Prosa poética, 12

08-03-2010.
D. DE KALENDAS
164
Octubre (Ideal 25-10-88).
Aunque nunca creí en horóscopos, saturnales y quiromancias, siempre fui un despreocupado, pero asiduo lector de tales curiosidades.

Tampoco me sorprendería que la curva astral del día de mi nacimiento me tuviera marcado de alguno forma que, incluso, no acierto a rastrear.
Quiero decir que mi postura escéptica, fundamentada por la imposibilidad (para mí y ahora) de ser arrastrado por el mensaje oracular y por mi tradicional pereza a hincarle los dientes a tamaños ocultismos, no elimina la ardiente curiosidad de acercarme a páginas horoscopales, buenaventuras y surcos de las manos. Me distrae.
Dicen que soy Géminis, primer cuadrante, y que doble personalidad y el espíritu humanista son mis credenciales. Puede ser.
Pero en el horóscopo chino soy gallo y lo me define es el epifanismo y la abstracción. También pudiera ser.
Y uno tiene para sí su propio fetichismo y su propia creencia o su propio volapié. Y el mío es octubre. Es mi mes, mi cronología, mi talismán y mi tiempo; mi inventario.
Este mes de lagares y zumos, de primeros fríos con ventolera y leves constipados, de cutis cardenoides y zapatos de goma.
Este mes de lagartos a la recacha en las quemadas aceras de la baixa lisboeta, de armarios a la generala y arcones en zafarrancho es, ya digo, mi tiempo.
Su duro ascender por el repecho del año, la caída de las hojas, los primeros repeluznos de este Tajo con la tensión de Villagoma.
Tiempo de ferias epígonas, sanlucas y pilaricas, coro y corro de los últimos grillos de las eras y postre ajado de las últimas moscas del verano, calor de los membrillos y archivo tal vez definitivo de tantas primaveras.
Todo esto es mi octubre con su primer teatro del estreno, observando a Edipo entre las tragedias, tirando de la manta, despidiendo trenes en Santa Apolonia y renovando la agenda del teléfono.
Octubre siempre encoge y te pilla distraído, calibrando los pasos del semáforo desde la misma ventana de otro otoño.
Ya sabes: buhardilla, este sol que nos arde y a destiempo, la perdida foto tan bonita, el rastrojo tan negro… y nuestra vida acercándose al invierno.
Me predicen esto para la última semana: «una ocasión excelente para reafirmarse en sus últimos tiempos. El trabajo será reconfortante, aunque aparezcan atisbos de fatiga. Socialmente positivo, pero no descuide las formas.
Expectativas en el amor. Pruebe la suerte».
En octubre son las onomásticas de mi padre, de mi madre y de un hermano al que yo llamo el «industrial»; el cumpleaños de Encarni, el día de mi santo, el mes en que me casé y me descasé.
El día de mi cuñado Eduardo y de mi cuñada Pili. En octubre acerté un año los catorce resultados (2 165 pesetas), gané el primer certamen literario, aprobé las primeras oposiciones, perdí la virginidad y muchas otras cosas, probablemente. iY el día de San Rafael!
Por eso es el mes central de mi vida, de mi memoria y de mis proyectos.
Es el mes en que las baterías se nutren, las macetas se esconden, los árboles se desnudan, la voz se quiebra, el cielo se entristece, la vendimia se avina y el reloj se descontrola.
Y, aunque nunca seguí ‑lo he dicho‑ la brújula de los años lunares, ni el tarot de la sota de oros, ni el sentido de mis astros, octubre me circunscribe, me lía y me foguea.
Este mes catatónico me ha llevado siempre al huerto, me sigue reclamando su hora veinticinco, me repone el ozono retenido del verano, me muestra su paisaje de tronchados racimos, cubre de hojas mi piel desmorenada y me hace escribir sobre los baches existenciales.
Todos los octubres me producen resaca, me regalan decálogos y me engordan con un par de kilos que luego hay que deshacer a base de soñados movimientos de aerobic y convulsiones diversas.
En octubre se adelgazan las palabras, como en los poemas de Neruda, y se filtran por esa ventana sin visillos que todos tenemos en algún lugar escondida. Papeleo, sentencia del juzgado número 3, venganza o triunfo, revolución soviética, Asturias, mosto del terreno, O Chiado de Lisboa, cabreos tutoriales, Rasputín, el póster de la Alhambra, préstamo hipotecario, días de ex caudillos, jotas aragonesas y jardincillos en el alma.
Desde estos mares del enxebre
con alguna rosa definitivamente muerta.
Con un tal vez tan demasiado leve
que apenas aura en otro octubre crece.
Y, además, acaba de visitarme San Rafael con su jonás, devorado por todos los octubres de mi vida.

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