«O voto da Benitiña»

16-02-2009.
Airiños, airiños aires,
airiños d´a miña terra;
airiños, airiños aires
airiños, leváime a ela.
Rosalía de Castro.

Hoy, en el arranque de las elecciones autonómicas gallegas, que (D. m.) se celebrarán el próximo día uno de marzo, festividad de San Rosendo, Bispo de Mondoñedo, santo e patrón da cidade do mesmo nome, nos encontramos en la Praza dos percebeiros da roca, fronte á Casa de Cultura en Betanzos. Dentro de unos momentos, tendrá lugar un mitin a cargo do candidato nacionalista á Presidencia da Xunta. A la convocatoria asistirán o Concelleiro, Xosé Lodeiro, e o número dous da lista local, la señora Sara Lameiras, marisqueira de profesión y más conocida por o nome de la “Sarita”.
Mientras llega la caravana de los candidatos, con su amplio muestrario de lujosos Audi A8, blindados y acondicionados, rodeados por la caterva impresionante de escoltas, aduladores y acompañantes (ese retablo de las maravillas, cínico y desenvuelto, de vividores del mitin y la manifestación), multitud de personas, ondeando sus banderas, se arremolinan impacientes por conocer el futuro que los candidatos prometerán al viejo y noble pueblo gallego. Un futuro pleno de bienestar y prosperidad, a cambio de algo tan sencillo y en apariencia tan insignificante como o voto.
Nos acercamos a una guapísima señora, rubia, alta garbosa y bien plantada; una elegantísima señora con enormes ojos serenos y azules como las rías, que viste un precioso abrigo de lomos de visón hembra, de color plata, denso y brillante, de tacto especialmente sedoso, que le llega hasta los pies, para realzar de forma extraordinaria su singular belleza y elegancia.
—Buenos días, señora.
—Benitiña Ferreiro, para servirle.
—¿Qué le parecen las declaraciones del líder del partido nacionalista?
—¿A qué declaraciones se refiere, speaker?
—Pues que a sociedade quere máis cambios e nós tamén queremos máis.
A servidora le habla usted en español o no le hable nunca máis, hermoso.
—Perfectamente señora. Hablaremos en español, que también es un idioma para construir la convivencia e non para destruír. Pero dígame: ¿ya tiene pensado a qué fuerza política otorgará su voto?
—Servidora, sí señor.
—Muy bien. Una señora consciente de que o un de marzo está en xogo o futuro de Galicia. Y, ¿podría decirme a quién piensa votar?
—Sí señor. A don Manuel Fraga.
—Perdóneme señora, pero veo que no está muy al día en cuestiones de política. El señor Fraga no se presenta a las elecciones.
—Eso a mí me tiene sin cuidado.
—Pero señora, si yo le digo que el candidato del Partido Popular no es don Manuel Fraga, sino Alberto Núñez Feijoo. ¿Que me responde?
—Yo le respondo a usted que a mí eso me da igual.
—Pero a una señora, tan distinguida, le gustará, sin duda, un partido que reclame máis namoro a Galicia e máis autogoberno. ¿Qué me dice?
—Que no sea “pesao” y no me hable en gallego. ¡Coño! Que no pienso cambiar.
—Pero, ¿por qué sigue usted votando a Fraga, si ya no se presenta?
—Pues porque llevo muchos años votándolo y no tengo necesidad de cambiar ahora. En fin, que a mí Fraga me gusta mucho. ¿Se entera?
—Pero si ya está muy mayor.
—Será para usted; a mí me parece que está mejor que todos los demás juntos. O dicho de otra forma. ¡Sólo me fío de él!
—Pero señora, por favor. ¡Céntrese! O partido nacionalista quiere seguir avanzando en los cambios iniciados durante los últimos años.
—¡Que no! ¡Que no! ¡Que usted a mí no me lía! Yo le agradezco todos los cambios que usted quiera, pero voy a seguir votando a Fraga, porque le soy muy fiel y me da una tranquilidad de conciencia que no consigo con ningún otro.
—Pero présteme un poco de atención. Seguramente os galegos e as galegas, llegado el momento, votarán al BNG.
—Sí; seguramente votarán lo que le pase a cada uno por donde quiera; pero yo le digo que no insista, que no va a conseguir nada. ¡A mí, quien me gusta es Fraga! ¿Le parecería bonito que, ¡hala!, después de votarlo tantos años le traicionara ahora, que está viejo y achacoso?
—¡Pero si le he dicho que ya no se presenta!
—Y yo le digo a usted que eso yo me lo paso por donde… usted se puede imaginar.
—Pero señora, lo que Galicia necesita es un partido laico e nacionalista e unha lingua normalizada ó servicio da xente.
—Y lo que yo necesito es que me deje en paz, que no me hable en gallego y no me toque los genitales. ¿Se entera? Que ya me está usted poniendo de los nervios.
—Pero señora, escuche lo que le digo.
—¡Que no! ¡Que no! ¡Ja, ja! ¡Ay, qué gracia! Sí señor. Perdóneme joven, pero es que usted me hace “de reír”, porque es muy guapo y muy simpático, pero ya empieza a tocarme los ¿Sabe? Y me voy corriendo, que tengo que recoger a los niños del colegio y voy a llegar tarde. Pero no olvide de que a mí, quien me gusta y a quien pienso votar es a Fraga. ¿Lo entiende? ¡Adiós, guapetón!
Los gallegos han sido siempre serios, austeros, honrados, inteligentes, serviciales y muy trabajadores. Los gallegos, desde hace mucho tiempo, tuvieron el coraje de dejar sus prados y sus casas de piedra, que eran el testimonio de su orgullo e identidad, para salir a los caminos en busca de un hogar sencillo y tranquilo, en donde formar una familia y ofrecer un cuenco de caldo y un buen vaso de vino a quien les solicita afecto y confianza. A los gallegos les gusta hablar de su tierra, esa tierra que ellos jamás olvidan, aunque estén lejos; esa tierra hermosa, pero pobre, porque vivió apartada y olvidada de todos durante mucho tiempo. Ruego a San Froilán, del que contáronse prodixios como que amansaba aos lobos e curaba aos enfermos, que ayude a las nuevas generaciones de gallegos a respetar las tradiciones seculares y a no divertirse jugando con el fuego.
Barcelona, 14 de febrero de 2009.
 

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