Mi campamento

09-04-2010.
Ya recuperado y apto para todo servicio, me incorporé al servicio militar, o mejor dicho, me llamaron a filas. Entonces, aún no había esa corriente que hoy prolifera en muchos jóvenes, la objeción de conciencia. A decir verdad, me incorporé con alegría, a esa edad joven, porque lo que yo quería es ver mundo, como corrientemente se dice.

Dejaría por no sé cuánto tiempo el trabajo, cambiaría de vida, conocería gentes, pueblos, costumbres. Todo eso era el incentivo para hacer las cosas, como dije antes, con alegría y me marqué una meta: «Si me gusta la mili, en ella me quedo». Eso conllevaría el abandono de mi trabajo, quizás mi pueblo, mis seres más queridos. ¡Pero no me gustó!, y me marqué otra meta: pasar el tiempo lo más a gusto posible y regresar a mi pueblo, a mi trabajo, a gozar con mis seres queridos, a ese cariño y roce familiar.
Una de las cosas que no me gustó fue ese decir o eslogan que en la instrucción y en todo momento te lo echaban en cara: «Aquí no hay (…), sino galones; y si los tenéis, que lo dudo, os los dejáis colgados en la puerta del campamento». Sé que esa frase quienes la decían eran los cuatro chusqueros y reenganchados que no sabían ganar el pan de otra manera.
Llevaba varios días en el campamento, cuando me pasó un caso insólito. Me nombraron policía. Aquel día me dieron mi escoba, mi pala y, en unión de otros, procedimos a barrer el patio y todas las dependencias exteriores. El cabo me dijo que llevara la carretilla al basurero, que estaba a las afueras del campamento, Así lo hice y cuando volví ya no vi a los demás policías. Dejé la carretilla en su habitual sitio y me fui a la cuadra a limpiar ganado. Cogí mi rasqueta, la bruza, y me acerqué a un caballo enfermo, como todos los que allí había, y procedí a limpiarlo.
En ese momento, entró el cabo vociferando y buscándome. Me cuadré firme y me quitó la firmeza de una bofetada. Fue la única en los veintiocho meses de mili que me dieron. Cuando el sargento se enteró del caso y de los motivos, amonestó al cabo, que ni siquiera era efectivo y que, pasado algún tiempo, al venir cabos de hacer el cursillo de Madrid, lo pusieron a hacer servicios como los demás y tuvo que aguantar y soportar las guasas y críticas que con razón se había ganado. A mí esas situaciones me daban pena y no quise sumarme a ellas.
No llevaba un mes en el campamento cuando llegó el 30 de mayo, San Fernando, mi día. Un día antes recibí un paquete. Los paquetes que entonces recibíamos eran, naturalmente, de comida. Venían apetitosos roscos y galletas caseras que mi hermana María y mi querida novia me habían hecho con mucho cariño y trabajo. Las probé con placer y las metí en mi maleta para comérmelas en los desayunos futuros.
Nos formaron después del almuerzo y fuimos a la instrucción. De los 46 reclutas que formábamos el grupo, a 10 ó 12 los separaron para formar el pelotón “de los torpes”. Daba risa y pena verlos marchar. Era la guasa de todos. Se ganaban a pulso la tercera imaginaria en las cuadras, cosa que veíamos con agrado los demás.
Ese día mío, que después de desayunar sabrosos roscos me parecía que lo pasaría bien, fue todo lo contrario. Al grupo nuestro no le salían bien los movimientos con el mosquetón, en particular sobre el hombro. Decía el sargento instructor que parecíamos señoritas. Se encolerizó con nosotros. Decía que, al último tiempo del “sobre el hombro”, teníamos que dejar el arma con fuerza en la clavícula, y aquel que se le rompiera iba a disfrutar de un mes de permiso.
No quedó ese día así la cosa. Cuando vino el capitán de la compañía, quiso vernos marchar, y marchamos bien. Después nos mandó unos movimientos: «¡Presenten armas! ¡Carguen! ¡Sobre el hombro!», y ahí de nuevo tropezamos con el capitán. Llamó al sargento, no sé lo que le diría. Lo que sé es que ese día la instrucción ocupó toda la mañana, cosa que a diario no hacíamos. Marchamos, hicimos todos los movimientos con el mosquetón, mandó firmes y nos dijo que nos iba a enseñar cómo se hacía «Sobre el hombro». Cogió un mosquetón de un recluta de la primera fila y, con mucha soltura y fuerza, marcó con exactitud los tres tiempos. Lo hizo varias veces. Después, todos lo hicimos lo mejor que pudimos. Nos dejó a todos con el arma en el último tiempo, sobre el hombro. Empezó por el primero, le cogió el mosquetón con las dos manos, lo levantó y lo dejó caer en el hombro con fuerza y genio, y le dijo que así se había de hacer; y así uno tras otro. Varios, al golpe, se caían al suelo. Yo aguanté como pude, acordándome de San Fernando y encomendándome a Él.
No acabó ahí la cosa. El referido sargento había estado sirviendo en el batallón del Ministerio del Ejército y, allí, los pasos ligeros de la tropa se hacían de una forma muy diferente. En el paso ligero normal, cuando se va con arma, se corre con ella cogida con la mano derecha y apegada al cuerpo. Nos dijo que cogiéramos el arma con las dos manos y nos la pusiéramos por encima de la cabeza, sin que nos tocara.
Nos mandó que le diéramos vueltas al patio hasta que él dijese basta. No sé las vueltas que le dimos. Sé que sentía cómo el corazón parecía quererse salir por la boca y que se me nublaba la vista. Mientras marchaba, iba pensando un sinfín de cosas y ninguna buena.
No sé cómo llevaría la cara, pues el mismo sargento me sacó del grupo y así pude respirar, mientras mis compañeros siguieron aguantando algunas vueltas más.
Cuando llegamos a la compañía para comer, el cabo de cuartel se encaró conmigo y me dijo que abriera la maleta para ver lo que había, pues faltaba no sé qué. Yo me di cuenta de que lo que quería era que abriera la maleta para ver lo que me habían mandado. Comprobé que en mi ausencia habían intentado abrirla sin éxito, pues tenía una cerradura antigua de hierro que sólo yo sabía abrir. En su presencia, introduje la llave e hice como que no se podía abrir y el cabo y el cuartelero se quedaron corridos. ¡No todo ese día iba a ser negativo! En el grupo estábamos soldados de Córdoba, Granada y diez de Jaén; y, de ellos, cuatro de Úbeda. Luego a la tarde, en la cantina, nos reunimos los de mi pueblo y me felicitaron…

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