Autoestop por España, 18

23‑08‑2009.
Domingo, 23 de agosto de 1964
Barcelona-Montserrat.
Misa en no sé qué parroquia. Hasta el sermón es dicho en catalán (¡qué suyos son estos catalanes!). Desayuno a la salida de Barcelona, después de esperar el autobús hasta las 11:30.

Nos organizamos en parejas. Un locarias jiennense, ya mayorcito, se nos coloca a pocos metros delante, en nuestro lugar elegido para el autoestop y nos agua la fiesta, además de lanzarnos varios tacos relativos a la familia.
Don Jesús y Martos ya van por delante. Poco después, Compains y Berzosa se van en motos; y Lorite y yo, a la espera. Él pide autoestop y yo abro mi cuadernillo y me pongo a escribir. Son ya casi las 14 h y empiezo a estar harto de escribir con urgencia, bajo un árbol, al borde de una carretera, entre la espera de un coche y otro.
No hay manera de hilar ideas concordantes, ni reflexiones acerca de alguna vivencia emotiva, ni de personas que me sorprenden por sus comportamientos, ni de paisajes que me asombran por inéditos, ni conversaciones interesantes que a veces he podido tener con algunas de las personas que han tenido la gentileza de subirme en su coche.
La necesidad de llegar a un destino a una hora determinada obliga a no dejar un momento de solicitar autoestop. Y, por otra parte, la falta de medios materiales empuja, en cierto sentido, a sobrevivir, superando el cansancio, el hambre, la soledad, a veces. Y otras, preguntarme: «¿Pero qué carajo hago yo aquí solo, a varios centenares de kilómetros de mi tierra, pasando fatigas inútiles?
Paro: Lorite me llama y acudo rápido… Un Seat 600 nos recogió y nos llevó hasta Martorell. En las afueras y, después de dos horitas de espera, a Lorite se lo lleva un cura en una moto. Poco después, a mí me recoge una Fabiola, que me “empuja” hasta un pueblo llamado Olesa, cercano ‑me dijo el conductor‑ a Montserrat. Estuve andando unos 5 km sin que nadie me hiciera caso y, además, pasaban muy pocos coches.
Pensé que no quedaría mucho hasta el santuario; pero, al llegar a un cruce, un letrero decía: «Montserrat, 18 km». Mi cansancio, hambre y desazón subieron un grado. Pero qué se le podía hacer: había que seguir adelante. Seguro que los demás ya estaban en el santuario. Llevaba andados unos 7 km, cuando un Seat 404 me recoge y, a través de un paisaje extraordinariamente bello, me deja en el picacho de Montserrat.
Los otros me estaban esperando. Parece ser que don Jesús se había ido a “mendigar” comida: el regocijo fue general, cuando se presentó con unos panezuelos, unos pedazos de salchichón y algo de sobrasada.
Visita al santuario (estaba en obras), del que me gusta quizá más la fachada principal que su interior y, sobre todo, el formidable entorno natural en donde están enclavados él y el monasterio. Había muchos peregrinos, cuya mayoría era gente joven catalana, con enorme jaleo de corros y cantos.
Cena con leche y bollos. Solicitado alojamiento a los padres del monasterio, nos ceden unas habitaciones destinadas a turistas. Ni qué decir tiene que dormí como un cachorro, tras haber completado mi diario.
Panorámica del santuario desde la cumbre del Montserrat (‘Monte serrado’).
 

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