Autoestop por España, 20

25‑08‑2009.
Martes, 25 de agosto de 1964
Puigcerdà‑La Seu d’Urgell.
El frío me despertó de madrugada, hacia las 5. Ya empezaba a clarear. El territorio francés está a unos dos kilómetros. Recojo mis bártulos y bajo a la gasolinera. Aquello está solo.

Cerca se encuentra la estación Puigcerdà-Barcelona. Veo unos vagones de carga vacíos y me tiendo en uno de ellos, reliado en la manta. Me despierta un movimiento: el tren se estaba poniendo en marcha. Eran las 6:30. Salté del vagón y me di cuenta de que estaba totalmente empolvado de blanco: me había acostado en un vagón que había transportado cal.
Vuelvo a la gasolinera cansadísimo, con fiebre y con unas ganas de comer tremendas. Pregunto al encargado por mis compañeros y me dice que la tarde anterior habían dejado el recado de que estaban en los Escolapios. Me dirijo allí, inmediatamente, pregunto y me dicen que están en el pabellón viejo, justo a unos pasos de la covacha del susto.
Allá encuentro a Berzosa, Martos y Lorite, que acababan de levantarse. Debo tener una cara de muerto legítimo, porque los tres me miran con aspavientos y me hacen acostar enseguida. Entre los cuatro juntamos 14,50 pesetas y me las dejan para que me compre un desayuno, cuando despierte. Descansé casi una hora y, como el hambre no me dejaba dormir, cogí el dinero y me fui a un bar: un gran vaso de leche caliente y tres bollitos (12 pesetas) me sentaron de maravilla.
Cuando vuelvo, ya están todos con don Jesús y Compains. Me preguntaron cómo me encontraba, ya que mi especto no había mejorado mucho. Y yo les pregunté dónde habían pasado la noche. Resulta que ellos dos llegaron pasadas la 24 h a Puigcerdà y, como todo estaba cerrado, se fueron a un hotel.
—¿Cómo? ¡Eso no se hace! ¡Lo habíamos prometido!
Cogí un cabreo inmenso que no mejoró mi aspecto. Pero no me duró mucho. Aún algo mohíno, se me ofrece un segundo desayuno. Esta vez, café con leche, pan, bastante azúcar, una Coca-Cola y dos pastillas de aspirina que me sientan bastante bien.
Preparación para salir en dirección a La Seu y, de allí, a Andorra.
Don Jesús se “sacrifica”: él nos pide autoestop e irá subiendo a cada uno de nosotros en el vehículo que se pare. Ya han salido Berzosa y Compains, y ahora lo hago yo, aún algo mareado, en el Volkswagen de un matrimonio francés, con guayabo de 16 años incluido. La niña tiene gana de charla, pero a mí me sigue doliendo el cuerpo y me cierro en banda. Me descargan en un pueblecito llamado Bellver de Cerdanya. Para La Seu quedan unos 30 kilómetros. Bellver es bonito, alegre, y rodeado de una naturaleza exuberante de belleza. A la salida del pueblo, un policía me pide la documentación. Todo normal. Poco después me recoge una Fabiola, conducida por un muchacho catalán, vendedor de setas por los pueblos, y me deja en uno, llamado Martinet.
Ya sólo quedan unos 20 km para La Seu d’Urgell, pero son las 15:30 y estoy viendo que tampoco comeré este mediodía. Como esto siga así, voy a agarrar una anemia de aúpa. Espero en la salida de Martinet alrededor de una hora, lo que aprovecho para poner al día el Diario.
Se me paran unos señores franceses, que van hasta la misma Seu d’Urgell. Conduce un señor ya mayor; las dos señoras tienen una tremenda pinta de “pájaras”. La que va al lado del conductor es española y no para de amansuquear al vejete. La que está a mi lado, parece más recatada; pero lleva la falda tan recogida que, sin fijarme mucho, pude darme cuenta de que sus bragas eran blancas.
Tendría unos 35 años. Como yo viajaba en calidad de prestado, mi actitud fue prescindir y no darme por aludido en nada. Me parece que fue la posición más lógica, aunque no estoy seguro de que fuera la más acertada.
En la entrada a La Seo d’Urgell están Berzosa, Lorite y Compains. Hay que esperar a don Jesús y a Martos. Nos divertimos, tocando la guitarra y cantando cosas andaluzas.
Los pasantes nos miran y pronto se hace un corrillo de nenes. Media hora después, llega Martos; y luego, don Jesús. Cogemos los macutos y nos vamos a comer a un bar.
La exquisita morcilla nos pone de buen humor, junto con un tintillo bien pimplado. Nuevo guitarreo. Hay que buscar alojamiento para esta noche, pues son ya las 6 de la tarde.
Vamos a un colegio de La Salle. Nos dicen que pueden ofrecernos la cena, pero que para dormir hay que ir al Seminario. Nos parece perfecto (y ¿cómo no?). Así que cenamos en el colegio y de allí a dormir al Seminario, en los dormitorios de los seminaristas que disfrutaban sus vacaciones.
Bueno; ni que decir tiene que cené de pánico: me sobraron dos melocotones, ¡con lo que a mí me gustan los melocotones! (Ah, pero me los guardé en el macuto por si llegan tiempos peores). El dormitorio, parecido a los de la Primera División de la Safa: cama, pequeño armario, mesita de noche y mesa con silla, suficiente para lectura y escritura. En ella he podido recuperar lo ocurrido hoy y buena parte de lo de ayer.
Vista general de La Seu d’Urgell antigua.

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