EL PLAN
En la plaza no cabe un alfiler. Multitud de banderas ondean al viento, alegres y orgullosas. Los altavoces repiten incansablemente canciones de Ramoncín, Sabina y Ana Belén, que algunos cincuentones, con lágrimas en los ojos, tararean emocionados. El señor alcalde, aprovechando el desnivel de los escalones de la iglesia, ha instalado, en interés del colectivo, una gran tarima de madera que, temporalmente, impedirá a los fieles acceder al recinto sagrado. El cura protestó enérgicamente y fue necesario recordarle que “quien manda, manda” y que los derechos del sacerdote son tres: oír, ver y callar.