17-02-2009.
No sé, querido Presidente, hasta qué punto nuestra página web debería ser una especie de rehén de un nuevo choque entre ideologías, en algunos de sus asociados. Y ello, hasta tal punto, que no nos atrevamos a editar en ella un valioso artículo de un excelente escritor y antiguo safista, con objeto de evitar que, una vez más, pueda encenderse la mecha de otro deplorable enfrentamiento.
A eso se le llama autocensura. ¿Que voluntariamente algunos no quieran entenderse, ni atender a razón e incluso que se maltraten, que se manden al carajo o que peguen el portazo a la página? Pero, ¿qué culpa tiene de ello nuestra página web?
Es cierto que quizás se vayan algunos asociados; y será una lástima, desde luego; pero no por ello hay que cerrar nuestra puerta o perder el alma de nuestra página, que nació y creció con voluntad de entendimiento y de amistosa fraternidad; la cual, según parece, buena falta nos está haciendo.
Si hay un mínimo de inteligencia y de sensibilidad, tarde o temprano habrá que darse cuenta de que hemos sido protagonistas de poco más que una pelea en el patio de un colegio; y de que a nuestro alrededor hay un corrillo que contempla, con admiración lastimera, pegarnos mutuamente cachetes en nombre de respectivas ideologías. ¡Y no darnos cuenta de que antes de nada somos simplemente personas, y de que las ideologías deben de estar, ante todo, al servicio de la persona; y no al contrario! ¡Qué infeliz contradicción! ¡Qué absurdo cainismo!
Seriamente, yo no apuesto por la inhibición, para así evitar desagradables disputas que pueden terminar con la autoeliminación de algún asociado que, a estas alturas, no ha comprendido ‑o no ha sabido comprender‑ que es suficiente con cambiar el término «disputa» por el de «debate»; y el de «desagradable», por cualquiera de sus antónimos.
Ruégote, pues, que edites el artículo de Michel del Castillo; y puedes añadir que lo has hecho debido a mi insistencia, como así lo manifiesto en estas palabras que pueden precederlo.