Autoestop por España, 22

27‑08‑2009.
Jueves, 27 de agosto de 1964
Hacia Madrid.
En Calatayud (el pueblo de “La Dolores” de la copla) continúo el diario, sentado en un puente. Una invasión de hormigas se ha adueñado del macuto, en busca de un pedazo de pan que compré en Zaragoza para desayunar.

Salí de Lérida a las 8 de la mañana y, tras un buen rato de paciencia, me subí en una Fabiola que me llevó a Fraga. Poco después, me sube un 600 que me pone en Zaragoza a las 11 de la mañana. Doy la vuelta, rápidamente, a la Pilarica: cuadrangular ella, con cuatro torres gemelas en cada vértice y en el centro otras tantas, con otra en el centro de estas cuatro. No sé si me explico.
Tras desayunar media libra de chocolate con media barra de pan y un vaso lleno de leche, me echo a la carretera y pido autoestop frente a una factoría. Tardo alrededor de una hora en subirme a una Online, que me lleva a Almunia, en cuya carretera llevo más de dos horas sin moverme.
A unos 50 metros hay otro compañero de fatigas: un joven irlandés que no sabe una papa de español. Nos hablamos por gestos y medias lenguas, y parece ser que lleva tanto tiempo allí, que ni ganas tiene ya de levantar la mano. Pero hay que perseverar. El irlandés se va a no sé dónde y a mí me coge poco después un 600 que me deja en el puente de Calatayud. En donde escribo y canturreo la conocida copla.
Y ahora estoy sentado en un magnífico Opel 1700, conducido por un señor alemán y con su esposa, también alemana, al lado. Detrás me acompaña (o lo acompaño) el perrito de la pareja. En el puente de Calatayud tuve la suerte de que se pararan al gesto de mi dedo pulgar. Me dicen los alemanes, en un español muy aceptable, que quieren visitar Toledo. Les pregunto si puedo acompañarlos y aceptan sin ningún problema. Se va tan suave en este coche, que me pongo a escribir. El chucho quiere jugar y pienso que, como me siga molestando, le arreo (es un decir) una patada que lo ponga en Puigcerdà, que es donde lo pasé peor. Pero ya me guardaría yo de hacerlo por la cuenta que me trae: el chucho es el ojito derecho de la señora.
Pequeña parada en una gasolinera a la altura de Medinaceli. Llenamos el tanque, me invitan a Coca-Cola en el bar y, mientras estoy en el servicio, unos adolescentes les venden a los alemanes 15 melocotones por 30 pesetas. Además del “pisotón pesetero”, los melocotones estaban medio podridos. Ellos comentaron el asunto en alemán y me parece que no de manera muy positiva.
Nueva parada cerca de Guadalajara y, otra vez, Coca‑Cola. Y pienso que, a este ritmo, es posible que mañana, día 28, duerma en mi casa.

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