerro, seis años antes de ser martirizado. Tenemos la osadía de signar y señalar los Caminos Viejos que conducen al Cerro de los Héroes y, al mismo tiempo, quisiéramos ser brujos como Hamelín para hacer desaparecer el mito, los hitos y la sangre hermana que empapa el musgo de aquellas piedras. Enfatizamos a Miguel Hernández, aherrojado por la venganza de los tiranos, pero ignoramos a José María Gallo que también puso algunos versos inmortales en nuestros labios. Buscamos el aroma de las velas verdes y fundimos en el pebetero lamparillas de cebo blanco. Siempre andamos por los extremos del dualismo; nunca buscamos el centro del crisol».
Hasta aquí el relato de aquella crónica enviada al periódico Ideal en la Romería de 1992, con la que se inició tímidamente la hipótesis de que, sobre el Cerro, los templarios o sus herederos aposentaron una Virgen Negra.
Andújar debería ser más bruja, más esotérica, más profunda, más cauta, más auténtica, más coherente, menos manida, menos cohetera, menos mojigata, menos renca.
No podemos seguir en la Era de Acuario, actuando como en los tiempos de Piscis; ni podemos conseguir un estado de bienestar plural y solidario, aupado en las comodidades de las jamugas, porque desde las alturas sagradas de las fiestas de guardar no encontramos los ecos reivindicativos de la justicia y el pan nuestro, y de todos, de cada día.
Hace unos meses, con ocasión de una amable disputa en Andújar Televisión con el cronista de la ciudad, sobre el paradero de la Vieja Imagen, a su teoría y opinión, que él llamaba «la solución Valencia», yo me opuse con una teoría y una opinión que muy pocos supieron entender. Allí afirmé que la Imagen Primigenia de la Virgen de la Cabeza estaba escondida u oculta en el CÍRCULO.
Hoy, me reafirmo en mi dicho. Pero, no es ese el círculo que conforma el brocal de un pozo, ni el contorno ovoide de una tumba sin nombre, ni la de la boca de un tubo protector, ni el círculo de los brazos del teniente Porto saltando con un bulto por entre las breñas, ni siquiera el círculo que dibujó con lápiz y en agonías Santiago Cortés para indicar a su interlocutor dónde estaba escondida la imagen de la Virgen.
Este CÍRCULO es real pero invisible, auténtico pero subliminal, cierto pero oculto, evidente pero sutil, presente pero intemporal. La Virgen, la Diosa de la fertilidad, Eva, Isis, Astarté, la Cabeza, no está desaparecida, ni escondida, ni oculta. ELLA vive y vivirá con nombre distinto y tallas diversas, siempre doncella, MADRE siempre sobre nuestra Montaña Sagrada o en el fondo de nuestra Sima Abisal.
De nosotros dependen sus idas y venidas; de nosotros, sus miradas y sus lágrimas; de nosotros depende que quiera bajar al valle o esconderse en la montaña. Y ello, porque nosotros somos Templos. Otra cosa es que nos convirtamos en ermitas derruidas por el poder, el egoísmo y los enredos, tres potencialidades de la libertad humana que, de vez en cuando, nos laminan con tanta fuerza que ni nos damos cuenta de que NUESTRA MADRE vive entre nosotros.
Si el signo de los tiempos eligió nuestra cercana Sierra para ser altar de la MATERNIDAD, la única fuerza que lleva el alfa y el omega por sello, no deberíamos padecer desasosiegos por la IMAGEN, sino más bien por EL SÍMBOLO.
UNA MATERNIDAD, UNA IMAGEN, O UN SÍMBOLO que siempre estará presente en nuestras vidas cuando, con las manos abiertas, aupemos del lodo del camino a nuestros hermanos. Será entonces cuando se abrirá en cada uno de nosotros EL CÍRCULO y aparecerá una Mujer negra pero hermosa para cobijarnos bajo su manto de estrellas; estrellas que aparecerán en Andújar cada día duodécimo del mes de agosto, porque la imagen de la Virgen desaparecida ‑son palabras del padre Paúl Miguel Gutiérrez‑ no borrará los recuerdos de las generaciones que allí han orado, santificándose con sus plegarias y actos de virtudes; generaciones que han gozado y padecido ante la permanente presencia de ángeles y demonios sobre nuestra Montaña Sagrada.