Prosa poética, 8

17-12-2009.
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Querido corazón * Lisboa, 92
—Pues, fíjate, qué cosas, que se me ha ocurrido escribirte una carta de enamorados.

—¡Vaya tiempo que eliges, chato! Parece que respondes. Después del arrechucho.
—Por eso te contesto, por eso. Precisamente por eso.
Porque estos tiempos no están para tiernas tareas, ni para arrumacos de jardín, ni para palabras mansas. Precisamente por eso.
Que siempre hubo un tiempo de guerra y de tregua, de sable y de labio, de bala y margarita. Y, sin embargo, ahora más que nunca, hay que saberse, decirse, hacerse y sentirse enamorado, amigo. No importa de quién, ni para qué, ni por qué motivos, ni desde ni hasta cuándo.
No importa, corazón, detenerse en las circunstancias. Porque una UVI, además de bajarte los humos te invierte los papeles.
Sé que me sigues dando marcha y que me animas ‑nos animas a todos‑ con aquella estrofa que un día compusimos:
Magistral tu escritura,
renglón en los torcidos
caminos de la lumbre,
qué grafías tan densas
y qué tono se ardía
entre líneas de arritmias.
Te ausculto y te observo cansado y desinflado entre tantas ganas de masticar la vida, chupándome por dentro esa mueca de paz inverosímil.
Me vigilas y me escuchas en esa tarima de misiles, y te oigo, porque estás tarareando una música silente.
Te aprieto y me pinchas con ese clavo ardiendo de cada bombeo, y yo ni me enteraba. ¿Qué regalo te haré en esta hora en que, carnal y vivíparo, te me vienes con tanto ozono dentro?
Hubo una era, recuerda, y un primer pentagrama, y una luz escondida, y un aljibe roto, y un mar de alfileres, y una sinfonía verde en todos los amores añejos de Cupido.
Y hubo una yedra, y un mirabrás de aguardiente, y un perfil de palmera, y un aljibe tiritando, y un apellido ilustre en cada pliegue tuyo. Y, sobre todo, hubo una metálica paloma.
Entre los partes de guerra, querido corazón, hubo siempre una lágrima, y una espera, y una angustia, y una ira, y otra muerte distinta que no fue inventariada.
iAy, corazón!, dardo que no quema pero nos vive, herida que pica pero nos sana, compañía que sujeta pero nos da vuelo, luz que ciega pero nos guía…
iAy, corazón!, arma del alma, vaso del beso, leche del lecho, libro del libre y sal del sediento… ¡Ay!, que vence, don amor, en cada 14-f, ¿definitivamente?
Y aún dirán algunos que mira por dónde nos sale éste con tan femenina lírica, es decir, tan blandengue y sensiblera, y hasta puede que digan cursilona.
Y encima en un periódico, con las cosas tan importantes que están en el tapete y con lo que está en juego.
Pero vienes tú con la rebaja y, en un santiamén, nos resumes la existencia.
Un recital por la paz, aquí, con sólo el fuego de los versos, con sólo el cuerpo a cuerpo del abrazo, con sólo el calor de los pañuelos…
Un recital. Porque la paz, como el amor ‑¿qué te voy a decir?‑, es azul y pupila, mar, ozono, paloma y pétalo, jarabe y sábana.
Dime, corazón, ¿qué será de los tempranos kirikiris de los gallos, de las nevadas cañadas, de los templados chirimiris; qué será de la lluvia y de ese mar de tus ojos; qué será de la memoria del agua, de tu escorzo secreto y de las góndolas cantoras; qué será de la risa, del pulmón de la espuma y de aquella saliva; qué será del racimo de uvas, de la campiña de esmalte y del pellizco de los vientres… ¿Qué será, corazón?
En este día catorce de febrero, más o menos, con toda la mecha dentro de los tanques atacando en cuña, estrategias en W, flancos artilleros y ráfagas de acero.
En este día adolescente y, sin embargo, ya tan viejo. En este día de los enamorados sin refugio, de los enamorados sin esperanza, de los enamorados sin vida. En este día 14.
Y me viene aquel poema cero de Salinas, en donde se nos invita al llanto por la ruinas de los innumerables días, cuando estalla un cero como obra del hombre.
Y es precisamente en este tiempo inoportuno, cuando hay que cantarle a la vida como todo el amor, a gatas, con todo el dolor a cuestas, con toda la rabia dentro.
Precisamente por eso y, ahora más que nunca, hay que tener coraje para hacerte el amor y no la guerra.
Y «aunque el llanto sea un perro inmenso y un violín inmenso…» y no se oiga otra cosa que el llanto, tú ‑querido corazón‑ combate todo el odio de la guerra, porque «hay un martillo de fiebre en las sienes vendadas de los niños».
Porque siendo tú como eres, cándido y visceral, demasiado directo para los vencejos y algo, bastante, primerizo. Siendo inocentón, sin duda, a fuerza de creer en la esperanza.
¿De quién será el fracaso, de quién la nula conciencia, de quién el agrio paladar, de quién los quiénes, porqués y para cuándos…?
Por eso te he escrito en este día de San Valentín, porque me encanta que me llames chato. Y porque me has dado otra oportunidad de seguirme latiendo.

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